Su doble condición de obispo de una diócesis vasca y ‘número uno’ del Episcopado español obliga al prelado abulense a un precario e incómodo equilibrio
Ricardo Blázquez ha salido reforzado de la última Asambleas Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que aprobó un polémico documento con unas reflexiones morales sobre la situación en España, pero muy alejado de los parámetros maximalistas de su primer borrador. El presidente del Episcopado y obispo de Bilbao cumplía así la sugerencia del nuncio del Vaticano, Manuel Monteiro de Castro, de mantener la unidad episcopal, y suavizaba, con ayuda del arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, y otros compañeros de la jerarquía -la pluma de Juan María Uriarte se intuye en los contrapesos-, un texto que había despertado recelos en el País Vasco. Un equilibrio que el prelado abulense debe mantener en todo momento, como bisagra de diferentes sensibilidades, entre Madrid y Euskadi.
En la Conferencia Episcopal parece calar, como un sirimiri pertinaz, el ‘estilo Blázquez’, que ya ha tenido oportunidad de aplicar en el País Vasco. «Trabaja a largo plazo, con calma, y tiene mucha capacidad de aguante, de resistencia», constata un colaborador cercano. Frente a quienes esgrimen un discurso tronante, él exhibe un tono dialogante, de limar aristas, lo que le hace ganar adeptos. Su línea, más abierta que la de otros compañeros en un Episcopado tan conservador, le ha permitido reforzar su autoridad moral y ganar adhesiones a su causa, pese a que no descolle con intervenciones de relumbrón.
Bloquear la ‘línea Rouco’
La última instrucción sobre la realidad de España ha sido un nuevo test para medir su nivel de apoyos tras su apurada elección como presidente de la Conferencia. En aquella ocasión, su candidatura salió adelante con el respaldo de un grupo de obispos que pretendían cortar el acceso a Antonio Rouco para un tercer mandato tras haber hecho del terrorismo y de los nacionalismos su bandera, en una posición que sintonizaba con la estrategia del PP. La negativa de los obispos a firmar el Pacto antiterrorista y la pastoral de los prelados vascos que cuestionaba la ilegalización de Batasuna habían llevado al cardenal gallego a tomar el control de un magisterio que antes descansaba en los palacios episcopales de Euskadi. La primera Instrucción sobre el terrorismo tuvo luz verde, pero con los «votos particulares» en contra de los prelados del País Vasco.
La llegada de Blázquez a la presidencia ha servido para que la segunda parte de esa estrategia, un documento con la definición de la unidad de España como «bien moral», tuviera salida, pero con una expresión muy rebajada en su conjunto. Los observadores interpretan este resultado como una baza a favor de Blázquez en la Conferencia Episcopal, donde se estaría conformando, en un giro lento y suave, una nueva mayoría que apostaría por la moderación.
Y pese a que Ricardo Blázquez mantiene un perfil bajo, «porque no busca la proyección social, ni le gusta hacer politiquerías», según sus valedores, ese flanco débil lo aprovechan otros, «que buscan el reconocimiento y los honores, que se reparten las tribunas de los foros influyentes, los ‘honoris causa’ y las sillas de las academias», reprocha un analista. Esta misma semana, Rouco ha sido nombrado miembro del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano y el cardenal Cañizares ingresó como miembro de número en la Real Academia de Historia.
Viajar más a Roma
«Tendría que viajar más a Roma», advierte la misma fuente, consciente de que la capital del Tíber sí es frecuentada por los cardenales Rouco y Cañizares. ¿Es el hombre de Roma?, se preguntan los observadores, mientras los mandos de las curias hacen sus propias cábalas. «Ratzinger le conoce personalmente y sabe cómo es, pero en el Vaticano reina ahora un cierto desbarajuste. Parece que todavía no han completado la transición tras la muerte de Juan Pablo II», señalan.
En medios eclesiales dan por hecho que tiene los días contados en el País Vasco y que se merece ya unos galones. Mientras, se las compone como puede para mantener un precario equilibrio entre los ‘halcones’ de Madrid, que le miran por el rabillo de la identidad española, y los próceres de Euskadi, que le marcan por el de la identidad vasca. El discurso grueso de la CEE requiere más matices en el País Vasco. Las declaraciones de Blázquez, unos las ven como ‘número uno’ de los obispos españoles, pero otros las reciben como las de un prelado de una diócesis vasca. Lo cierto es que su presencia en la Casa central de la Iglesia sirve como elemento «protector» de las posiciones del episcopado vasco.
Las intervenciones de Ricardo Bázquez siempre son para atemperar. Incluso puede hacer concesiones. Su apoyo a la polémica pastoral ‘Preparar la paz’ de 2002, en las que se advertía de las «consencuencias sombrías» que podría acarrear la ilegaliazción de Batasuna, algunos la interpretaron como una cesión en un momento en el que necesitaba aliados. Pero muchos otros no olvidan su decisión, nada más llegar a la diócesis de Bilbao, de presentarse en los funerales de un policía asesinado por ETA en Basauri, en una iniciativa con muy pocos precedentes, que alarmó, entonces, al sector más nacionalista de la curia y del clero. Luego ha habido otros movimientos no menos audaces.
Blázquez siempre ha apostado por el diálogo con el Gobierno, sin renunciar a la defensa de la identidad cristiana, sobre todo en temas que afectan de manera directa a la doctrina y al magisterio de la Iglesia. El Gobierno, decidido a neutralizar la beligerancia de una parte de la jerarquía y del ‘hinterland’ más conservador, le apoya como interlocutor. En Moncloa y en el PSOE han valorado de manera favorable su papel integrador para «desactivar» la última instrucción pastoral, pese a que incluya censuras de calado a la política del Ejecutivo socialista.
Desde el Gobierno se siguen con lupa todos los episodios que se producen en el seno de la CEE para medir el respaldo con el que cuenta Blázquez. En esa línea, se valora su talante «conciliador» y su temple «moderado», pero se echa en falta una «visibilidad» mayor del obispo en las negociaciones abiertas entre la Iglesia y el Ejecutivo, en las que la interlocución -como en el caso de la educación- ha sido acaparada por el cardenal Cañizares.
En Moncloa se mira también a Roma -próximo destino de un nuevo viaje de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega- en espera de algún movimiento que refuerce la posición de Ricardo Blázquez, cuya línea de diálogo fue bendecida por Benedicto XVI en su reciente viaje a Valencia.