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Viernes 12 de diciembre de 2008
Ante las inundaciones, sufrimiento y daños ocurridos recientemente por las lluvias quisiera llamar la atención de quienes engañosamente o engañados se afanan en proclamar que contribuyen al progreso del país, promoviendo o realizando cualquier tipo de extracción o construcción, cuando en realidad podrían estar propiciando la tragedia al alterar el balance de los ecosistemas.
¿Es que toda esta degradación de nuestros ríos, suelos, costas e islas no tiene nada que ver con la magnitud de los desastres? Las inversiones pueden ser buenas, pero están en función de cómo y dónde se promueven. ¿Cómo ocurre hoy? improvisada y desordenadamente, donde mande el dinero; ¿adónde? no importa, donde apunten en el mapa con el dedo. Resultado, caos, inundaciones, pérdidas de vida e infraestructura, años perdidos para nuestro desarrollo.
A manera de ilustración, vean lo importante de nuestros bosques, sean estos de manglar u otros, en la disminución del riesgo a desastres. Los bosques actúan como grandes barreras para las inundaciones y ayudan a reducir el riesgo a deslizamientos. Un estimado de un 20% de la lluvia que cae sobre un bosque es recogida en primera instancia por las copas de los árboles en donde por evaporación es devuelta a la atmósfera, y el restante 80% se desliza por las ramas y los troncos hacia el suelo en donde es utilizada por el propio árbol y mayormente es filtrada hacia acuíferos o reservas subterráneas que afloran eventualmente a la superficie.
De esta forma el bosque previene el efecto erosivo de la lluvia, ya que disminuye su aceleración hacia partes más bajas. Sin los bosques el agua corre vertiginosamente y busca cualquier forma para vaciarse sin reconocer que es una calle, una vivienda, o una escuela. Además, en países como Panamá, donde la mayor parte de los suelos son inestables, el resultado de la saturación del agua en los suelos provoca los peligrosos deslizamientos.
Sin duda, los significativos impactos de las inundaciones en Bocas del Toro, Chiriquí, Darién, y en otros lugares del país, no han sido causados por fenómenos naturales. Es cierto que los eventos extremos del clima se harán cada vez más intensos por el calentamiento global. Sin embargo, estas lluvias son naturales, los frentes fríos de fines de año son naturales –producto de masas de aire frío del norte. Lo que no es natural es que acabemos con los bosques en laderas y a lo largo de ríos y quebradas, que acabemos con nuestros recursos marinos y nuestros mares, talemos salvajemente manglares, contaminemos nuestras aguas, cambiemos el curso de nuestros ríos, todo una vez y otra vez, de nuevo, aquí, allá y más abajo.
Tampoco es natural que mueran niños y adultos porque nadie les informó que vivían en zonas vulnerables o no se cumplieron con las medidas de mitigación. Esto se llama ¡tragedia humana! Y la tragedia es nuestro deber prevenirla. ¿Dónde están los verdaderos responsables? Acaso no son esos mismos que sin criterios responsables promueven políticas de “desarrollo”, apadrinan inversiones, aprueban estudios de impacto “ambiental”, los verdaderos culpables? ¿No se dan cuenta del sufrimiento que provocan? ¿Qué clase de país están propiciando? Es que no reconocen que la degradación de los recursos naturales provoca el desastre?
¿Cómo podremos evitar estos desastres que, agravados más por el cambio climático, cada vez más abatirán nuestro país? No es sencillo, pero como prioridad hay que tomar medidas drásticas para prevenir la deforestación, la cual nos hace más vulnerables y es responsable por un 20% del calentamiento de la tierra. Hay que planificar el crecimiento económico de forma que se mantenga el equilibrio con los ecosistemas, especialmente en las áreas más vulnerables tales como cuencas hidrográficas, zonas costeras e islas del país.
También hay que poner un freno a las inversiones de todo tipo y condición que son promovidas y avaladas sin un análisis previo y serio que comprenda tanto beneficios como sus riesgos ambientales y sociales. Por ejemplo una inversión que nunca debió permitirse es la de Petaquilla Gold a la que se le aprobó recientemente su “estudio de impacto ambiental”. Experiencias con este tipo de explotación minera de metales a cielo abierto han demostrado ser altamente riesgosa y muchas han provocado desastres.
Preocupados por un verdadero desarrollo, Ancon y otras organizaciones de la sociedad civil, luchamos por evitar la degradación de los recursos naturales ¡qué gran reto! Y de continuar esta degradación, ella seguirá pasando la factura al país. La tragedia de los días pasados lo demuestra claramente. Y porque están creando pobreza y desastres, el lucro es de pocos, el daño es de todos. Futuros tomadores de decisiones, futuro presidente, y futuros alcaldes y diputados ¡Despabílense! En sus manos está evitar que estas tragedias mal llamadas “naturales” se repitan. Es hora de actuar por un verdadero desarrollo de Panamá.
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(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)