Comentarios al Evangelio del domingo 1 de Agosto de 2010 -- José María Castillo, teólogo

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Somos Iglesia Andalucía

Lc 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno del pueblo a Jesús: ?Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia??. ?l le contestó: ?Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros??? Y dijo a la gente: ?Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes??. Y les propuso una parábola: ?Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha.

Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: ?Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida??. Pero Dios le dijo: ?Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será??? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios??.

1. Como es bien sabido, la codicia ha sido la fuerza que ha desencadenado la crisis económica mundial que tanto desajuste y tanto sufrimiento viene causando desde hace dos años. La crisis que ha dejado a millones de trabajadores en paro, tantas y tantas familias arruinadas y, sobre todo, una crisis que ha acelerado la muerte de los casi mil millones de seres humanos que viven en la extrema pobreza. La codicia es la raíz de casi todos los males evitables que nos azotan. Porque un mundo en el que los bienes estuvieran equitativamente repartidos, sería un mundo en paz y con altos índices de bienestar.

2. El argumento de Jesús contra la codicia es tan sencillo como contundente: la codicia es irracional, empuja a tomar las decisiones más irracionales, ciega a los codiciosos hasta el extremo de que no ven lo más evidente, a saber: que la codicia no les asegura nada, ya que no les puede garantizar ni siquiera que van a estar vivos mañana. Pero ahora, en nuestro globalizado, la codicia lleva a tomar decisiones de consecuencia globales. Lo que multiplica sus consecuencias desastrosas hasta límites que nada ni nadie puede fijar.

3. Y nunca deberíamos olvidar que codiciosos somos todos. De la codicia, nadie se escapa. Porque brota del deseo. Y el deseo es el mecanismo innato que nos acompaña siempre, que nos moviliza, por supuesto, para lo bueno, para ser creativos y eficaces. Pero también para apropiarnos de lo ajeno, de cualquier bien ajeno. Por eso – con toda la razón del mundo – el último mandamiento del Decálogo. No prohíbe una ?acción??, sino un ?deseo?? (Ex 20, 17). El deseo que desata la codicia. Que puede ser codicia de bienes, o de cargos, o de títulos… Y con la codicia desencadena todos los males.