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ALGUNAS REFLEXIONES. Susana Merino (Argentina)

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Proconcil

Las siguientes reflexiones han sido dictadas, en primer término, por la honda preocupación de comprender a qué se debe la enorme brecha existente entre nuestra profesión de fe cristiana y el modelo de sociedad que hemos contribuido a edificar y, por otra, a la búsqueda de respuestas que coadyuven positivamente a generar profundos cambios tanto en lo personal como en el accionar del conjunto de voluntades de los que creemos en y queremos ser fieles a la doctrina de Cristo.

¿De qué manera podemos explicar que veinte siglos de cristianismo hayan desembocado en un modelo de sociedad que se caracteriza precisamente por ignorar los valores que pregona el cristianismo (en todas sus versiones no solo la católica) y por estar destruyendo sistemáticamente la dignidad humana (hambre, ignorancia, sometimiento, humillación y muerte) la propia naturaleza que fuera puesta por el Creador a disposición del hombre (de TODOS los hombres) para garantizar su existencia?

¿Cuándo los cristianos en el ejercicio de la política y de los más altos cargos gubernamentales han dado muestras de diferenciarse de los agnósticos o ateos por ejercer una particular manera de ejercer el poder tendiente a revertir las situaciones de injusticia, de desigualdad y de exclusión generados por los sistemas impuestos por el capitalismo liberal? ¿Cuántos de ellos son además cómplices o peor aún parte del materialismo consumista que amenaza aniquilar al género humano?

¿Cuando los cristianos de a pié, los simples laicos y nuestras organizaciones eclesiales o las que se consideran inspiradas en los preceptos evangélicos hemos intentado establecer puentes con corrientes de pensamiento no creyentes pero cuyos objetivos coinciden humanísticamente con los nuestros: reducción de la pobreza, de la exclusión, de la discriminación, de la explotación exhaustiva de la naturaleza en beneficio de unos pocos, de la especulación financiera, de las expulsiones migratorias, etc.,etc.?

¿Cuando nuestros pastores nos han señalado con el ejemplo (salvo honrosas y escasísimas excepciones) el camino a seguir y que en lugar de continuar girando alrededor de nuestra propia sombra y moviéndonos siempre en círculos concéntricos desarrollemos la capacidad de penetrar en aquellos que nos son ajenos y en los que deberíamos convertirnos en voceros silenciosos de nuestras propias convicciones, más que con la palabra con modelos de conducta dignos de imitar?

Muchas son las preguntas y seguramente escasas las respuestas o por lo menos aquellas que pudieran procurarnos cierta tranquilidad de espíritu. Tendríamos que plantearnos un profundísimo y colectivo examen de conciencia, un debate sin límites entre los que se auto proclaman cristianos por el hecho de haber sido bautizados y haber recibido alguno de los demás sacramentos, los de misa diaria, y los de misas esporádicas, los que concurren a las procesiones y los promesantes, los clérigos y los seglares con el único y expreso objetivo de buscar la razón por la que hemos bastardeado las enseñanzas del Maestro haciendo lo contrario de lo que El y sus discípulos nos predicaron.

Jesús arrojó a los mercaderes del Templo en un «gesto que ponía en cuestión el sistema económico, político y religioso sustentado desde aquel «lugar santo». ¿Qué era aquel templo?, ¿signo del reino de Dios y su justicia o símbolo de colaboración con Roma?, ¿casa de oración o almacén de los diezmos y primicias de los campesinos?, ¿santuario del perdón de Dios o justificación de toda clase de injusticias?» Y en cambio «¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta sólo nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano y habitable?… Lo primero no es la religión sino el Reino de Dios» (1)

Esta tierra que habitamos ha sido puesta con nuestro consentimiento tácito o expreso, con la anuencia de gobernantes y de gobernados al servicio excluyente de unos pocos dejando sin futuro a casi un tercio de la humanidad aunque como decía Thomas Paine (2): «Originalmente no podía existir tal cosa como la propiedad de la tierra. El hombre no creó la tierra y, aunque tenía un derecho natural a ocuparla, no tenía ningún derecho a colocar bajo su propiedad a perpetuidad ninguna parte de ella, ni el Creador de la tierra abrió un registro de terrenos, de donde saliesen los primeros títulos de propiedad». como respuesta a un sermón en que un obispo norteamericano se había referido a : «La sabiduría y divinidad de Dios al crear ricos y pobres»:

