En estos días
quiero escuchar con vosotros el silencio,
sin ruido de palabras,
contemplar una vez más
el color increíble de este otoño,
celebrar la sencillez
de un mensaje
que está por encima de todo
y en su fondo;
que es compañía y alivio,
fortaleza y esperanza,
ternura por la bondad de Dios
y la limpia voluntad
de los humanos;
ganas de reir, de disfrutar
la alegría elemental de las cosas,
el tejido hermoso de la vida;
el afán de buscar
una verdad cercana y asequible
entre tanta grosera mentira;
ansia de vencer
la astucia y la malicia
con la debilidad de un corazón
sencillamente humano,
sinceramente cálido,
de mantenerse unidos a la vida,
la armonía y la belleza;
sostener un aliento de esperanza
que nos sosiega y anima.
Practicar especialmente en estos días
la compasión, la acogida,
la dignidad cotidiana,
lejos de la torpe vanidad,
de la mediocridad que nos envuelve,
de los atropellos y enredos,
de los empeños inútiles
que nos atrapan.
En la brisa de la tarde,
con aroma de templanza,
os digo lo de siempre con acento nuevo:
feliz Navidad a todos,
buenas noches
y hasta mañana.
Madrid, diciembre de 2007.