Al pueblo, lo que es del pueblo -- Javier Arrúe

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Como un granito de arena, quiero prestar mi mirada desde la Revolución Bolivariana que insurge en Venezuela, y se convierte en huracán al despertar la conciencia de toda América Latina y el Caribe, y se une al clamor universal de todos los pueblos de la tierra, que luchan por la justicia y la liberación del género humano.

El 13 de abril de 2002, de feliz memoria para quienes soñamos construir un país sin exclusiones -grabado a sangre y fuego en nuestras almas-, una niña de 13 años regresaba al hogar con su mamá, a contracorriente de todo el gentío que se derramaba desde los cerros y llenaba de multitud la Intercomunal de El Valle-Coche, en la Caracas vestida de fascismo, durante las 47 interminables horas que duró el secuestro de nuestro Presidente.

Con el instinto que da la sabiduría popular, una parte del gentío se dirigió al Fuerte Tiuna, sede del Ministerio de la Defensa y de la Comandancia General del Ejército, donde los tanques y militares podían inclinar la balanza de una confrontación, eternamente desigual y habitualmente contraria a los intereses de los oprimidos. Al mismo tiempo, otras muchas decenas de miles de personas se dirigían resueltas hacia Miraflores, el Palacio Presidencial, de donde se habían llevado a Chávez, el hombre que había hecho posible vislumbrar un horizonte de esperanza para los y las eternamente excluidos/as.

?Mamá, esto me recuerda a la parábola del buen pastor del Evangelio??. ??¿Por qué, mi hija???, le preguntó la madre. ?Porque en la parábola, el Buen Pastor salió a buscar a la oveja perdida, y hoy, las ovejas han salido a buscar a su pastor??. ¡Extraordinario y palpitante testimonio de una jovencita que, en su sencillez, logra leer las huellas de Dios en las luchas de liberación de su pueblo!, porque la teología de la liberación no sale tanto de elucubrar y reinterpretar correctamente la Biblia y el Evangelio, sino del vivir colectivo de la humanidad en su camino de salvación.

Los auténticos creadores originarios de la teología de la liberación, no son los teólogos y teóricos ?profesionales y académicos de oficio-, sino los hombres y mujeres de nuestros pueblos que cada día viven, caen, se levantan y luchan con amor, y hacen real la presencia solidaria de Dios en la historia de salvación colectiva de la humanidad. De este hecho inobjetable, surgirá, más adelante, una reflexión crítica a la ruta equivocada que tomaron muchos teólogos de la liberación, desde hace años, porque desconocieron algo tan esencial como evidente: Que esa teología -auténtico mensaje liberador para los pobres y oprimidas del mundo, y que predicó, hace ya 2000 años, Jesús de Nazaret-, fue rescatada por el pueblo latinoamericano, y sólo él puede hacerla crecer y encarnarse en el hoy y ahora de una esperanza que recorre, de punta a punta, toda la América Latina y Caribeña.

Para quienes vivimos en Venezuela, todos estos relatos, no sólo son parte de nuestra memoria reciente, la que nos ha hecho soñar y rabiar con esperanza, sino que han sido auténticas batallas emblemáticas, en las que hemos participado activa y decisoriamente. Desde hace diez años se activó en Venezuela el protagonismo popular, y aquel 13 de abril de 2002, en el que rescatamos el hilo constitucional de nuestra Patria, nos remonta a la emblemática toma de la Bastilla en París (1789), como hito histórico de la Revolución Francesa , y retomamos la Guerra por la Independencia en los albores del Siglo XIX, que fue sellada con las batallas de Carabobo, Junín, Pichincha y Ayacucho.

Lo verdaderamente sorprendente es que hayamos podido resistir, durante 10 años, las agresiones del mayor imperio que ha conocido la humanidad. Estos 10 años apasionantes de la Revolución Bolivariana son, también, una extraordinaria vitrina para desnudar intereses y terribles alianzas entre quienes, siempre mangonearon el pasado, hoy pretenden aprovecharse de nuestro presente, y tercamente no renuncian a imponernos un futuro de ignominia. Esos grandes poderes trasnacionales, que se apoyan en oligarquías apátridas bendecidas por la jerarquía eclesiástica, no pueden admitir que un pueblo haya encontrado una ruta de liberación y esperanza, al llamado de un líder carismático, nacido de la entrañas del mestizaje criollo, militar por vocación, humanista y cristiano esencial.

