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Democracia en la Iglesia: «Ambrosio, obispo». Editorial del Nº 111 de «Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar»

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El obispo Auxencio, un hereje arriano que había gobernado la diócesis de Milán durante casi veinte años, murió el año 374. La ciudad se dividió en dos partidos, ya que unos querían a un obispo fiel a la fe católica y otros a un arriano. Para evitar en cuanto fuese posible que la división degenerase en pleito, San Ambrosio, que no era cristiano, acudió a la iglesia en la que iba a llevarse a cabo la elección, y exhortó al pueblo a proceder a ella pacíficamente y sin tumulto. Mientras el santo hablaba, alguien gritó: «¡Ambrosio obispo!» Todos los presentes repitieron unánimemente ese grito, y católicos y arrianos eligieron al santo para el cargo.

En los orígenes y en los tres primeros siglos, la Iglesia tuvo una estructura de carácter funda-mentalmente democrático. Democracia no en el sentido de hoy en el que el pueblo, sujeto del poder, delega mediante unas elecciones en unos dirigentes. El poder que tienen los Obispos viene de arriba. La estructura era fundamentalmente democrática en la forma de ejercer el poder.

Para designarse lo pri-meros cristianos cambiaron el nombre primero de Secta de los Nazarenos por el de ECLESÍA:. Una palabra profana que significaba « la asamblea de los ciudadanos libres que democráticamente ejercían su cuota de responsabilidad en el gobierno de la ciudad». Y así funcionó. Decidían entre todos. Tenemos multitud de ejemplos que lo demuestran. Se elegían a los Obispos «votando a mano alzada». La Iglesia se concebía cómo una gran comunidad formada por pequeñas comunidades, cada una con su autonomía propia.

Ha habido una larga tradición en la Iglesia en que el elemento más importante de lo que llamamos «ordenación» de un presbítero o un obispo era la elección del mismo por la comunidad que debía ser presidida. Esto es lo que expresaba el gesto de la mano alzada –jeirotonía–: la participación del pueblo en la elección de sus dirigentes.
Ojala que se recupere en la Iglesia esta tradición.

Ojala que la Iglesia, defienda a ultranza el sistema democrático y la defensa de los derechos humanos no solamente hacia fuera, sino también, y sobre todo, en su seno.
Lo que nos ha llevado a la publicación de este número es un amor hacia la Iglesia.

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