Enviado a la página web de Redes Cristianas
Héctor, con relación a tu artículo [mayo 25, 2015] sobre el proceso que ha seguido la burocracia vaticana para entorpecer la canonización de Oscar Romero quiero agregar algunos comentarios. Para mí, el tema de las canonizaciones como procedimiento y como escenario donde actúan los criterios, prejuicios, valores y cálculos de quienes lo dirigen, es fuente de permanente fascinación.
La mayoría de las canonizaciones de los últimos tiempos tienen un componente muy marcado de relaciones públicas y propaganda. Hacer santo a alguien es como escoger una reina de belleza o arreglar un campeonato de futbol para emocionar, entusiasmar y crear lealtad de grupo entre la fanaticada. Las emociones que despierta la Madre Laura o el Padre Marianito son similares a las que despierta un gol de James Acosta. Por supuesto, una cosa son las emociones populares y otra la realidad de las personas consideradas santas. Hay muchas ?en el santoral, conocidas y desconocidas de las masas- que merecen nuestro reconocimiento y admiración porque practicaron valores humanos y cristianos que hicieron mejor el mundo en que vivimos.
Pero hay unas canonizaciones que se vuelven emblemáticas porque reflejan mejor la mentalidad de las autoridades que manejan el proceso de reconocimiento canónico de individuos que teóricamente han practicado las virtudes cardinales en un grado heroico.
Si tú comparas el caso de Romero con el de Tomás de Canterbury, el de Tomás Moro y el de Juana de Arco, verás a que me estoy refiriendo. Tomás de Canterbury murió por proteger los derechos de los clérigos criminales frente a la justicia secular, administrada por la corona inglesa. Moro murió por defender la jurisdicción de la Curia sobre el contrato de matrimonio. Hay que reconocer que el primer Tomás ejerció una valentía frentera. El hombre tenía cojones. Moro en cambio vivió y murió haciendo argumentos de abogado, tratando de no comprometerse, de no confrontar, de no dejar documento o expresión que pudiera usarse como prueba contundente contra él. De hecho, se necesitó otro abogado que retorciera las leguleyadas de Moro para ?probar?? judicialmente que había traicionado a su rey y condenarlo a muerte.
El de Juana de Arco, comandante militar en la Guerra de los Cien Años, es un caso increíble. Juzgada y condenada por curas, vuelta a juzgar y encontrada inocente por otros curas, curas que, por su parte, no eran ministros del altar sino hombres de mundo, príncipes ricos e influyentes, que se habían apropiado los poderes religiosos para ejercerlos como refuerzo de su poder político y económico y que aún así eran reconocidos como miembros legítimos de la jerarquía eclesiástica. Ambos juicios, además, fueron políticos. En el primero Juana fue condenada para hacerle daño al pretendiente de la corona francesa; en el segundo fue declarada inocente para hacerle daño a la corona inglesa y a sus aliados franceses; en ningún momento tuvo importancia la persona misma de Juana sino en la medida en que sus acciones y palabras jugaban en manos de sus jueces para legitimar procesalmente la decisión que ya habían tomado con respecto a su culpa o su inocencia.
La canonización de Juana, sin embargo, nos hace prestar atención a su papel de intermediaria entre la divinidad y los ejércitos franceses: santos guerreros le enseñaron las estrategias que debía usar en el campo de batalla para salvar la corona del Delfín, un príncipe incompetente, cobarde e inmoral, en una pelea con otro príncipe igual aunque no cobarde. Ambos, debemos tener en cuenta, eran cristianos y súbditos de la misma iglesia. Su canonización a principios del siglo XX nada tuvo que ver con quien ella fue realmente; fue un reconocimiento y celebración del mito en el que se había convertido para el pueblo francés como encarnación ideal del soldado nacional.
Tenemos así tres individuos declarados santos cuyos méritos personales son realmente irrelevantes -digan lo que digan los burócratas vaticanos-. Dos cosas importan en su caso: la causa por la que murieron y la persistencia de consideraciones seculares en los procesos de canonización.
En contraste con eso vemos el manejo de la vida y méritos de Oscar Romero. Mártir, como tú dices, por una causa realmente cristiana: la justicia, la misericordia y la compasión hacia el pobre y el débil. ¿Qué más cristiano que eso? Pero su posición implicaba una crítica de fondo a la ética política de un gobierno y una élite aliados de la burocracia vaticana. De ahí la oposición de ésta a su canonización.
Es muy diciente el simbolismo de los actos de desagravio público por los asesinatos de Tomás de Canterbury y de Oscar Romero. En el primer caso Enrique II, autor intelectual y beneficiario del asesinato de Tomás, tuvo que hacer penitencia pública ante su tumba. En el segundo caso, la imagen de Juan Pablo II arrodillado ante la tumba de Romero, ocupando el puesto que correspondía a los gobernantes, comandantes del partido Arena y personajes más prestantes de la sociedad salvadoreña, es la antítesis de Canossa.
No quiero profundizar en el caso de Escrivá ?a quien tú mencionas- porque su canonización ofende el sentido de decencia más elemental y simple. Es que ese ni siquiera se compara a los dos tomases y a Juana. Escrivá, regordete, muelle, viviendo la farsa brillante y de celebrity de una vida virtuosa en público, transmitiendo en privado valores anticristianos, no tiene derecho a ser considerado par de los que murieron por sus convicciones, así estuvieran equivocados en lo que creían.
Mientras tanto en Colombia se vive una situación similar con la muerte, entre otros, del padre Tiberio, de Trujillo, Valle. Murió mártir por predicar y vivir valores esenciales, fundamentales, trascendentalmente humanos y cristianos. Pero la jerarquía nacional -y sus aliados en las élites- prefieren promover a alguien completa y totalmente inane como Marianito, cuyas virtudes, vida y manera de muerte no amenazan el statu quo ni ponen en tela de juicio la moral pública de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas y de las élites en cuyo nombre ejercen el poder.
Y esto es todo por hoy, mi querido amigo. Sigue adelante con tu trabajo de divulgación de los textos cristianos importantes para la sociedad contemporánea,
[blosluismejia.blogspot.com]
Mayo 26 de 2015