Primer domigno de Adviento (Lc 21,25-28.34-36). El filósofo Ortega y Gasset decía ya hace tiempo “Dios a la vista”. La Biblia y la liturgia dicen en otro contexto: ¡Hombre a la vista!, pues la humanidad está preñada de Dios. Por encima del inemso miedo que amenaza a gran parte de nustra tierra se despliega el arco iris de un Hijo/a de Hombre/Mujer (de madre/padre, hermano/a, amigo/a), hecho de corazón, rebosante de amor. ¡Que no se emboten vuestros corazones!. Éste es el tema que abre hoy el Adviento, nuevo tiempo de esperanza. Por eso he querido poner como imagen del día el arco iris de la paz futura sobre una mujer embarazada, promesa de vida, con un fondo de cielo y mar encapotado. Así se entiende mejor el evangelio
Del miedo al gozo: Nace el Hombre
De la fiesta de Cristo Rey (fin del mundo) pasamos al Adviento (comienzo del mundo). De un modo sorprendente, las imágenes de fondo son las mismas. Aquí no se habla del niño que nace en el campo, de estrellas que guían de oriente a los reyes, de buenos pastores… Se habla aún de miedos, de estrellas que caen, de mares enloquecidos.
Pues bien, precisamente ahí, en el centro del gran terror cósmico, que tiende a convertirse en gran terror humano puede surgir y surge la esperanza: llega el Hijo del Hombre. Es como si el ser humano no hubiera nacido plenamente todavía, pero va a nacer: somos como la mujer encinta, promesa de humanidad (cf. Is 7, 14: he aquí que une virgen-doncella está embarazada…). Desde el miedo cósmico y lucha humana podemos pasar y pasamos al Nacimiento: llega el hombre.
Evangelio de Adviento: Lc 21,25-28.34-36
Éste es un texto que tiene larguísima historia. Básicamente es un texto del Evangelio de San Lucas, que nos ofrece su propia visión de la historia de los hombres, marcada para siempre por el nacimiento de Jesús. Pues bien, en esa historia del texto pueden verse por lo menos cuatro o cinco estratos:
(a) En el fondo de las palabras del texto pueden verse rasgos de miedo universal (¡todos los pueblos han sufrido terrores ante el cosmos!), vinculados a la exigencia y esperanza de los profetas de Israel y de los apocalípticos judíos. Se trata de un texto universal de miedo y de esperanza
(b) Este pasaje recoge también la experiencia de Jesús y de las primeras comunidades cristianas, especialmente aquella que se ha expresado en el evangelio de Mc 13 (capítulo del que Lucas toma los temas principales de su texto). Es un texto que nos sitúa en el principio del cristianismo.
(c) El texto recoge igualmente, los rasgos de la comunidad de Lucas, con la propia inspiración del evangelista. Para entenderlo bien hay que leerlo y comprenderlo desde el conjunto del Evangelio de Lucas y de su comunidad creyente, a cabello entre el judaísmo y la cultura griega, en un momento de cambios muy fuertes, de tipo social y cultural.
(d) El texto ha sido recortado y pegado por la liturgia católica, que toma pasajes de aquí y de allí (de Lc 21, 25-36) para recomponerlos de un modo más o menos convencional, creando así un pasaje nuevo, apropiado para el comienzo del adviento católico. En ese sentido, es un texto de la Iglesia, que nos sirve para pasar del fin de la historia a su comienzo, iniciando el Adviento. Por eso, comento el texto litúrgico, paso a paso, no el texto de fondo Lucas, que ofrece otros rasgos y motivos que aquí se han omitido.
(e) Éste debe ser un texto mío, un texto nuestro… Cada uno de nosotros tenemos que elaborarlo, situándolo dentro de nuestras esperanzas, miedos y alegrías. No puedo recoger esa historia, me limito a comentar del modo más sencillo las palabras del texto actual, conforme a mi visiòn particular, de creyente y lector de la Biblia, que quiero compartir con vosotros.
Primera escena: Un contexto de miedo
a. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas;
b. y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos,
c. asustados por el estruendo del mar y de sus olas
Dividimos el texto en tres partes que leemos desde los extremos, pasando del a y del c al b, como ahora diremos.
(a) Nos hallamos ante un desquiciamiento cósmico, que se expresa en la tríada celeste cósmica: cielo, tierra, mar. En el cielo están los grandes (sol, luna, estrellas) que empiezan a dar señales falsas, ya no alumbra; lo que era principio de estabilidad suprema aparece como expresión de locura.
