Es evidente que quienes mejor están proyectando hoy la imagen de la Iglesia de Cristo son las comunidades cristianas de base. Por lo general son gentes de la base, del pueblo llano los que forman estas comunidades, localizadas en la periferia de la gran urbe, como aconteció al principio del cristianismo.
El que estas gentes se entusiasmen con el mensaje de Cristo y lleguen a un verdadero compromiso en la transformación de la sociedad y del mundo, haciéndolos más justos y solidarios, es prueba evidente del carácter liberador del Evangelio. Y desde que estas comunidades hicieron su aparición, en un intento de salvar a la Iglesia, se ha puesto de manifiesto un doble cristianismo:
Uno místico-mítico y otro que va por la vía del compromiso social y político. Gracias a este último se está descubriendo que, si no hay ese compromiso en el seguimiento de Cristo, tal cristianismo es pura idea y mito.
Si Jesucristo es liberador, según el nuevo título admitido ya unánimamente, hemos de concluir que la verdadera Iglesia es la que ha optado, por imperativo del Evangelio, en favor de los que necesitan ser liberados de la opresión
y exclusiónsocial.
Sólo los cristianos identificados con la causa de estos merecen el nombre de Iglesia de Jesucristo.