Los precios de numerosos productos básicos han subido en el planeta en los últimos dos años. En España nos damos cuenta por lo caras que están la leche, el pan o la fruta. Lo relevante en realidad es que cada vez parece más claro que se trata de una tendencia mundial. Y si ello implica para las sociedades del mundo rico un mayor gasto corriente de las familias, y para los sectores de menores ingresos, problemas para llegar a fin de mes, para los países más pobres significa ya que cientos millones de familias no pueden alimentarse, a pesar de existir alimentos suficientes, pues no los pueden pagar.
Hay varias razones, en apariencia, para esta situación. La primera está relacionada con el cambio climático y la sucesión de malas cosechas, sequías e inundaciones en diferentes regiones de todo el mundo. Una tendencia que está en manos de la humanidad cambiar, pero que exigirá un cambio sobresaliente en el estilo de vida de los países más ricos.
Pero no solamente. Hace décadas se decía que ?si los chinos o los indios empezasen a consumir a nuestro ritmo, el planeta no podrá aguantar tanta demanda de todo tipo de bienes y fuentes de energía??. Pues bien, ese momento ha llegado, y los dos gigantes asiáticos han aumentado exponencialmente su capacidad de consumo, y también su aportación al calentamiento global. Ahora bien, con niveles de renta 20 veces inferiores a los occidentales, parece difícil pedirles que renuncien a contaminar por el bien del planeta, al contrario de lo que han hecho y siguen haciendo los más ricos, con los EEUU a la cabeza. Difícil dilema.
Precisamente la influencia de los dos gigantes asiáticos sobre la economía mundial es un factor determinante de estos altos precios. La demanda de energía, materias primas y alimentos no se va a frenar a corto plazo. Y precisamente la combinación de estos factores nos da una clave importante: la energía es escasa para la demanda mundial, y las fuentes fósiles, principalmente el petróleo, han alcanzado precios muy altos.
Esa escasez, y la preocupación por el cambio climático impulsaron la investigación sobre energías limpias a partir de cereales: los llamados biocombustibles. Una línea prometedora a priori. Pero que ahora revela serias inquietudes: hay una extensión de los cultivos ?aumentando la deforestación- para intensificar su producción. Además, esa producción de cereales, básicos en las dietas de la gente más pobre del planeta, no se destina al consumo humano, y la demanda de cereales para biocombustibles creció un 25% el último año.
La alarma ya ha saltado en países de África como Senegal, Burkina Faso o Camerún, en donde se han producido protestas sociales contra los altos precios ?sin olvidar a Italia y su huelga de un día por el alto precio de la pasta, derivada de alza del trigo-. Y en América Latina gobiernos de fuerte orientación social ven un gran peligro y comienzan a pensar en el establecimiento de precios públicos para bienes de primera necesidad, algo que Rusia ha comenzado a hacer.
Todas ellas son señales del agotamiento de un modelo de desarrollo con un alto consumo energético y altamente contaminante. Y este grave riesgo para cientos de millones de personas en el planeta da la alarma, y exige un cambio real y profundo hacia políticas de desarrollo realmente sostenibles y que prioricen y preserven el bienestar básico de los seres humanos y desde luego, el derecho a la alimentación. Eso sí, aunque lo sabemos, está todo por hacer.