Aloisio Lorscheider, cardenal emérito de Aparecida, el Cardenal de los pobres -- José Manuel Vidal

0
89

Religión Digital

Le llamaban el padre de los pobres. Formaba, junto a los también obispos Arns, Camara, Méndez Arceo o Casaldáliga, el ramillete de los prelados sin mitra. Obispos del y para el pueblo. El cardenal Aloisio Lorscheider, defensor de los más humildes y luchador de la libertad, murió el pasado día 23 (un día antes del nacimiento de Cristo al que entregó toda su vida), a los 83 años, por parada múltiple de órganos.

Era una de las grandes personalidades de la Iglesia latinoamericana y mundial. Reconocido por todos, incluso por los líderes de los sectores más conservadores de la Iglesia. No en vano pudo suceder al mismísimo Pablo VI al frente de la Iglesia universal. Tanto fue así que cosechó muchos votos en los dos cónclaves en los que participó.

De hecho, en 1978, aglutinó los votos de los grandes electores del Tercer Mundo en torno al perfil de un «Papa pastor». Un perfil que encarnaba a la perfección Albino Luciani. Y el Patriarca de Venecia accedió al trono de Pedro con el nombre de Juan Pablo I. Y, más tarde, confesaría que su voto había sido para Lorscheider.

Pero el reinado del Papa Luciani fue efímero y murió a los 33 días. Y el nombre de Lorscheider volvió a sonar como papable de garantías. Pero él, fiel a su esquema, siguió apostando, de nuevo, por un Papa pastor, que esta vez encarnaba Karol Wojtyla. Un gran elector de dos Papas, que quizás no llegó a ser el primer Pontífice latinoamericano de la historia porque, ya entonces, su corazón le jugaba malas pasadas. Lorscheider estaba dotado de una enorme personalidad y de un corazón muy frágil.

A los nueve años entró en el seminario de los padres franciscanos en Taquari. En 1942 hizo al noviciado y en 1944 fue enviado al Convento San Antonio en Divinópolis (Estado de Minas Gerais), donde terminó Filosofía y estudio Teología. En ese período adoptó el nombre religioso de Fray Aloisio (su nombre de pila era Leo Arlindo).

El 22 de agosto de 1948 fue ordenado sacerdote en Divinópolis y ese mismo año fue enviado a Roma, donde se especializó en Teología Dogmática en el Ateneo Pontificio Antonianum, defendiendo su tesis doctoral en 1952 con la nota máxima.

El 3 de febrero de 1962 Juan XXIII le nombró obispo de la joven diócesis de Santo ngelo, en el sur de Brasil. Adoptó como lema episcopal: «En la Cruz, la Salvación y la Vida». Participó a fondo en el Concilio y en el mes de noviembre de 1963 fue elegido por la Asamblea del Vaticano II miembro de las Comisiones Conciliares, en particular, de la Secretaría para la Unión de los Cristianos.

El Concilio lo marcó y una de sus prioridades fue su recepción en un Brasil de régimen dictatorial de aquella época. Y con la dictadura tuvo muchos problemas, por su abierta oposición al régimen. El actual presidente brasileño, Lula da Silva, le saludaba como «el símbolo de la lucha por los derechos humanos». Y añadía: «Siempre estuvo al lado de los más débiles. Fue un verdadero franciscano, un santo sacerdote y un pastor digno del pastoreo de Cristo». En el ámbito eclesiástico brasileño y latinoamericano pronto reconocieron también su enorme valía. De hecho, fue secretario general de la CNBB y por dos mandatos su presidente. En dos ocasiones fue vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), y en 1976 asumió la presidencia.

El 4 de abril de 1973 Pablo VI le nombró arzobispo de Fortaleza y el 24 de abril de 1976 el mismo Papa lo creó cardenal. Uno de los purpurados más jóvenes de la Iglesia. En julio de 1995 fue nombrado arzobispo de Aparecida por el Papa Wojtyla, que también aceptó su renuncia el 28 de enero de 2004 por razones de edad y de salud.

Fue siempre un hombre libre y amigo de la verdad. Por eso, se empeñó en la defensa de la Teología de la Liberación y de uno de sus máximos exponentes, Leonardo Boff, cuando comenzó a tener problemas con Roma. Lorscheider dio la cara por el teólogo brasileño ante el entonces cardenal Ratzinger, prefecto del ex Santo Oficio. Pero no consiguió frenar su condena. Fue capaz incluso de denunciar como «superstición» las famosas píldoras de Fray Galvao (canonizado por Benedicto XVI en su reciente viaje a Brasil), objeto de veneración popular.

En 1994, los presos de la cárcel brasileña de Sarasate lo cogieron como rehén para pedir condiciones carcelarias dignas. Y Lorscheider negoció la liberación de los demás rehenes y salió de la cárcel diciendo que se iba a dedicar a los presos, «los más excluidos de la sociedad».

Sencillo y extraordinariamente humilde, tenía el temple de las almas grandes. Una vez que renunció a su diócesis, el cardenal Lorscheider regresó a Puerto Alegre, al convento de franciscanos, donde vivió como un simple fraile. «Hasta pedía permiso para salir», dice el superior franciscano del convento. Y es que don Aloisio solía decir que «quien no sirve para obedecer, no sirve para mandar».