Entre el 20 y el 31 de marzo se está llevando a cabo en Curitiba, Brasil, una importante reunión mundial de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, que profundiza puntos de la Convención sobre Diversidad Biológica de 1993 adoptada por 188 países. Este encuentro es el más importante de todos los organizados por la ONU, pues se trata, en el fondo, de discutir las estrategias para salvaguardar la vida contra las amenazas que pesan sobre ella. A partir de la Cumbre de la Tierra o Eco-92 de Río de Janeiro, el tema ha ido adquiriendo centralidad y ha sido objeto de innumerables documentos oficiales, especialmente del Protocolo de Cartagena sobre bioseguridad de los años 2000 y 2003.
El documento preparatorio de Curitiba, organizado por especialistas de la ONU y del Ministerio brasileño del Medio Ambiente para lo que se refiere a Brasil, define así la biodiversidad: «el conjunto de toda la vida del planeta Tierra, incluyendo todas las diferentes especies de plantas, animales y microorganismos (estimadas en más de 10 millones de especies), toda la variabilidad genética dentro de las especies (estimada en 10 a 100 genes por especie) y toda la diversidad de ecosistemas formados por diferentes combinaciones de especies. La biodiversidad incluye los servicios ambientales responsables del mantenimiento de la vida en la Tierra, de la interacción entre los seres vivos y de la oferta de los bienes y servicios que sustentan las sociedades humanas y sus economías».
Estudiando los distintos documentos quedamos sorprendidos por la minuciosidad de las iniciativas en favor de la vida. Incluso se ha asumido un tratamiento sistémico y holístico con la conciencia de que todos los ecosistemas son interdependientes y el propio ser humano con su diversidad cultural es reconocido como parte integrante de ellos. Solamente con esta perspectiva integral se preserva la naturaleza y se garantizan beneficios para los seres humanos de forma justa y equitativa.
¿Por qué este cuidado con la preservación de la biodiversidad? Porque los estudios de los últimos años sobre el estado de la Tierra nos han dado las dimensiones reales de las amenazas que se ciernen sobre el sistema de la vida. El tipo de civilización que se ha impuesto en los últimos trescientos años, hoy mundializada, implica una explotación ilimitada de todos los recursos del Planeta, una extinción aterradora de especies (más de tres mil al año), un modo de producción que pone en tensión todos los ecosistemas, pues poluciona el aire, envenena los suelos, contamina las aguas y acentúa los componentes químicos de los alimentos. Nuestro patrón de vida es expoliador y consumista, utilitarista y antropocéntrico. Ve la Tierra como un mero baúl de donde sacamos los recursos que nos son útiles, sin respetar el valor intrínseco de los seres y sin conciencia de que formamos con ellos una comunidad cósmica y biótica.
Lamentablemente, casi todas las iniciativas propuestas por la Convención han dejado sin tocar este sistema intrínsecamente destructivo. Abandonado a su propia lógica puede destruirnos a todos. Pero se ha hecho una excepción: el texto-base de la II Conferencia Nacional del Medio Ambiente de diciembre de 2005 asume claramente la crítica de este paradigma. De manera realista, todavía dentro del sistema, se empeña en reducir su destructividad ecológica, apoyando las tendencias de ruptura con él y promoviendo formas alternativas de producción y consumo.
Esta visión, en el país de mayor biodiversidad del Planeta, representa una significativa esperanza de un futuro prometedor.
Leonardo Boff