Todos los grandes movimientos sociales o políticos actúan en nombre de ciertos valores y promesas. La sociedad capitalista-liberal moderna occidental surgió contra la sociedad medieval, con la promesa de terminar con tres tipos de muertes: a) la muerte causada por el hambre, con la promesa del crecimiento ilimitado de la producción económica; b) la muerte causada por la enfermedad, con la promesa del avance sin límites de las ciencias biomédicas; c) y la causada por la violencia, con la implantación de la civilización basada en la ley y en la democracia.
Es en nombre de estas promesas que los países occidentales capitalistas expandieron el capitalismo por el mundo, primero a través de la colonización de América, África, Oceanía y Asia, y después a través de la imposición del mercado global. La fe en el mercado es la gran propulsora de este movimiento, que transformó al mundo, creó nuevas elites que se beneficiaron del proceso y causó también sufrimientos y opresiones por todo el mundo.
Los movimientos marxistas-socialistas de los siglos XIX y XX lucharon en nombre de la «ley de la historia», que inexorablemente llevaría a la humanidad del capitalismo al socialismo y después al comunismo, entendido como el Reino de la Libertad, una sociedad sin las opresiones del hombre sobre el hombre y de la naturaleza sobre el hombre. En la medida en que se entendía que la «revolución» era inevitable a causa de las contradicciones internas del capitalismo y de las «leyes de la historia», estos movimientos se veían como la «vanguardia» que iba a apurar el desdoblar de las «etapas» ya preestablecidas de la historia. La caída del bloque socialista y el retorno de la Alemania comunista al capitalismo quebraron o sacudieron profundamente esta fe en la «ley de la historia» y en el marxismo como «la ciencia de la historia». Esta fe que era la fuente de la energía y de la fuerza de este movimiento.
Ante el mundo actual bajo la hegemonía económica y cultural del capitalismo global, sectores más conservadores del cristianismo y, en particular de la Iglesia Católica, proponen nuevos caminos para superar esta sociedad considerada demasiado hedonista, individualista y materialista. El eje central de la propuesta del Vaticano consiste en defender la doctrina tradicional (no tan tradicional puesto que sólo tiene algunos cientos de años, mientras que el cristianismo tiene dos mil años) de la Iglesia Católica como la solución para los graves problemas del mundo. Por ello, su insistencia en la ortodoxia, en el rigor de las leyes morales y disciplinarias de la Iglesia y en la sacralidad de la Iglesia Católica.
Los neoliberales hacen de la fe en el mercado el fundamento de su accionar, de sus políticas y la fuente de justificación para todos los tipos de sacrificios impuestos sobre los más pobres y sobre el medio ambiente. Los marxistas «ortodoxos» hacían de la fe en las «leyes de la historia» la razón y la fuente de legitimidad para sus luchas y también para opresiones y exigencias de sacrificios en el bloque socialista. Y los sectores más influyentes del Vaticano hacen de la fe en la doctrina y en la ley de la Iglesia Católica el fundamento y la fuente de legitimidad para sus acciones y políticas dentro de la iglesia y también de las propuestas que hacen al mundo.
Dentro del cristianismo de liberación, podemos encontrar dos tipos de fundamento. El primero es la certeza de que Dios nos llama a construir el Reino de Dios y que el poder de Dios, que está al lado de los pobres, sería la garantía de que los pobres darán cuenta de esta construcción. Para algunos teólogos, afirmar que los pobres y las víctimas de las opresiones se liberarán y construirán el Reino de Dios dentro de la historia es afirmar que Jesús no murió en vano y que Dios no fracasó en su creación. Es decir, si no conseguimos construir el Reino de Dios en plenitud dentro de la historia, esto significaría decir que Dios fracasó con su creación. Pero, como esto no es admisible, la construcción del Reino de Dios y la liberación plena de los pobres estarían garantizadas.
Por más que surjan reflexiones teológicas dentro del cristianismo de liberación que muestran la necesidad de revisar esta posición, por más que los acontecimientos de la vida y los últimos dos mil años de historia cuestionen, este grupo siente la necesidad de reafirmar estas doctrinas incansablemente -algunas veces usando nuevos lenguajes o metáforas para decir lo mismo-, pues el fundamento, el sentido y la fuente de energía para sus luchas se encuentran en la certeza de este discurso teológico.
Otro grupo encuentra el fundamento de su lucha, no en la teología, sino en la experiencia de encontrar en el rostro del pobre la presencia de Cristo y escuchar en el clamor de los pobres la revelación/juicio de Dios sobre el pecado del mundo. Clamor éste que nos interpela a luchar por un mundo más humano, a pasar del mero conocimiento, conciencia, al coraje y la acción. La teología de liberación, en sus más variadas formas, vino después de esta experiencia-praxis, como un servicio a la comprensión de esta experiencia espiritual y a la lucha de los pobres y de las víctimas de las opresiones. Para este grupo, el fundamento del cristianismo de liberación, la fuente de la fuerza y del sentido, está en esta experiencia espiritual, aunque las victorias no sean como las deseamos, aunque no tengamos la certeza de la victoria final y plena.
Es un cristianismo que desconfía de las certezas teológico-sociales (sea del neoliberalismo, del marxismo, del Vaticano o hasta incluso del cristianismo de liberación), pues las certezas sobre seres humanos, la historia y Dios indican que estamos ante el fenómeno de la idolatría. Las certezas nos propician falsas seguridades y nos llevan hacia errores trágicos. Por eso, el cristianismo siempre enseñó que lo fundamental es la fe, apostar a nuestra vida, al Dios que permanece entre nosotros y realiza su Amor en nuestras luchas con y a favor de los pobres y de las personas que sufren (cf 1Jo 4,12).
Luchamos porque los rostros de las personas que sufren injusticias nos interpelan, porque sentimos dentro de nosotros mismos una fuerza que nos impele, porque la lucha nos vuelve más humanos, porque las sonrisas y los ojos de las personas con las que caminamos juntos en estas luchas dan sentido a nuestras vidas y las llenan de gracia y, con todo eso, nos permite vivir la «plenitud posible» del Reino de Dios, la presencia del Amor de Dios, en nuestras vidas y en nuestra historia.
(Este es el octavo artículo de una serie que estoy escribiendo sobre el tema del «cristianismo de liberación» como una contribución para los debates en vista de la V Conferencia del CELAM)
Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com
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Cristianismo de Liberación (III): dos frentes de lucha
Cristianismo de Liberación (II): los pobres y la libertad-liberación
Cristianismo de liberación (I)
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Jung Mo Sung es profesor de postgrado en Ciencias de l Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor de Sementes de esperança: a fé em un mundo em crise