Porque siempre, en el campo de las mil batallas de esta indómita América Latina, con las eternas confrontaciones entre pobres y ricos, poderos y oprimidos, terratenientes y campesinos, siempre, siempre, el saldo era la persecución y la muerte, torturas, desapariciones y martirios, y, luego, los inútiles ?si yo lo hubiera sabido??, con las consabidas lágrimas de cocodrilo para ocultar complicidades vergonzosas. La inmensa mayoría de los obispos, y demás estructuras de la poderosísima organización eclesial, venían pregonando su opción por los pobres, pero, y es un pero que huele a traición, con la condición de que los explotados y oprimidas, no se revelaran contra las causas de su pobreza y exclusión, y aceptaran su destino manifiesto de miseria confortadora y marginación providencial en esta tierra, para, luego de morir de hambre, poderse ganar el cielo.

Hoy, en Venezuela -de la mano con todos los pueblos latinoamericanos en su camino vacilante hacia la libertad y la paz construida sobre la justicia, con sus triunfos y miserias, con sus héroes y villanos, incluidos los milagros-, se devela una verdad inobjetable que, durante siglos, permaneció escondida en las entrañas de América, detrás de cientos y miles de santos, santas y diablos, templos, proclamas, oraciones y pecados: ¡La Jerarquía de la Iglesia Católica , y no exclusivamente ella, no sólo no está con las y los pobres, sino que forma parte consustancial del poder que domina el mundo!, y se beneficia de esta atrocidad estructural.

En estos meses pasados, abril 2008, con motivo de la beatificación en Caracas de la Madre Candelaria de San José, religiosa venezolana elevada a los altares, se utilizó el término ?teología del consuelo??, expresión que se pretende contraponer como alternativa al resurgir de la teología de la liberación, y que tiene como emblema a la Madre Teresa de Calcuta, testimonio viviente reconocido mundialmente, cuando dijo:??Creo que es muy hermoso que los pobres acepten su carga, que la compartan con la pasión de Cristo. Creo que el mundo está siendo ayudado mucho por el sufrimiento de la gente pobre?.

Pero, si el tema que nos motiva estas reflexiones es el de la Teología de la Liberación, ¿por qué detenernos en una historia repetida tantas veces en nuestra memoria colectiva, desde el Papa Alejandro VI en 1492, cuando bendijo la alianza perversa de la cruz y la espada que llegó a saquear nuestras riquezas y exterminar a nuestros pueblos, en nombre de un evangelio que sólo leían los curas, y en latín?

La respuesta a esta interrogante tiene una causa, tan evidente, como increíble, porque en Venezuela estamos desentrañando este aparente misterio: Aunque parezca mentira, los más emblemáticos y reconocidos ?teólogos de la liberación?? ?en su mayoría jesuitas, que hace 30 años en Venezuela ayudaban a crecer la conciencia de los oprimidos desde dos indiscutibles trincheras contestatarias, como la revista SIC y los Cuadernos Socio Políticos del Centro Gumilla-, hoy se han vendido a los intereses neoliberales capitalistas de la oligarquía empresarial venezolana y trasnacional.

Los curas y monjas, que eran guía y testimonio de compromiso en la defensa de las luchas populares por los 70 y 80 del siglo pasado, recularon hasta la traición más evidente y manifiesta -y se aliaron a esa clase media que se vuelve fascista al ver en peligro sus privilegios-, cuando el pueblo venezolano inició su camino de auténtica liberación, en la búsqueda de otro sistema económico y social que no lo condenara al olvido. Aquellos curas, que habían mantenido una postura de avanzada y de izquierda postconciliar, mal vistos y perseguidos por el status clerical y político de la Venezuela que se vendía al mundo como democrática, y silenciaba a muerte a quien soñara con otro mundo posible, hoy en día, desde la Universidad Católica y el sistema de educación privada, se han aliado a los intereses del imperio y a una jerarquía recalcitrante y retrógrada, representada por la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV).

