No falla: cuando un gobierno, en este país nuestro, se declara laicista o, simplemente, defensor de la libertad religiosa, surge de algún punto de esta nuestra Iglesia católica la obsesión masónica. Esta vez ha tardado, pero ya están aquí los artículos, las advertencias, los libros sobre la gran conspiración que ha penetrado en nuestra sociedad y cuyo objetivo es acabar con todo vestigio cristiano. Y menos mal que ya no meten por medio a los judíos, recordando los tiempos del general. No pueden: oficialmente, ahora somos amigos y no estaría bien visto.
Transcribo, para ilustrar lo que digo, un párrafo de un libro que, con el título de Los masones en el Gobierno de España, acaba de publicar la editorial LibrosLibres, de clara vinculación legionaria (de Cristo): “El laicismo beligerante del actual Gobierno, su artera propagación a través de buena parte de los medios de comunicación, el sectarismo de no pocas decisiones legislativas que la sociedad no demanda, pero que le son impuestas gracias a la hábil manipulación y control de las instituciones, son difíciles de explicar sin la red de la masonería”. O esta frase de su autor, Vicente Alejandro Guillamón: “El objetivo actual de la masonería, en realidad el de siempre, es el dominio oculto del mundo, la imposición global de su ideología, que no es otra que un secularismo relativista que pretende sobreponerse a todas las religiones”. Está claro; todo lo que hacen nuestros gobernantes tiene un único fin: exterminar el catolicismo español.
Transparencia
Olvidan estos denunciadores de persecuciones que los masones han hecho en los últimos años un gran esfuerzo por la transparencia. Olvidan también que en la masonería actual conviven ateos con cristianos, judíos o islamistas. Y olvidan, sobre todo, los intentos de la Gran Logia de España (GLE), mayoritaria en este país, por acercarse abiertamente a la iglesia católica. El último de ellos data del pasado 30 de marzo. Ese día, el gran maestre de la GLE, José Carretero Domenech, dirigió una carta al secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino, mostrando su “interés y particular ilusión de que podamos un día dialogar en persona, lo que conduzca al inicio de un nuevo camino de colaboración, abandono de desencuentros históricos, cuya repercusión tanto conmueve a nuestra Orden regular, así como a un renovado entendimiento que abra el camino a un paradigma diferente en nuestra relación”. La carta, casi ocho meses después, sigue sin respuesta.
En realidad, los contactos de Carretero con la iglesia no son nuevos. Ya es la tercera vez que, desde su elección en 2006, el gran maestre tropieza con la misma piedra. Hace un par de años decidió entablar relaciones con el arzobispado de Barcelona, ciudad sede de la Gran Logia. Incluso nombró un delegado encargado de contactar periódicamente con el cardenal Martínez Sistach, pero hubo de suprimir el cargo ante el firme silencio arzobispal. Meses después, se dirigió al abad de Montserrat, con el que –esta vez sí- ha mantenido varias y discretas entrevistas.
Demasiados prejuicios
Hay que admitir que Carretero no lo tiene fácil. A los seculares prejuicios que aún existen en España sobre los masones –todavía hay quien dice que profanan hostias o adoran a Lucifer, como el ínclito periodista Pepe Rodríguez-, hay que añadir la condena vaticana que sigue pesando sobre ellos, refrendada por última vez en 1983 por el entonces cardenal Ratzinger, que afirmó que “los principios de la masonería siguen siendo incompatibles con la doctrina de la Iglesia, y los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas no pueden acceder a la Sagrada Comunión”.
Este rechazo, que tuvo cierto sentido cuando la Iglesia se erigió en defensora de la cristiandad frente al “demonio del liberalismo”, supone hoy ignorar el fundamento ético de la masonería –la búsqueda de un mundo mejor basado en la fraternidad- y sus orígenes espirituales cristianos. Pero, sin remontarnos a los tiempos de la construcción de las grandes catedrales góticas, conviene recordar que, como escribió el experto jesuita Ferrer Benimelli, la masonería y el catolicismo siempre han estado imbricados en Europa. No sólo ha habido obispos católicos masones, sino que existe una variante ampliamente extendida en el continente que se define como “masonería tradicional cristiana”, representada aquí por el Gran Priorato de Hispania, que jura fidelidad a la “Santa Religión Cristiana” y abre sus sesiones de trabajo con lecturas de la Biblia. El Gran Priorato también ha intentado acercarse a la iglesia española y su gran maestro, Ramón Martí, llegó incluso a reunirse hace unos años con el difunto obispo auxiliar de Barcelona, Joan Carrera, con el mismo resultado que el obtenido por la GLE.
Ni uno ni otra buscan el reconocimiento de la iglesia católica –que, dicho sea de paso, no necesitan-, sino abrir un campo de entendimiento y actuaciones prácticas a partir de los principios éticos comunes para acabar “con siglos de desconocimiento y desencuentro”. No les harán caso: los verdaderos creyentes no tratan con el demonio.