Mc 1, 21-28
“Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres, el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”.
El espíritu inmundo y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea”.
1. Los demonios no existen como seres personales, como seres malos que no son de este mundo y buscan hacer daño a algunas personas desgraciadas de las que misteriosamente se apoderan y en las que se instalan, hasta que son expulsados por un ritual de exorcismo. Todo eso no está demostrado en ninguna parte. En la antigüedad, las gentes no sabían cómo explicar las enfermedades y las desgracias. Para explicar esas situaciones echaban mano de los demonios, que eran las fuerzas del mal, causantes del sufrimiento.
2. La “autoridad” de Jesús se asocia en los evangelios a la capacidad de expulsar demonios. Es decir, la “autoridad” no consiste en saber o en tener títulos y cargos, sino en el poder de aliviar el sufrimiento de los demás. Para hacer eso no es necesario poseer poderes sobrenaturales, sino tener voluntad de estar de parte del que sufre, estar junto a quien lo pasa mal, ayudarle y, sobre todo, quererle.
3. Lo que más necesita la gente – lo necesitamos todos – no es que nos enseñen doctrinas y teorías, sino que nos liberen de las fuerzas del mal que nos causan sufrimientos y nos hacen, a veces, muy desgraciados.