(c) Por su parte, el mar destruye sus «amarras», se elevan las olas y tienden a inundar toda la tierra. Según Gen 1, Dios había construido el mundo “domando” los mares, colocando las aguas en sus límites y cauces, permitiendo que surgiera la tierra. Ahora se rompen los límites: sube el agua de los amores en una especie de diluvio invertido, un inmenso tsunami que llega a cubrir los montes más altos.
(b) En medio queda la angustia: los hombres están hechos de miedo. El miedo es como un cáncer que se va extendiendo y les va dominando desde fuera, como un sida que les inunda desde el cielo loco, desde el mar desmadrado.
Segunda escena. Superar el miedo: llega el Hombre
(a) Los hombres se morirán de miedo, al ver esa conmoción del universo;
(b) pues las potencias del cielo quedarán violentamente sacudidas
(c) Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria.
Dividimos también el texto en tres partes, pero ahora las leemos seguidas, destacando aquellos rasgos que pueden resultar más significativos en nuestro tiempo.
(a) Vuelve el miedo, un miedo de muerte, terror apocalíptico ante la conmoción del cosmos, la gran sacudida de las “potencias” del cielo. Morir es aquí “salir de sí”, perder la “psyche”, el alma, el aliento. De pronto, al descubrir la fragilidad de los elementos, los hombres pierden el alma, el valor, las ganas de la vida.
(b) Esta muerte por terror (¡puro terror cósmico, más que guerra y peste, más que sida…!) tiene un fundamento: la sacudida de las “potencias”, que en griego se llaman “dynameis”. Potencias son en lenguaje bíblico los principios rectores del cosmos, los ángeles astrales, los principios matemáticos que rigen el movimiento de los astros… todo. Pues bien, todo, todo ese mundo superior de equilibrio en el que estamos sustentados se sacuda y quiebra. Crecen las grietas del gran cosmos, morimos de miedo. Ésta es la más horrorosa de todas las muertes de la humanidad: morir de miedo al descubrir nuestra nada, la nada del cosmos.
(c) Entonces “verán al Hijo del Hombre…”. No se dice que verán a Dios, ni siquiera al Cristo, ni a los ángeles del cielo: Verán al Hijo del Hombre, es decir, la humanidad verdadera. Éste es el arco iris tras la tormenta del diluvio (Gen 9, 13-16), el arco iris de la paz de Dios, del amor de Dios, Puede morir todo, pero el hombre no acabará… Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán… (Lc 21, 33). Pues bien, las palabras de Dios se concretan en el Hombre que viene, la nueva humanidad, que nace de arriba, del trono de Dios, con poder y gloria… Éste es el misterio del nacimiento.
Tercera escena. Levantad la cabeza
(a) Cuando empiecen a suceder estas cosas,
(b) cobrad ánimo y levantad la cabeza,
(c) porque se acerca vuestra liberación
He dividido también esta estrofa en tres versos sencillos, que comentaré de un modo más breve. Ellos marcan el centro del pasaje, en forma de “llamada.
(a) Estas cosas han empezado a suceder… Los hombres y mujeres vivimos en medio del gran miedo. En la antigüedad era miedo de tipo cósmico, miedo al destino. En el comienzo de la Edad Moderna ha sido miedo a la destrucción social, a la peste, a la locura colectiva de las grandes violencias armadas, a las inquisiciones y autoridades perversas. Ahora, en estos últimos años, es miedo a la bomba y al sida.
(b) Pues bien, en medio del gran miedo se nos dice que recobremos el ánimo, que no demos que se nos valla el “alma”, que no nos abajemos y arrastremos. El hombre (hombre-mujer) es un ser que eleva la cabeza y vive de esperanza. Esto es lo que nos dice el texto, que elevemos los ojos y queramos vivir… Se trata de vivir de esperanza, sabiendo lo que somos, reconociendo nuestra limitación, pero sin dejarnos dominar por ella. Vivir “a cuerpo”, es decir, en humanidad, sin llenarnos de puras pastillas, sin andar de mano en mano, de psiquiatra en psiquiatra… Creer en Dios significa elevar la cabeza.
c) Porque se acerca la liberación… Antes se decía que se acerca el “Hijo del Hombre”… Ahora se dice que se acerca la liberación, la “apolytrôsis”: una liberación que se nos ofrece como regalo de Dios (¡don de la vida!), pero que, al mismo tiempo, es regalo de nuestros amigos, es trasformación social (¡justicia!), es plenitud interna… No tener miedo, vivir en el gozo de sabernos Hijos de Dios, llamados a la vida, al nacimiento. Se acerca… ésta es la palabra. Se acerca y nos acercamos.
