Anomalías litúrgicas -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Llevo tanto tiempo desazonado con el devenir de la Liturgia en nuestra Iglesia de/en España como los años que han pasado desde el término del Vaticano II hasta nuestros días. Todos estábamos enterados de que el Concilio, en su plan de reforma litúrgica tenía previstas tres etapas, para no provocar un brusco y repentino cambio de timón: los períodos a), b), y c), que irían implantándose según el ritmo de aceptación y comprensión que el pueblo cristiano demostrara.

La Liturgia fue la primera que abordó el Concilio, por la tremenda visualización, y la consecuente repercusión de la misma, por su alto sentido pedagógico, y su consecuente eficacia. No recuerdo todos los cambios de los que nos informaba el padre Garrido, o.s.b., monje benedictino de la abadía del Valle de los Caídos, perito conciliar, y profesor nuestro de Liturgia en esos días de pos-Concilio.

Lo que sí recuerdo con seguridad es que los cambios no pasaron de la primera etapa, en la que nos hemos mantenido hasta nuestros días. Pero me vienen a la mente detalles como que el ofertorio, mal ubicado después de las preces de los fieles, pues su localización acertada es inmediatamente después de la Consagración, (como vemos nítidamente en la Plegaria Eucarística nº II, («Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia», donde se aprecia, sin género de dudas, que lo que ofrecemos es «el pan de vida», -el Cuerpo de Cristo-, y «el cáliz de Salvación», -la sangre de Cristo.

Con lo que quedan desechados los balones y los bolígrafos de los chicos, los picos y linternas de los mineros, y toda la parafernalia que tan pródigamente nos ofrece la 2 de Televisión española en las retrasmisiones del «Día del Señor», todo ellos en un afán poco, o nada teológico, y, en mi opinión, un poco esperpéntico, de una falsa humanización del misterio Eucarístico). en el grado b), el ofertorio, simplemente, desaparecería, tal como hoy está-Algo parecido sucede con el Gloria, una simpe repetición un poco camuflada de la Anáfora, un bello himno que gustó a los que lo conocieron por el siglo XIV, y no seles ocurrió cosa mejor que incorporarlo a la Eucaristía. Este proceso se repitió en demasiadas ocasiones, hasta desfigurar el esquema de la celebración, alejándola cada vez más de la hermosa simplicidad de la que nos describe san Justino en el siglo II.

Estas añadiduras se ensañaron, sobre todo, con las fórmulas penitenciales, hasta convertir la Fiesta de la Eucaristía, un banquete fraterno, en el que antes de comer, se escuchaba y compartía ampliamente la Palabra de Dios, en una insufrible letanía suplicante, casi obligando al perdón de Dios de tanta insistencia. Fórmulas que han ido haciendo olvidar al Pueblo de Dios la Misericordia divina, y la gratuidad del perdón, y de la salvación. El Concilio Vaticano quiso restaurar el sentido comunitario de la Penitencia, para lo que invitó, e inspiró, a realizar celebraciones comunitarias del perdón, en liturgias específicas penitenciales, al mismo tiempo que acentuó el aspecto cuasi-sacramental del rito penitencial del inicio de la Eucaristía. Pero eso iba acompañado, en las sucesivas etapas, con la supresión de la inadecuada, inoportuna, e insufrible repetición de fórmulas de petición de perdón.

En la celebración actual, encontramos todavía más momentos penitenciales momentos penitenciales: en la Plegaria Eucarística 2ª, si se proclama el Gloria, otros dos, en la repetición de «Tú, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica». (El Credo, sin embargo, pieza de los primeros siglos de la Iglesia, no tiene ninguna nota penitencial). Pero seguimos: en las oraciones de enlace entre el Padre Nuestro, y la Comunión, hay otras dos fórmulas de penitencia, «Señor …para que , ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado, …» ; Y en la siguiente oración, otro pedido penitente, «no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia …»

Y todavía nos quedan las dos invocaciones penitenciales más insistentes y apremiantes: «Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros», dos veces, y, `para acabar, «cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la Paz». Y para completar esta sinfonía penitente, la invocación inmediatamente, anterior a la Comunión: «Señor, no soy digno de que entres en mi cas, pero una palabra tuya bastará para sanarme», precedida de esta invitación del presidente, penitencial, como no podía dejar de ser: «?ste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo0, …, etc. No sé qué pensáis. Ml opinión es que asistir alegremente a una banquete de Gloria y alegría, y encontrarte, más bien con una retahíla de momentos penitenciales, seis, exactamente, tres de ellos con triple invocación penitencial, y otras dos con dos, ¿qué queréis que os diga?, a mí me parece una exageración, un abuso, y un desvío litúrgico teológico.

Y aun queda la anomalía más reciente, novedosa, como se dice ahora, y, en mi opinión, muy peligrosa, no ya para una explicación teológica, sino enfrentada a lo más profundo y esencial de nuestra fe. Me refiero a la disposición de la Conferencia Episcopal Española (CEE) de cambiar, en la fórmula de la consagración, el «derramada por vosotros y por todos los hombres», por «‘p0r vosotros y por muchos». Me han preguntado algunos parroquianos, ¡qué!, ¿ya no ha muerto el Señor por toda la humanidad, sino por muchos de sus miembros?

Este era el asunto que me movió a escribir estas líneas, porque el Domingo de Ramos, en el programa de TV2 «El día del Señor», trasmitido desde el Vaticano, el papa Francisco, en ese momento crucial, y de marras en este artículo, pronunció bien fuerte y nítido «…e per tutti», sin ningún lugar para las dudas. Es verdad que cuando celebrábamos la eucaristía en latín oíamos, y decíamos, «et pro multis». Yo no soy experto teórico en la profundidad de los matices significativos de la lengua del Lacio.

Pero ni yo ni nade que sepa, se exprese y piense en español, albergará la más mínima duda de que «muchos» no significa en español, de ninguna manera, ni directamente, ni de manera indirecta, toda la Humanidad. Y si nosotros creemos, y estamos seguros, de que en nuestra lengua lo adecuado y simétrico con lo que quiere decir el artículo profundo y esencial de nuestra fe, sobre la salvación que Dios quiere, es «toda la Humanidad», y el Papa usa el equivalente italiano tutti, ¿por qué en italiano lo pueden decir y nosotros no? No sé los matices que todo este tema podrá tener en alemán, pero a nosotros no nos incumben esas dudas ni esos problemas epistemológicos. No estaría de más, y nos gustaría mucho, conocer la opinión autorizada del departamento de Liturgia de la CEE.