Hay dos causas estructurales que ayudan a entender este aparente contrasentido: La primera, fue insinuada al comienzo de estas reflexiones, porque la teología de la liberación, que nace cuando los pueblos de América aprenden a leer, y las comunidades campesinas llegan a la Biblia sin sacerdotes ni expertos que les interpreten el mensaje evangélico, y miles y miles de hombres y mujeres, desde su humildad, descubren comunitariamente el mensaje liberador de Jesús de Nazaret. El evangelio, como buena noticia de salvación, al fin, está en sus manos. No necesitan intermediarios con necesidad de justificar y acallar la conciencia de mil delitos cometidos en nombre del que predicó el amor hasta dar la vida por los demás, como único camino para encontrar la felicidad colectiva en esta tierra.

Se imponen el amor y solidaridad, que llevan indefectiblemente al compromiso con los más débiles, porque somos hijos e hijas de un mismo Padre: ¡Bienaventurados los que luchan por la justicia! En muchos casos renacía el mensaje del carpintero de Nazaret, de forma inconsciente, sin leer ni conocer el Evangelio, sólo bastaba desentrañar la innata compasión de nuestro pueblo con el dolor ajeno, era suficiente sistematizar la fortaleza que surgía del infinito compartir sus propias carencias, y ver con qué facilidad nuestros hombres y mujeres se desprendían hasta de lo necesario, con la alegría que da el amor compartido.

¿Qué hicieron los expertos y teólogos con el tesoro que salía a raudales de nuestras comunidades campesinas en todos los rincones de América? Al comienzo de los 70, empezaron a escribir libros sobre la Teología de la Liberación ?Gutiérrez, Cetrulo-, con ese tesoro encerrado en las entrañas del pueblo latinoamericano, que quinientos años de opresión no habían podido erradicar, y el mensaje hecho carne de nuestra carne, comenzó a cruzar los mares y a reconquistar el continente conquistador con esa otra manera de vivir el cristianismo, que se salía de las iglesias, como la sacó del templo, aquel que no valoraba otro templo que el que teníamos palpitante en nuestras almas. Las facultades de teología y universidades en Europa, academizaron el poder popular que surgía de la práctica diaria del amor fecundo y comprometido con el prójimo, y lo alejaban de su dueño originario. Volvía a darse, con la mejor intención del mundo, el saqueo del Continente Americano, pero, en este caso, anulando nuestra espiritualidad maravillosa e indomable, que se nutre con la generosidad infinita de millones de mujeres y hombres en la búsqueda de una sociedad amorosa, justa y solidaria.

El evangelio vivido así, era esencialmente subversivo y revolucionario, y tenía que haber seguido en manos del pueblo, enriquecido, sí, con el aporte y sistematización de los teóricos y teólogos, pero se personalizó en figuras emblemáticas, como Helder Cámara, Proaño, Monseñor Casaldáliga, Boff y Frey Beto, a pesar de que todos ellos reconocen que fue su convivencia con comunidades pobres lo que los convirtió y evangelizó. Nos ha hecho daño esa personalización de la Teología de la Liberación, que fue otra manera de anular su auténtica dimensión transformadora, porque, siendo la esencia de una ética colectiva y derrotero ineludible de la liberación de nuestros pueblos, se convirtió en una nueva ruta alternativa de santidad individual, como lo fue en la extraordinaria figura de Monseñor Romero, a quien ensalzaron y premiaron, hasta con un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Católica de Lovaina, poco antes de que lo asesinaran en El Salvador , y que todavía hoy se busca la aprobación del Vaticano para que sea canonizado. Era otra manera de clericalizar una opción comunitaria, popular y, esencialmente, subversiva, que revelaba la fuerza de las clases más desposeídas.

Por eso, ¡qué fácil les resultó a muchos de nuestros teólogos venezolanos, a los que les queda grande eso de la liberación, aferrarse a sus libros, charlas y escritos libertarios cargados con miles de citas bíblicas, y dejar a un lado la lucha del pueblo por la justicia! Optaron por autocomplacerse con su imagen revolucionaria de curas comunistas, la que lograron en aquellos años de los que hoy reniegan, para justificar y avalar, sin atragantarse, las implacables leyes del mercado, los principios del máximo beneficio y la acumulación infinita de riquezas, fruto de la apropiación del trabajo ajeno.