Cuarta escena: Parénesis o advertencia
(a) Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez
y las preocupaciones de la vida,
(b) porque entonces ese día caerá de improviso sobre vosotros.
(c) Ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes de la tierra.
He dividido también esta escena en tras partes, aunque la primera (a) podría dividirse a su vez en otras dos. Después de la gran esperanza de las estrofas anteriores (segunda y tercera) viene esta estrofa sobria, de advertencia.
(a) Que vuestros corazones no se “emboten” (no se hagan pesados, no se cierren). El tema es el corazón, mantener el corazón abierto, tenso hacia la vida, fresco al amor, dispuesto a la ternura. Éste es el lugar del adviento, el principio de la vida, el signo de Dios: ¡Mantener los corazones limpios, capaces de sentir, de mirar de esperar¡ Vivir en dimensión de corazón. Los corazones se embotan por tres cosas, que han de tomarse de un modo simbólico. (1) La comida: querer tenerlo todo, devorarlo todo, a cosa de los demás, mientras sigue extendiéndose el hambre sobre el mundo. (2) La embriaguez: perder la conciencia en el vino o la droga y, sobre todo, en el frenesí de una vida hecha de olvidos; vivimos de medicinas y drogas, de excitaciones rápidas, como si quisiéramos huir de nosotros mismos. (3) Las preocupaciones de la vida…: el deseo de tener, la búsqueda de seguridad absoluta… El mundo se nos ha hecho un gran mercado y querermos atesorarlo todo, para que nada pueda soprendernos…
(b) Pero llegara “ese día”… el día de la plena transparencia, el día del hombres verdadero. Vendrá ese día y corremos el riesgo de no saber acogerlo: estamos perdidos y cuando llegue el momento no sabemos acogerlo. Corremos el peligro de quedar en los elementos externos del miedo, sin “ver al hombre” que viene. Así sucedió en Belén: vino Jesús y sólo unos pastores, fuera del orden social dominante, lograron verle y recibirle.Nosotros, hombres y mujeres del gran mundo occidental: ¿podremos acoger al Hombre que viene? Quizá no. Pero habrá otros, en el margen de nuestro mundo, que sabrán acogerlo, para dejar así que Dios constuye (que ellos construyan con Dios) la nueva humanidad.
(c) Porque ese día será como una trampa… Ésta no es la trampa que pone Dios, sino la que nos ponemos nosotros mismos. Nuestros abuelos ponían trampas a los animales del bosque. Los grandes jefes actuales ponen trampas por doquier, bombas y sensores para dominar al mundo de la humanidad. No se dan cuenta (¡no nos damos cuenta!) de que se ponen trampas a sí mismos… Vivimos inmersos en una gran trampa. Por eso nos dice el evangelio: ¡tened cuidado, no se emboten vuestros corazones!
Quinta escena: Conclusión. Estad en vela
(a) Velad, pues, y orad en todo tiempo,
(b) para que os libréis de todo lo que ha de venir
(c) y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre.
El tema concluye de forma solemne y sencilla, invitando a vivir en “vela”, es decir, a mantener la humanidad. Antes he dicho que se trata de “vivir a cuerpo”, de un modo directo, sin armaduras de miedo y engaño. Ahora podría decir: ¡Vivid a corazón abierto” (¡que vuestros corazones no se emboten…!
(a) Vivir a corazón abierto es “velad”, mantener el corazón en vela de amor con todos y la mente en diálogo de verdad con el Dios de la vida… Velad significa simplemente ser personas, en esperanza, en confianza, por encima de los miedos cósmicos y las violencias sociales.
(b) Sólo así podremos “liberarnos” de los terrores que vienen. Ciertamente, hay terrores y violencias; no hace falta recordarlos, los terrores de fuera (las bombas, las luchas sociales…), los terrores de dentro (la angustia y locura, la falta de amor…). Hay terrores, pero podemos liberarnos de ellos viviendo en vela de amor, en acogida gozosa y confiada de la vida.
(c) Sabiendo que lo que viene (¡el que viene!) es el verdadero ser humano. Por ahora no sabemos cómo vendrá, pero sabemos que será hombre de amor. Será el Jesús de la Navidad (el niño para ser amado); será la Novia del Apocalipsis, será el Novio Cordero del mismo Apocalipsis… Pero dejemos el tema así. Ya es suficiente, en este primer domingo del Adviento.