Dice el teólogo Joseph Comblin: «Lo preocupante es el poder de la Iglesia y su articulación con el poder político y económico» y eso es seguramente lo que la ha alejado de la misión que Cristo encomendara a sus discípulos y que no es amonestar a su grey sino acompañarla en la construcción del Reino derribando del «trono a los poderosos y elevando a los humildes» Un reino en el que según el Salmo 72 «El juzgará a los míseros del pueblo, salvará a los hijos de los pobres y aplastará al opresor» . Múltiples citas como esta se encuentran en el Antiguo y el Nuevo Testamento pero cuando se quieren encontrar en la vida cotidiana y a través de estos veinte siglos las acciones que debieran instrumentar estas palabras es inútil disponer de una lupa para encontrarlas.

Pocos cristianos han dado testimonio de interpretarlas y muchos no cristianos también, pero precisamente porque son escasos y todos los conocemos se presentan como ejemplos, dignos de imitar es cierto, pero solitarios en sus titánicas y denodadas luchas. En cambio la Iglesia en su conjunto nunca ha condenado con la misma fuerza, pese a su poderío, las destructivas políticas neoliberales que siguen sentenciando a una muerte prematura a un amplio sector de nuestra sociedad y según reconocidos científicos a nuestro propio planeta.

Hubiera sido plausible que, en los reiterados casos en que gobiernos autodenominados demócrata cristianos o social cristianos han seguido aplicando medidas que contrarían los principios que invocan, nuestra Iglesia denunciara públicamente su accionar no solo nocristiano sino talvez, evidentemente, contra-cristiano, poniendo a buen resguardo la imagen de Cristo y de su ministerio. Esa imagen de modelo imperial, creada por Constantino en el Concilio de Nicea tendría que desaparecer puesto que no ha dado en realidad los frutos esperados en un mundo que prácticamente en todas sus instancias sigue ignorando y cada vez más, las enseñanzas del Maestro.

Joseph Comblin señala también y me parece que merece igualmente una reflexión que muchas de las manifestaciones externas del catolicismo se han transformado en símbolos vaciados de contenido y menciona particularmente el de la eucaristía, un sacramento de unión, antiguamente considerada un ágape, un acto conmemorativo en qué comer y encontrarse, y que a través del tiempo se ha ido transformando en un acto solitario.

En segundo término pero como parte inescindible de estas reflexiones habría que analizar la conducta individual y colectiva de todos aquellos que se confiesan cristianos y sin embargo son los artífices inexcusables de la mayor parte de las calamidades de nuestro tiempo. Habría que identificar cuantos de los cristianos de por ejemplo la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, cumplen correctamente con sus obligaciones para con sus dependientes o más deseable aun poder destacar a esa institución como un ejemplo a imitar, si efectivamente lo mereciere. Creo que el individualismo ha llegado a extremos que transgreden toda asociación con lo cristiano y hasta en las misas nombrar antes y durante la celebración el listado de las personas vivas o difuntas por las que se pide me parece una triste concesión a la inmodesta necesidad de la gente de mostrarse. Dios no necesita que le estén recordando en voz alta a quién tiene que ayudar. Parece una tontería pero son rasgos, signos que contradicen el sentido de comunidad que debería primar en nuestros encuentros dominicales.

Gran parte de los altos funcionarios públicos juran desempeñar correctamente sus cargos sobre los evangelios pero los demás cristianos, tanto los simples fieles como la jerarquía eclesiástica, aceptamos calladamente que se vulneren sus principios Cuánto más sano sería no caer en tal hipocresía y evitar la reiteración de esos perjurios con el inevitable desprestigio de los verdaderos cristianos. Admitiendo también que una fracción seguramente importante de ellos proceden de colegios o de universidades católicos, habría que analizar también qué tipo de educación se imparte en ellos para obtener tan magros resultados.

