CRISTIANISMO DE LIBERACI?N (XI): LOS DIEZ MANDAMIENTOS Y LOS POBRES. Jung Mo Sung

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Jung Mo Sung1.jpgCuando hablamos de la preocupación que casi todos los sectores del cristianismo dicen tener por los pobres, necesitamos tener en claro que no todos están hablando de la misma cosa. Yo pienso que en este asunto hay por lo menos tres puntos que diferencian al cristianismo de liberación de otras formas de concebir y vivir el cristianismo. La primera diferencia se da en la comprensión del problema de la pobreza. Para el cristianismo de liberación, la pobreza no es una cuestión meramente personal o coyuntural, sino que es un problema estructural, resultado de la propia estructura económico-social en la cual vivimos.

Por eso, la lucha se da en dos frentes: a) en la promoción de reformas económicas y en el avance de políticas sociales apuntando a promover mejoras en la vida de los pobres dentro del actual sistema económico; (b) en las luchas políticas y sociales a nivel regional, nacional y mundial con el propósito de lograr cambios significativos en la estructura del actual del sistema capitalista global. Pues cree que sin estos cambios estructurales no es posible la superación de la actual situación extrema de exclusión social de una gran parte de la población mundial.

La segunda diferencia se da en la comprensión del papel de los pobres. Hay sectores importantes del cristianismo preocupados con el problema de la pobreza que ven a los pobres sólo como beneficiarios pasivos, objetos del accionar por parte de las Iglesias y de los cristianos. El Cristianismo de liberación, a su vez, se suma a aquellos grupos que ven a los pobres como sujetos participantes de la misma lucha. En esta caminata no debe haber «nosotros» y «ellos» (los pobres), sino un único y mismo espíritu que nos mueve a todos juntos en busca de la libertad y de la liberación. Lo que está en juego no es solamente un problema económico-material, sino también la afirmación de su dignidad humana y la de todas las personas que se juntan solidariamente en esta lucha. Es en la experiencia de asumir y ser parte de esta lucha que la dignidad humana es afirmada y podemos experimentar la presencia del Espíritu del Resucitado entre nosotros.

La tercera diferencia se da en la relación entre la fe cristiana y la preocupación o lucha social. Para muchos, la acción social es o debe ser una aplicación de la fe y de las doctrinas religiosas en el campo social. En este sentido, sería recomendable que todas las personas cristianas tuviesen también una preocupación por los pobres, pero ésta sería una cuestión secundaria, una aplicación. Lo más importante, lo esencial, sería la adhesión personal a la persona de Jesús Cristo. Además de la separación entre los ámbitos personal y social, habría también una distinción entre la fe-espiritualidad y el compromiso social. Para el cristianismo de liberación, esta separación entre lo personal y lo social no se sustenta, así como no es posible realmente adherir personalmente a la persona de Jesús Cristo (la fe) sin al mismo tiempo asumir una postura social en favor de los pobres. La opción personal en defensa de la vida de los pobres no es una mera aplicación facultativa de la fe, sino una parte esencial de ella.

Para desarrollar mejor esta idea, quiero comentar aquí rápidamente uno de los pilares de la tradición bíblica y del propio cristianismo, los diez mandamientos. Voy a tomar la versión del libro de Deuteronomio (Dt 5, 6-21), en la forma como es organizada por la Iglesia Católica. (En el próximo artículo, voy a complementar la reflexión comentando un pasaje de los Hechos de los Apóstoles).

Pienso que el corazón del decálogo está en el 5º Mandamiento (en la tradición protestante, el 6º): «¡No matarás!». Dios hace la Alianza con su pueblo para que éste defienda la vida – el don que recibimos de Dios desde el comienzo de la creación – contra las fuerzas de la muerte que oprimen al pueblo y niega el derecho a la vida. Para que la defensa de la vida sea concreta, el decálogo nos presenta otros dos mandamientos como una primera protección: «Honra a tu padre y a tu madre» (4º) y «No cometerás adulterio» (6º). Estos dos mandamientos se refieren a la familia, el primer y fundamental ambiente donde la vida florece. El hijo fuerte y productivo debe honrar y cuidar de sus padres incluso en la vejez, pues la fuerza no puede ser un criterio que se sobrepone a las relaciones humanas y sociales éticas. Así como el compromiso con el cónyuge – con el cual se inicia la familia – no puede ser negado por puro instinto o deseo sexual que no quiere reconocer límites.

Mientras tanto, la vida no puede ser defendida por la familia si las condiciones económicas y sociales no se lo permiten. Por eso, los dos mandamientos sobre la familia, que «abrazan» la defensa de la vida, vienen abrazados a su vez por otros dos que defienden sus derechos laborales y sociales: «Guardarás el día de sábado (…) No realizarás ningún trabajo (…) ni tu esclavo, ni tu esclava (…) Recuerda que fuiste esclavo en Egipto (…)» (3º) y «No robarás» (7º). Una familia no puede sobrevivir solamente con amor y honra, sino que es preciso que los frutos de su trabajo no les sean robados por los más fuertes y poderosos, y que tenga el derecho al trabajo y al descanso.

El problema es que el pueblo de Israel – como nosotros – ya vive en una situación en la que se explota los derechos de los trabajadores y de los pobres. Como éstos no tienen fuerza bruta para reaccionar contra los poderosos, sólo les resta ir al tribunal a reclamar sus derechos. Sin embargo, los poderosos de todas las épocas acostumbran comprar falsos testimonios y manipular doctrinas religiosas para esconder y legitimar sus pecados y crímenes. Por ello, los mandamientos de los derechos de los trabajadores vienen abrazados por otros dos: «No pronunciarás en vano el nombre de Dios» (2º) y «no darás falso testimonio contra tu prójimo» (8º).

Pero, ¿por qué las personas son capaces de tanta maldad y mentira para acumular más de lo que necesitan? Es porque las personas no buscan lo que necesitan, sino lo que desean, lo que codician. Por eso, el decálogo dice al final: «No codiciarás la mujer de tu prójimo; ni desearás para ti la casa de tu prójimo, ni su campo…» (9º y 10º). Nosotros somos seres que deseamos poseer lo que es del otro, para eso somos capaces de explotar, robar, mentir, adulterar y matar. Para cambiar esto es preciso una conversión espiritual en lo más hondo de nuestro ser (metanoia). Esta es la razón de porqué el otro mandamiento que posibilita el «abrazo» es: «Yo soy Yahvé, tu Dios, aquél que te permite salir de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí» (1º).

Para el cristianismo de liberación, no hay separación entre la espiritualidad, la defensa de la familia, la lucha por los derechos económicos y sociales de los trabajadores y de los pobres, la afirmación de la verdad y la lucha contra la idolatría y la manipulación religiosa. Al final, no podemos vivir nuestra fe sin defender la vida, el mayor don que recibimos, sin luchar en todos los campos que de modo interrelacionados e interdependientes afectan nuestras vidas.

(Este es el décimo primer artículo de una serie que estoy escribiendo sobre el tema del «cristianismo de liberación» como una contribución a los debates en vista de la V Conferencia del CELAM)

* Profesor de post grado en Ciencias de la Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor, entre otros, de «Sementes de esperança. A fé em un mundo em crise» (Semillas de esperanza. La fe en un mundo en crisis).

Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com

Jung Mo Sung es profesor de postgrado en Ciencias de l Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor de Sementes de esperança: a fé em un mundo em crise