ADOLFO MARI?O: «SE NECESITA QUE LOS LAICOS HABLEN MÁS, DARÍAN COLOR A UN PANORAMA RELIGIOSO BASTANTE GRISÁCEO»

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La Nueva España

Aunque avilesino de nacimiento y de vocación tardía, Adolfo Mariño se ha convertido en una de las figuras más importantes de la Iglesia en la villa de Jovellanos como responsable de la populosa parroquia de San José y como arcipreste de Gijón. Adolfo Mariño llegó un día a Gijón rodeado de controversia. Venía a sustituir al frente de la parroquia de San José al inolvidable José Luis Martínez, un sacerdote de largo recorrido en la fe y muy estimado, no sólo por sus feligreses, sino por la gran mayoría de la grey gijonesa, que resultaba sumamente difícil que nadie, aún investido de la mayor santidad, pudiera llenar el vacío que había dejado aquél. Así que Adolfo Mariño en vez de clarines en su recibimiento encontró animosidad, recelo, incluso ciertas prevenciones. Pero poco a poco, a golpe de trabajo, de servicio y humildad fue ganando el terreno que le negaran, y hoy no sólo le quieren los suyos, sino que desde 2006 es el nuevo arcipreste de Gijón, después de haber cesado en el cargo Fernando Fueyo.

Nacido en Avilés, en 1953, menor de tres hermanos, Adolfo Mariño es el neto representante de una vocación tardía. Tras cursar el Bachiller ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo, donde fue alumno, entre otros profesores, de Gustavo Bueno. En tercer curso decidió dejarlo para entrar en el Seminario. Hasta ese momento había sido un chico feliz, popular entre sus amigos, alegre y participativo, pero «dentro de esa vida, tan normal, fui encontrando mi vocación». Hoy, sentado tras la mesa de su despacho, su figura es un modelo de excelente comunicación. Se expresa con generosidad, pero también sabe guardar silencio para escuchar con interés, virtud que siempre agradecerán sus interlocutores. Es sabio, observador, sensato. Y agradecido. El nombre de Javier Gómez Cuesta es una constante en la memoria de su admiración y reconocimiento.

-Así que natural de Avilés… Visto desde fuera no parece que la villa ofrezca el ambiente más propicio para alentar una vocación. Pasan cosas muy raras, se piden bautizos civiles, Navidades laicas…
-?sa es una imagen alentada por ciertos grupos políticos que tratan de abanderar un escandaloso laicismo. La gente de Avilés siempre ha sido muy religiosa, y si hablamos del aluvión de forasteros que llegó a sus industrias, la mayor parte venía de Castilla, de Burgos, y éstas eran personas a su vez de gran religiosidad. Hay que tener en cuenta que Avilés sigue proporcionando el mayor número de vocaciones sacerdotales y ha dado curas muy buenos. Yo crecí en el barrio de Sabugo, a la sombra de su iglesia, y sigo enamorado de mis raíces.

-En la actualidad, ¿piensa que existe belicismo contra la Iglesia?
-Sin duda, pero a dos niveles. Uno por parte de personas que se dedican a zaherir a los creyentes, muchas veces enviando mensajes subliminales que no buscan el enfrentamiento sino un desgaste por corrosión, y otro que nace desde el interior de la propia Iglesia, a través de personas que distorsionan la idea de fe; por ejemplo, van a misa, pero luego su vida deja mucho que desear. Si tienen una empresa no son justos con sus obreros o no atienden a su familia o no ayudan a nadie…

-Pero parece que esto no le preocupa demasiado.
-No, porque ambas posturas suelen producir el efecto contrario, no dañan a la Iglesia, sino que la hacen reflexionar y refuerzan en los creyentes la adhesión a la fe. De otro modo, no me gustan las personas que responden a los ataques con intransigencia, enfrentándose a los demás que no piensan como ellos.

-Es que duele.
-Sin duda, pero ahí está la clave de Cristo. Salvo el enfrentamiento con los mercaderes del templo, toda su actitud es de perdón, de comprensión, de silencio, de paz. Aquel era un mundo como el nuestro, lleno de cultos raros, de grandes escuelas de filosofía, de políticos soberbios, de toda clase de intercambios. Y Jesús no era ajeno a nada de eso, pero respondía desde la infinita bondad del Padre Dios. A veces, esa actitud le falta a nuestros obispos cuando en su lenguaje son duros, necesitarían más serenidad. Las vías del diálogo y la escucha son imprescindibles. Si yo me cierro, tú te cierras, si yo me enfrento… En esas situaciones echo de menos la palabra de los laicos.