No es justo que nuestra sociedad siga auto calificándose de cristiana mientras sigamos cometiendo el pecado que crea «de la pobreza de unos la abundancia de los otros, pobreza de miseria y de esclavitud, abundancia de codicia y de orgullo. Ley del pecado que no hay que aceptar sino combatir» (3) que observamos permanentemente a nuestro alrededor sin que surja un genuino sentimiento de rebeldía que aliente comunitaria y colectivamente propuestas de acción serias, concretas y permanentes capaces de reintegrarle al cristianismo su primigenio y revolucionario sentido, el que imaginó y llevó adelante durante su paso por la tierra el santo Rabí de Galilea. O en palabras de Maritain «salvar a través de las mudanzas de la historia la sustancia imperecedera del pasado…elaborando un ideal histórico capaz de existir bajo un cielo histórico nuevo…» eliminando fantasmas «de otros tiempos incapaces de otra cosa que hacer pasar por verdad la mentira, recubrir y disfrazar de apariencia cristiana las formas de un régimen temporal ya desde mucho tiempo extraño al espíritu cristiano»

La histórica y aún vigente contraposición entre comunismo y cristianismo configura una escena en la que inevitablemente terminarían existiendo vencedores y vencidos. Mientras tanto un enemigo común el neoliberalismo capitalista y consumista hace estragos, aprovecha la controversia y dispone en su beneficio no solo del destino de sectores cada vez más importantes de la sociedad sino también de la explotación exhaustiva de recursos cuyo agotamiento está poniendo en riesgo de desaparición masiva a las generaciones futuras.

Tomar conciencia de que la envergadura de los problemas actuales supera la capacidad de ser resueltos por solo una corriente de pensamiento y de que la búsqueda de soluciones estará inexorablemente condenada al fracaso si no buscamos coincidencias mínimas que nos permitan avanzar en la construcción de ese » nuevo cielo histórico», ciertamente impostergable. Si no somos capaces de encontrar lo que nos une, resignando lo que nos separa, el deterioro material, moral y humano de nuestro planeta tenderá a volverse irreversible.

Existen numerosos puntos de contacto entre creyentes y no creyentes que podríamos insertar en un canavás de preocupaciones comunes: el hambre, el trabajo infantil, el sometimiento y la explotación sexual de mujeres y de niños, la semiesclavitud laboral, las migraciones forzosas, la obscena concentración y ostentación de la riqueza, la exclusión social, el avasallamiento de los pueblos originarios, la represión contra quienes reclaman por sus justos derechos, la incalificable y sistemática destrucción de la naturaleza etc., etc.

Largamente omitidos e ignorados por comunidades y pueblos que se dicen cristianos todos estos problemas que la humanidad ve agravarse día a día reclaman convocar imperiosamente a los hombres y mujeres de buena voluntad independientemente de la fe que profesen y de las teorías políticas a las que adhieran, en parte talvez por haber creído encontrado en ellas la respuesta que desde nuestro cristianismo no hemos sabido dar.

«Hay que tener en cuenta -dice Maritain – que el anhelo de un mundo desesperado hacia algo realmente nuevo, mejor y más humano que las fuerzas existentes y donde las profundas reivindicaciones vitales y las grandes energías irracionales que el dolor de las generaciones infunde en los hombres de hoy podrían encontrar al fin una forma de verdad»

Transcurrido más de un cuarto de siglo la situación sigue empeorando peligrosamente sin que se avizoren alternativas en un horizonte que parece precipitarnos aceleradamente en el abismo.

Sé que compartir nuestra propia filosofía con filosofías declaradamente antagónicas es difícil pero también creo que merece intentarse una y otra vez. Mi experiencia me mostró que es posible mientras exista un cierto equilibrio interno pero corre el riesgo de derrumbarse inexorablemente cuando se produce el desgranamiento de quienes conforman la corriente cristiana de pensamiento dentro de una organización.

Si carecemos de perseverancia, de convicción o de ganas de superar las diferencias es porque que nos falta fundamentalmente, creo, la decisión de trabajar en medios que nos son adversos. Es infinitamente mucho más cómodo y gratificante emprender cosas entre amigos, entre quienes no acusamos grandes diferencias. En este punto recuerdo siempre que Cristo no mandó a sus discípulos a predicar entre los conversos sino que los envió a tierras inhóspitas a anunciar la buena nueva a los gentiles, a los paganos.

Una frustrada experiencia no es suficiente, sin embargo, para desechar la idea de mantener responsabilidades que contribuyan a establecer vínculos con otras corrientes de pensamiento, más específicamente llamadas de izquierda que es adonde preferentemente debería apuntar nuestra participación si estamos convencidos de lo que creemos.

