«Cuando las situaciones comienzan a hablar
y las personas escuchan sus voces,
entonces emerge el mundo sacramental»
La felicidad de compartir
El pasado día 13 de abril, Carmeli recibió el Premio Extraordinario «Averroes de Oro, Ciudad de Córdoba 2007, a los Valores Humanos y Concordia». Yo la había llamado mucho antes de saber esta noticia, allá por Navidad… Pero que sea Carmeli la que hable:
«Suena el teléfono y oigo la voz de mi amigo ?el Pope?. Me pide que escriba un artículo para una revista. Al momento me quedo sorprendida. Y después pienso que no vale la pena negarme puesto que en mi vida sólo intento dar una respuesta como cristiana a Jesús y a mis hermanos a los que amo.
Todo comenzó cuando estuve ingresada [como familiar ayudante] con mi hermano [Luis Javier], completamente paralítico durante seis años. Allí, tanto mi hermano como yo éramos unos privilegiados: mis padres nos podían pagar una habitación particular. Esto conllevaba unos pocos privilegios, aunque en honor a la verdad nos pasábamos el día en las salas comunes. Allí conviví con muchas personas de distintas clases sociales, la mayoría con una gran calidad humana que me ayudaban con su cercanía. Por una serie de circunstancias, no tenían tanta facilidad como mi hermano y yo para estar con sus familias.
Al morir mi hermano y después mis padres, una nueva etapa en mi vida se me presentaba de nuevo. Aunque ya era mayor, aún me encontraba con fuerza para caminar con los demás. Opté por acompañar a los enfermos y familiares que se tenían que desplazar a Córdoba. El ?Reina Sofía? se estaba convirtiendo en un Hospital de gran importancia, sobre todo por los trasplantes. Esto le suponía, tanto al enfermo como a sus familiares, grandes soledades y afrontar grandes gastos.
Mis padres tenían un piso muy cerca del Hospital y no dudé en dejar el piso donde había vivido con mis padres para que a la gente le fuera más fácil, por la cercanía, venir a casa. Todo comenzó hace 21 años. Comparto mi vida y camino con ellos. Yo les proporciono la llave de casa para que puedan venir a la hora que quieran. Han pasado de muchos países y razas. Ellos me han enriquecido, tanto por su distinta religión como su distinta manera de pensar.
El pensar y sentir que Dios es mi Padre y, como consecuencia, todos somos hermanos, es una realidad que vivo cada día. Para mí el mensaje central del Evangelio es amar a los demás como yo me siento amada por el Padre. Os puedo asegurar que me siento feliz compartiendo lo que tengo y lo que soy.»
Hasta aquí el relato de Carmeli. Escueto, fascinante por su poderosa vivencia evangélica, sobrecogedor e interpelante desde su sencilla y gozosa «rutina» diaria.
Yo conocía a Carmeli desde Granada, allá por los años setenta, en mis tiempos de cura obrero. Sus padres vivían cerca del bloque en construcción donde yo trabajaba. Más de una vez, me buscaba Carmeli a la salida del trabajo y nos íbamos a su casa para charlar un rato y visitar a sus padres… Pero ésta es otra historia. La familia se trasladó a Córdoba y perdimos el contacto, aunque yo seguía de lejos sus actividades y sus osadías. Un día pensé que valía la pena dar a conocer esta historia tan sencilla y tan fantástica.
Carmeli me invitó a una paella en su casa. Me entregó su «escrito», a mano, porque eso de la informática le viene muy grande. Mientras comíamos, me sentía desbordado por la paella tan exquisita y por la cantidad de anécdotas que iba desgranando con esa sencilla fluidez comunicativa que le caracteriza y que la hace tan cercana. Imposible digerirlo todo. Mientras Carmeli hablaba, yo tenía la serena experiencia de la compañía de Dios con nosotros.
Al cabo de un tiempo, volví a telefonearle. Ya adopté mis precauciones para ir tomando nota de todo cuanto dijera. Carmeli desborda y resiste cualquier parecido con una entrevista periodística. Ella habla de sus experiencias, tan humanas y tan humanizadoras, y de sus vivencias, tan desconcertantemente sencillas y tan cristianas. Te deja embobado. No logras reponerte de una frase o de una anécdota cuando ya han llegado otras dos o tres. Su riqueza humana es descomunal. Su sentido del humor, tan cordobés (¡de Montilla!), me recuerda a su padre, aunque él tenía un hablar pausado y contemplativo. En eso no le ha salido a su padre.
A continuación, intento resumir en pocas palabras la avalancha de anécdotas y experiencias que Carmeli me iba contando y que yo transcribía telegráficamente.
-¿Cuánta gente ha pasado por aquí?
-¡Miles! Imposible recordarlos. Llegué a tener hasta cuatro pisos. Un total de 30 camas. Después, Cáritas empezó a abrir pisos y ahora sólo tengo el mío, lo que puedo abarcar. Tengo seis camas en tres habitaciones.
-¿Cómo se te ocurrió esta iniciativa?
– El tema surgió por mi madre. Le tuvieron que cortar las dos piernas. En todo ese proceso, me hice muy amiga del médico especialista. Cuando decidí dedicarme a esto, me encontré un día por el pasillo del hospital a todo el equipo.
–¡Que me quiero dedicar a esto!
?Magnífico!, me respondieron a coro.