Si la primera causa del fracaso de la teología de la liberación, dejó al pueblo llano sin el arma teórica de una espiritualidad amorosa y combativa, la segunda, puso a la teología de la liberación a competir en un escenario totalmente ajeno al poder popular latinoamericano, que se expresaba a plenitud en las comunidades eclesiales de base y en todas las organizaciones revolucionarias que nacían y luchaban a lo largo y ancho de nuestro Continente.

La segunda causa estructural, que llevó al fracaso real de la Teología de la Liberación en Venezuela, y a su silenciamiento durante décadas en América Latina, es que, tanto los teólogos de la liberación, y aquí pudiéramos decir que prácticamente todos, como muchos de los cristianos y cristianas consecuentes y comprometidos con las luchas populares, la consideraron como una propuesta esencialmente teológica y conceptual, en confrontación con otras concepciones más conservadoras y mejor posicionadas dentro de la ortodoxia de la Iglesia. No entendieron que la estructura jerárquica y de poder de la Iglesia Vaticana es un formidable aparato ideológico, económico y cultural, y, sobre todo, político, que los silenció y barrió, no con la confrontación y discusión de ideas y opiniones, sino con tácticas de guerra de exterminio y estrategias políticas de aniquilamiento, apoyando dictaduras militares y asociándose con los centros de dominación trasnacional del imperio norteamericano.

Mientras tanto, con absoluta ingenuidad, amor y obediencia a su Santa Madre Iglesia, nuestros teólogos y teóricos de la liberación, si no caían asesinados o eran desaparecidos, uno tras otro, junto a los cientos de miles de hombres y mujeres mártires latinoamericanas, el resto era silenciado y apartado de sus cátedras y universidades, prohibiendo sus escritos y satanizando sus contenidos, asociándolos a crímenes horribles y perversiones ideológicas, llenas de materialismos ateos y comunismos anticlericales. Cuando las policías y los cuerpos de seguridad de los gobiernos latinoamericanos se aliaban y hacían el juego sucio en favor de los Estados Unidos de América y sus marines invasores, las jerarquías eclesiásticas, de acuerdo a los lineamientos del Vaticano, aportaban el soporte moral y ético para justificar tantas atrocidades y violaciones masivas a los derechos humanos de poblaciones enteras. ¡Esa jerarquía y poder clerical, siempre salieron triunfantes, y su ruta de éxitos tuvo hitos históricos en Panamá , Chile, Argentina, El Salvador , Nicaragua, Honduras y Guatemala!

Pero, ¡cuánto hemos aprendido en esta Patria de Bolívar, en estos últimos 10 años!, porque, los que siempre eran triunfadores, no han podido doblegar la voluntad de un pueblo dispuesto a seguir el camino de la libertad y la justicia, que iniciaron, hace doscientos años, nuestros libertadores. Hemos logrado desnudar las intenciones, alianzas y los mecanismos diabólicos con los que siempre dominaron nuestras conciencias. ¡Qué arma tan letal, perversa y eficiente han llegado a perfeccionar con el manejo de la opinión pública y la creación de matrices de opinión, que ablandan el camino para justificar todas sus iniquidades! ¡Cómo se le cayó la careta a esa jerarquía eclesiástica cuando ampara a los medios de comunicación privada, fuerza de choque del imperio, y se hace eco de la manipulación mediática de las grandes agencias trasnacionales de noticias!

Pero, si individualizar la Teología de la Liberación fue un error que nos costó tan caro, no debemos caer en la personalización de una estructura de poder político, que construyó una estructura imponente de dominación y se apartó del mensaje liberador de Jesús de Nazaret, y se convirtió en un monstruo secular de opresión a través de símbolos religiosos, manipulación de conciencias y el engaño de miles de almas generosas, todo ello a nombre de un dios manipulador y vengativo.

Nuestra fe tiene una dimensión política que nunca debemos ignorar, considerando la política, según nuestro querido hermano Juan Vives, como la dimensión social del amor. Desde esa perspectiva, no tengamos miedo de confrontarnos con una religión que se apartó, para siempre, de aquel Dios que sólo podemos conocer a través del amor a nuestro prójimo.

*Coordinador General de ECUVIVES (Encuentro Ecuménico Juan Vives)
Diputado Asamblea Nacional, República Bolivariana de Venezuela