Ya sé que no tengo que dar explicaciones de si un día escribo o dejo de escribir en el blog. Pero quiero simplemente decir que llego tres días sin entrar en este espacio de encuentro porque he tenido que hacer dos viajes ineludibles que me lo han impedido.
Dicho esto, vamos con el tema de hoy. El Diccionario de la Lengua Española entiende, entre otras cosas, por dogmatismo «la presunción de los que quieren que su doctrina o sus aseveraciones sean tenidas por verdades inconcusas».
O sea el dogmatismo es la postura de los que piensan y hablan de tal manera que están firmemente persuadidos de que lo que afirman no admite discusión. Sobre todo porque el dogmático de pura sangre es el que atribuye a sus ideas y aseveraciones un valor absoluto, como si se tratara de verdades reveladas por la divinidad, por el Absoluto, por Dios mismo. Por eso el dogmatismo suele germinar y florecer en ambientes religiosos. Ya que son los creyentes, que se adhieren con más firmeza a sus creencias, quienes otorgan a tales creencias la categoría de verdades indiscutibles.
Como es lógico, el dogmático de pura cepa es, por eso mismo, intolerante. Y es, en consecuencia, una persona con la que se hace muy difícil convivir. El dogmático no dialoga, ni puede dialogar. Lleva siempre la razón. Censura a todo el que no piensa como él. Condena y rechaza a quienes no le dan la razón. Todo lo cual es, no sólo una fuente inagotable de incesantes conflictos, discusiones inútiles, divisiones y enfrentamientos… Porque el dogmático auténtico, lo que en realidad hace es despreciar a todo el que no piensa como él y a todo el que se atreve a decir lo que disiente de lo que él piensa y habla.
Sin duda, en el dogmatismo radica una de las causas más claras y fuertes del desprestigio creciente en el que se van hundiendo las religiones. Porque, entre otras cosas, los «dogmáticos» no se dan cuenta de que nadie en este mundo, absolutamente nadie, puede tener la verdad completa, la verdad total. De ahí que puede (y suele) haber otras personas que ven lo que no ve el dogmático. Y con cuyo pensamiento el dogmático se podría enriquecer. Pero, más que nada, aquí es decisivo dejar claro que, en cualquier caso, siempre tiene que quedar patente que el respeto al otro debe estar siempre por encima de mis verdades, mis ideas o mis seguridades.
La conclusión, que se sigue de lo dicho es clara: Sólo el que no es dogmático puede ir por la vida respetando, aceptando, escuchando y, en definitiva, siendo buena persona. Quienes practican el dogmatismo son siempre gente peligrosa. Gente que, si se radicaliza, puede acabar insultando, ofendiendo, agrediento y hasta matando como el que cumple con un deber sagrado.