–¡No, pero en tu casa, no!
?Pues sí, en mi casa. Después me di cuenta que la fórmula más cómoda y rápida era a través de las trabajadoras sociales del Hospital.
-¿Me puedes decir algunos países de donde viene la gente?
?De Marruecos, muchísimos. También han venido de Guinea, de Francia, de Rumania, de Rusia… Pienso que de todos o casi todos los pueblos de la provincia de Jaén. Gitanos ¡muchísimos! De todos los lugares. Además de casi toda Andalucía, han venido también de Barcelona, de Galicia, de Valencia, de Palma de Mallorca, de la isla de La Palma…
-Bueno, también de todos los países sudamericanos: argentinos, colombianos, bolivianos, chilenos, ecuatorianos… (Carmeli va enzarzando infinidad de anécdotas que le van surgiendo a medida que afloran sus recuerdos.) -¡Hasta un filipino! Simpático y graciosísimo.
-¿Y tienes algún tipo de organización, alguna norma…? ¿Cómo funciona tu sistema de acogida?
?Todo lo que tengo lo comparto. No pongo ni una norma, ni horas de comida ni horas de llegada. He duplicado más de 200 llaves de mi casa. Algunas familias se las llevan y cuando vuelven, al cabo de seis meses, -¡no, si tenemos la llave!
-A veces, no sé la gente que duerme en mi casa. Hace poco me encontré a un señor por la mañana y le digo:
?Yo a Vd. no lo conozco.
?No. Es que soy el tío del niño que se operó el otro día. Su padre ha tenido que irse y yo he venido para sustituirlo.
-Nunca he pedido el carné a nadie. A veces, la gente me lo ha querido enseñar.
–¡No! ? Pero Vd. no me conoce.
–Vd. es mi hermano o mi hermana. Con eso tengo bastante. (Carmeli subraya un hecho desconcertante)
-Nunca me ha faltado nada en mi casa. ¡En 21 años! Y allí está todo a la vista… Más bien los «huéspedes» se sienten guardianes de la casa. Me cuenta riendo que un día llegó su hermano Matías (jesuita). Venía cansado del viaje y sabía que su hermana no estaba en el piso. Entró en la habitación de Carmeli y se echó en la cama para descansar un rato. Rápidamente llamó alguien a la puerta:
-¡Oiga! ¿Qué hace Vd. ahí? ¡?sa es la habitación de Carmeli!
Y comenta Carmeli:
?Mi hermano tuvo poco menos que excusarse por haber entrado en mi habitación.
–Las familias que pasan por aquí vienen, por lo general, en situaciones dramáticas. Padecen casi siempre graves y hasta extremas carencias económicas. Y, además, tienen que hacer frente a una larga enfermedad o a un trasplante con período largo de recuperación. Ante estas circunstancias de fragilidad y desamparo, agradecen hasta lo indecible la acogida, la cercanía y el cariño.
Carmeli se explica a través de casos concretos:
–Vino una mujer marroquí. No sabía nada de castellano. Todo el tiempo que pasó aquí nos entendíamos con gestos. Yo la abrazaba, le daba ánimo, la atendía lo mejor que podía. Cuando volvió a Marruecos, le comentaba a una prima suya que había sido el enlace para venir hasta aquí:
–Yo no entendía nada de lo que me decían, pero allí me han dado mucho cariño.
Las tragedias, por desgracia, están a la orden del día.
?Un enfermo de médula sabe que, si recae tras el trasplante, es muerte segura. Una muchacha a quien acaban de darle la noticia:
-Carmeli, he recaído… Y se echa a llorar. Carmeli se queda con ella, la acompaña, le da cariño… Y me dice Carmeli, emocionada:
-Al final, las dos terminamos cantando: «Dios está aquí… Tan cierto como el aire que respiro».
-Otro matrimonio. La madre sabe que se muere. Le pide a Matías que vuelva a casarlos el día de San Valentín. Los «casa» y a ella le da la unción de los enfermos… Muere en paz. Todavía quedaba el trago de la hija, de unos 22 años, y muy enferma también. Carmeli y Matías habían ido a Almería para visitarla. Murió estando ellos allí…
-¿Es que sigues en contacto cuando vuelven a sus casas?
?Me quedo con el teléfono de las familias que pasan por aquí. Las llamo después para un seguimiento, si las cosas van bien. Si ha habido muerte, pues una llamada de cercanía a la familia. Claro, me llaman a montones por mi santo.
-¿Problemas de alimentos con familias musulmanas?
?Pues no. Por ejemplo, una familia marroquí que hizo de esta casa su casa, debido a un largo trasplante de un familiar. Ellos hacían la comida por su cuenta. Unas veces yo comía con ellos y otras veces yo hacía una paella sin carne y comíamos todos.
Carmeli subraya una experiencia personal que yo conocía de antiguo. Lo afirma con un aplomo y una seguridad sorprendentes:
–La familia que tiene un niño enfermo, si lo integran y lo asumen en la estructura familiar, es un regalo de Dios. Las anécdotas de su hermano Luis Javier estremecen. A ella le repetía:
?Hermana, tengo muchas ganas de ver a Dios cara a cara. Y poco antes de morir, sin saber de dónde tenía fuerzas, cantó: ¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!
¡Gracias, Carmeli! Tu vida toda es una oxigenación de optimismo y esperanza.