Nada parecen tener que aportar nuestros obispos respecto de los graves obstáculos que en el Chile de hoy impiden llegar a tan idílicos objetivos…
Pocas veces había sufrido tal decepción ante nuestra jerarquía eclesial como ahora, al leer su mensaje tras la 102ª Asamblea Plenaria del Episcopado nacional.
El país ha sido remecido por seis meses de protestas debido a su situación educacional. Entre ellas se han visto innumerables desfiles juveniles, de jocosos a ?indignados??; familiares agitando enardecidos ?cacerolazos??; delincuentes encapuchados cometiendo desmanes intolerables; incursiones violentas en la Cámara de Diputados y el Senado de la República; ?tomas?? de universidades y liceos que perduran aún contra viento y marea?? En fin, una conmoción social que por décadas no se había dado en Chile y que, según recientes encuestas, sigue a pesar de todo motivando positivamente a cerca del 70% de la opinión pública.
No podría ser de otra forma, cuando es una inmensa mayoría del país la que vive y sufre el drama de la educación de sus hijos o nietos, y contempla con indignación cómo el paso de los años no ha logrado sino agravarlo.
Tapándose los ojos
Se dice que la educación chilena es buena, en comparación con la de muchos vecinos o lejanos. Sí, lo es, para una pequeña minoría elitaria que gracias a los recursos de sus familias logra estándares educativos que desde los ciclos básico y medio se ven luego reflejados en amplias ventajas en las universidades, en el logro de los títulos más caros y de mayor influencia social, en los mejores posgrados internacionales, y finalmente en la mantención de los mismos pequeños círculos de poder que seguirán manejando la economía, la política y la vida social del país.
Entre tanto, miles de familias de los estratos inferiores se habrán desangrado económicamente para que uno o dos de sus hijos logren algunos de esos títulos, a costa de endeudarse por 20 o más años. Muchos muchachos estudiarán algunas de las 9.521 carreras que hoy ofrece el ?mercado??, de las que sólo este año se han sumado 1.121. Numerosas resultarán sólo un espejismo dramático que, además de endeudarlos lastimosamente, los mantendrán por años como cesantes ilustrados buscando trabajar ?en lo que sea??. Muchos otros habrán quedado en el camino abandonando sus carreras; en buena parte porque más de 100.000 jóvenes egresan cada año de cuarto medio incapaces de entender lo que leen, según calificados expertos.
Se dice también que en pocos lustros el país ha visto aumentar sus estudiantes universitarios en más de 20 veces, hasta bordear hoy el millón. Es verdad. Por eso mismo han llegado a ser insostenibles el problema educacional y los factores que lo causan. Entre éstos, que el sistema político vea hoy a la educación como un ?bien de consumo??, según lo ha afirmado el propio Presidente de la República, y no como un derecho fundamental de la persona y la sociedad, según partieron por reconocerlo antaño inolvidables Mandatarios.
Y si hoy se la trata como un ?bien de consumo??, no es extraño que de manejar el financiamiento de la educación se encarguen los bancos, a quienes el Estado traspasa fuertes recursos con los que lucran a la vez que ahogan a las familias, mediante los altos intereses de sus créditos estudiantiles.
Seis meses de porfía en las movilizaciones han hecho ceder la negativa inicial a siquiera considerar una posible gratuidad para la educación superior; hoy las autoridades la están ofreciendo hasta para el 60% de los alumnos más modestos. Mucho han logrado así los muchachos, frente a un Estado en cuyas aulas se formaron antaño en forma gratuita hasta los presidentes de la República, cuando se entendía justamente que uno de los deberes primordiales del Estado es educar a sus hijos.
¿Una Iglesia en el limbo?
Pero frente a esta obligación y derecho respectivo ?así como ante otras aristas graves del problema- pareciera que nuestra jerarquía eclesiástica sólo tiene que decir verdades de perogrullo como éstas: que ?para mejorar la calidad de la educación y asegurar su acceso a todos los niños y jóvenes no basta la inyección de recursos económicos ni mejorar la infraestructura o cambiar leyes??, sino que son necesarias además ?la formación integral de los estudiantes??, ?la continua capacitación de los docentes y una labor de mutua cooperación entre la escuela y la familia??.
Nada parecen tener que aportar nuestros obispos respecto de los graves obstáculos que en el Chile de hoy impiden llegar a tan idílicos objetivos. Como tampoco frente al propio papel educador de la Iglesia, que ha sido por más de cuatro siglos actor primordial en la educación de los chilenos.
Nada tienen talvez que decir, porque ha pasado demasiado tiempo desde que el insigne Juan XXIII proclamó a la Iglesia ?Madre y Maestra??, y aportó luces y caminos consecuentes para que lo fuera.
Simplemente, decepcionante.