CARTA AL CARDENAL TRUJILLO. Rafael Fernando Navarro

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?El estado español es un estado totalitario?? (Cardenal Trujillo)

Señor Cardenal: desconozco su nombre y su dirección. Tal vez por eso nunca le llegue esta carta. No me preocupa. Hay mucho ?trujillo?? por estos mundos de Dios y alguno la leerá. Dice Usted que España ES un estado totalitario. Me hubiera gustado escuchar esa definición hace cuarenta años cuando muchos hombres y mujeres, cristianos y no cristianos, luchábamos por un trozo de libertad.

Cuando los fusilamientos, cuando las cárceles, cuando los tribunales de orden público?? Pero por entonces los ?trujillos?? pensaban que era bueno que España fuera lo que era, que había que pasear al dictador bajo palio, que debían ser nombrados Obispos los que el general proponía, que los Obispos debían ser diputados en Cortes, que todo era consecuencia de una cruzada contra elementos judeomasónicos. Que la cárcel de Zamora, donde encarcelaban a los curas rebeldes, era un lugar de purificación para aquellos díscolos que se atrevían a pedir pan y justicia. Eran los tiempos de Vallecas, del Pozo del Tío Raimundo, del Padre Díez Alegría, del Padre Llanos, de Monseñor Alberto Iniesta, del Tarancón que liaba cigarrillos de picadura y al que querían llevar al paredón. Me hubiera gustado en aquellos años escuchar que España era un estado totalitario como de hecho denunciaban algunos hombres buenos de la jerarquía eclesiástica. Pero entonces eran linchados por el régimen. Pablo VI supo mucho del desprecio que le propinó el católico general. Usted, señor Cardenal, ha confundido el tiempo del verbo. España FUE un estado totalitario. Desde el año 75 España ES, con todas sus miserias, pero con toda su grandeza, un estado democrático. Tal vez Usted no valore el cambio porque pertenece a un Institución absolutamente jerarquizada, vertical, piramidal. Ni los párrocos, ni los obispos, ni por su puesto el Papa son elegidos por sufragio de la Iglesia. Son impuestos. Los unos por la autoridad de los que mandan y el Papa por la decisión de los PRINCIPES de la Iglesia que lo nombran JEFE del Estado vaticano entre otros muchos títulos. ¿Me puede decir de verdad, señor Cardenal, que todo esto corresponde a la voluntad del Jesús humilde, hijo de la humilde María y de un humilde obrero de pueblo? Desde esa óptica, ¿cómo puede Usted tachar de totalitario a un gobierno elegido por los votos de los ciudadanos? ¿Cómo puede recriminar de totalitarismo alguien que margina (por no decir desprecia) a la mujer y no le permite ejercer ningún cargo de responsabilidad porque ha sido vista históricamente como alguien o algo maldito? Sinceramente, Señor Cardenal, ¿brota esta visión del evangelio o de un machismo innombrable, ahistórico y recalcitrante? ¿Puede tachar de totalitarismo una jerarquía que condena sistemáticamente a todo el que no acepta una concepción meramente ?espiritualista?? del hombre y se empeña en rescatar a los más pobres del hambre, de la opresión, de la incultura, de la miseria? Una Iglesia que condena la teología de la liberación condena simultáneamente a dos terceras partes de la humanidad a la que ella defiende. ¿No será totalitarismo constreñir las conciencias de quienes utilizan preservativos condenando a millones de seres a padecer el sida? La solución única no es la castidad porque el ser humano no es la suma ni la añadidura de materia más espíritu. El maniqueísmo que la Iglesia condenó hace siglos la terminó infectando y enferma de maniqueísmo sigue. El hombre es una trinidad indisoluble: cuerpo, espíritu y amor. ¿No es contradictorio predicar el amor universal y condenar al desamor a millones de homosexuales y lesbianas? ¿De dónde nace, Señor Cardenal, la bondad de la heterosexualidad y la perversidad de la homosexualidad? No me responda que brota de la propia naturaleza porque Usted sabe, debe saber, que la naturaleza no es un parámetro estático, sino dinámico. El hombre no ?es??, sino que ?deviene??. Y no se trata de confrontar un relativismo perverso con verdades cerradas sobre sí mismas. Entre ambas posturas, existe la libertad ancha de los hijos de Dios, la marea del amor comprensivo, acogedor, refrescante. No es cuestión de ?condescender??, sino de coincidir gozosamente en la luz de la resurrección. Atentamente le saluda un pobre buscador de luz, amor y esperanza.