Esta idea de incorporarnos a organizaciones no confesionales no tiene demasiada aceptación y por todo lo anteriormente expresado, creo que es un error. De igual modo en grupos más confesionalmente homogéneos se manifiestan en muchos casos, actitudes aislacionistas con relación a los no creyentes de izquierda y fuertes tendencias a desarrollar actividades en círculos y espacios rigurosamente eclesiásticos que generan espontáneas y lógicas autoexclusiones.

Otras circunstancias que reflejan igualmente la profunda sima existente entre creyentes y no creyentes o entre cristianos y las llamadas corrientes de izquierda (aunque no fueren específicamente marxistas ni trotskistas) es la falta de participación de las organizaciones de laicos cristianos en las manifestaciones de apoyo a ciertas reivindicaciones o de rechazo a determinadas agresiones a los derechos humanos, en las marchas en contra de la guerra por ejemplo, (una de las más importantes fue cuando se inició la agresión a Irak) o en contra de la firma del ALCA, por citar solo dos de las más importantes. Nunca vi y creo no equivocarme, un estandarte o una bandera que llevase alguna inscripción de, por ejemplo, la Acción Católica o de alguna otra organización que seguramente debería compartir dichos objetivos, mientras que en todas esas manifestaciones no dejan de flamear profusamente las rojas banderas del PC o del Polo Obrero.

¿Qué razón existe para que los cristianos no manifestemos públicamente nuestro rechazo a la guerra o nuestra oposición a entregar nuestros destinos a la imposición de tratados que comprometen nuestra existencia como nación o nuestro repudio al pago de una oprobiosa deuda externa? Plantearlo en alguna Jornada de Pastoral Social tampoco obtuvo respuesta.

De pronto me surge la imagen de aquellas procesiones que en la época colonial y talvez también más tarde, recorrerían las calles de Buenos Aires con imágenes de santos y obispos y clérigos a la cabeza implorando por lluvia o por la terminación de alguna calamidad. ¿Será que las calamidades actuales ya no inspiran la necesidad de recurrir a la ayuda celestial o que la fe ha quedado relegada a manifestarse individualmente en los templos y los santos invocados solo cuando se trata de solucionar problemas personales?.

En esta sociedad tan mediatizada, tan confundida por la parafernalia propagandística, tan reducida a soportar casi con estoicismo políticas públicas que la ignoran que tremenda es la necesidad de ayudarla a comprender adonde está el origen de la mayor parte de los males que padecemos y de incentivar los debates, la participación, la militancia en movimientos sociales que coadyuven a generar denominadores comunes que nos permitan salir de esta inercia y exigir la puesta en marcha de soluciones de fondo a nuestros actuales problemas y a prevenir los futuros.

Si somos capaces de comprender la gravedad del momento y de actuar con sensatez y decisión, deberíamos iniciar una apertura que ayude a sumar fuerzas y a encaminarlas, sin exclusiones, en el sentido correcto, en el de contribuir a recuperar la dignidad humana, reconquistando para el HOMBRE, para TODOS LOS HOMBRES Y MUJERES, el actualmente comprometido destino de nuestro martirizado planeta sobre el que Monseñor Piña (4) nos recuerda lo curioso que resulta que Empédocles (5) tratando de desentrañar la esencia de las cosas había llegado a la conclusión de que el mundo era una combinación de cuatro elementos fundamentales: la tierra, el aire, el agua y el fuego, los que, precisamente después de tantos siglos, son los que hoy se hallan en profunda crisis.

(1) «Lo primero no es la religión» José Antonio Pagola – Eclesalia (15.03.06)

(2)Escritor y activista estadounidense de origen británico (Thetford, 1737?NuevaYork, 1809), participó en la lucha por la independencia norteamericana. Posteriormente obtuvo la nacionalidad francesa y ostentó un escaño en la Convención (1792). Encarcelado durante el Terror, regresó a América. En 1776 publicó Agrarian Justice, donde constata que, en la Edad Moderna, la pobreza no es propia del estado natural del ser humano, sino precisamente de todo lo contrario.

(3) Maritain, Jacques, Humanismo integral,pag. 145 Edit.Lohlé-Lumen

(4) Monseñor Joaquín Piña Batlevel S.J., Obispo de Puerto Iguazú

(5) Empédocles de Agrigento (Agrigento, 495 adC – 435 aDC) fue un filósofo y político democrático griego.

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