CELIBATO. José Aguilar

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Diario de Cádiz

El cardenal brasileño Claudio Hummes ha entrado en el Vaticano como prefecto de la Congregación para el Clero acompañado de polémica: concedió una entrevista en la que admitía que, aunque el celibato de los curas forma parte de la historia y la cultura de la Iglesia Católica, se puede replantear porque “no es un dogma, sino una norma disciplinaria”. Más tarde, asustado por la polvareda levantada, afirmó que la cuestión no está en el orden del día en este momento.Aunque no soy parte afectada –ni por activa, ni por pasiva ni por perifrástica– pienso que la cuestión del celibato sacerdotal está en el orden del día del catolicismo desde hace siglos (otra cosa es que la jerarquía se niegue a verlo).

Prácticamente, desde su implantación, que no tuvo nada que ver con Jesucristo, quien no se refirió a la iglesia más que como comunidad de creyentes, nunca como institución.Pero volvamos al celibato. Digo que Cristo no se refirió nunca a que los sacerdotes hubieran de permanecer célibes. Fue la iglesia que siguió su doctrina, una vez erigida en poder temporal desde Constantino, la que impuso el celibato varios siglos después de la crucifixión de aquél.Era tan incumplida la norma que en plena Edad Media existía la institución de la renta de putas, un dinero que tenía que abonar al obispo todo sacerdote que transgrediese el celibato.

Pagaban y mantenían sus queridas.Es una pena que la Iglesia de Roma tarde tanto –a veces, siglos– en percatarse de que algunas de sus costumbres son extraordinariamente erróneas. Digo bien: costumbres, hábitos y tradiciones. En los dogmas no me meto, por ignorancia y porque la esencia de una religión son los dogmas, en los que se cree o no se cree, y no hay nada más que hablar. La equivocación está precisamente en convertir un hábito que surgió históricamente para responder a alguna necesidad –o a algún capricho– en un dogma cuya infracción expulsa al infractor de la propia comunidad de los creyentes.

Con esta autolimitación la Iglesia tal vez gana en dedicación de sus sacerdotes, pero pierde mucho más: restringe las vocaciones en una época en que no abundan precisamente, priva a sus mejores hijos de un desarrollo pleno de su personalidad, los convierte en gente innecesariamente distinta a los cristianos de base y favorece sin querer conductas desviadas de las que los periódicos se hacen eco con escándalo mayúsculo.Escrito sea con todo respeto para las personas que sientan el celibato como necesario, imprescindible e inmutable.

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