-¿Pero quién les da voz y voto?
-La prensa, el derecho, el campo de la enseñanza… Algunos tienen fe vergonzante, más que confesante. Sería necesario abrir caminos de comunicación para que los laicos pudieran hablar más, así darían color al panorama religioso, que es bastante grisáceo. Nos hemos acostumbrado a concebir nuestra fe como algo íntimo y ésta debe ser pública, entendida como misión, no como asunto privado. Desde el poder, cuando la fe trata de iluminar, aparece el chascarrillo de siempre, «que se metan en lo suyo».

-¿No es paradójico que mucha gente que alardea de no ser creyente sufra verdadera obsesión con la Iglesia?
-Tendríamos que aprender de ellos y preocuparnos aún más para devolverles bien por mal, y sobre todo escucharlos, a veces no todo lo que dicen es incierto. No podemos ser prepotentes, sino humildes. Tampoco marginarnos, es necesario convivir, reflexionar sobre lo que critican, sin caer en las descalificaciones, aunque nos duela. Creo que las actitudes hirientes corresponden a personas que no han sabido asimilar la transición ni vivir en democracia. Tanto insulto y tanta descalificación acaban por crear un poso de hostilidad. ¿Es la herencia que queremos transmitir a las generaciones futuras?

-Dicen que hay otro libro por ahí que deja corto al «Código Da Vinci»…
-Lo sé. A nivel de la cultura popular los referentes son el morbo, la santería, el ocultismo, el tarot y las historias falseadas, así que será otro best seller. Esos libros hacen mucho daño porque hay un sector de la sociedad que lo traga todo, al mismo tiempo que carece de criterios. Mucha gente joven es así, cuando somos los adultos los que propiciamos sus errores, ofreciéndoles drogas, pornografía, consumo desenfrenado…

-¿No subyace una búsqueda de espiritualidad en esas actitudes? ¿La Iglesia es incapaz de ofrecer su best seller?
-Sin duda. Quizá tendríamos que revisar nuestra identidad cristiana; ésta no puede ser una religión a la carta, basada en el consumo de sacramentos, que olvide la vida interior. Tenemos el regalo más hermoso, la figura de Jesús de Nazaret, y no hemos sabido ofrecerlo. Dice San Pablo que «llevamos un tesoro en vasijas de barro», el barro somos nosotros. A veces perdemos el tiempo en demasiadas reuniones y descuidamos la espiritualidad, no la potenciamos, cuando es maravillosa. Hay que dejarse de mediaciones e ir directamente a quien es el gran mediador, Jesús de Nazaret, camino, verdad y vida.

-¿A veces, no pecan ustedes, los sacerdotes, de excesiva burocracia?
-Sí, nos hemos contagiado de la lepra de las prisas, las deliberaciones, el agobio de vida, dejando a un lado la reflexión, la oración, la escucha atenta. A veces somos meros funcionarios que no damos lo debido porque estamos secos, cuando la Iglesia actual ha de ser de testigos y de profetas. No profetas de desgracias, como decía el Papa Juan XXIII, sino de esperanza, de Dios. Y la Iglesia tiene esos profetas. Por ejemplo, en Gijón hay un enorme voluntariado, una multitud de personas que están trabajando con total entrega, que desarrollan una gran labor en su casa, en su ambiente, incluso en su sindicato. Son los verdaderos profetas de hoy, la Iglesia es mucho más que cuatro obispos y cuatro monjas.

-Habla usted de reuniones, ¿y el sínodo?
-No fue un capricho de don Carlos Osoro. El sínodo tuvo sus preámbulos, donde se hicieron dos consultas. Una, a todos los sacerdotes de la Iglesia asturiana, y otra, a los laicos. Respondieron unas 700 personas, con un 99 por ciento afirmativo, y de los sacerdotes, el 70 por ciento dijo sí, aunque el resto manifestó que en caso de aprobación contaran con ellos.

-¿Por qué se convoca un sínodo?
-En este caso era necesario para la puesta al día de la Iglesia asturiana. Es como una ITV, donde se revisa a fondo el interior de la propia Iglesia y de la sociedad asturiana. La palabra sínodo significa «hacer camino juntos», prescindiendo de los francotiradores. Ofrece un momento clave para unirnos, para adoptar criterios y proyectos comunes. Lo importante del sínodo, al final, no es lo que salga, sino el camino que hemos recorrido juntos. Hay tres fases, la primera, ésta, es de espiritualidad y conversión. En la segunda se crearán grupos sinodales de laicos. Y en la tercera se redactan las conclusiones. Algunos sectores se han mostrado críticos, pero el sínodo está lanzado, es ya una realidad y hay que apoyarlo, aunque persistan silencios sospechosos.

-¡Cómo cuesta mantener el voto de obediencia!
-Sí, pero si tienes claras las claves de la fe, una de ellas es sentir el signo de comunión de la Iglesia. Hay cosas que no apetecen, pero debemos asumirlas.

-Semana Santa… ¡Qué enorme divergencia! Unos de vacaciones al sol y otros de penitentes en las procesiones, descalzos o llevando el peso de las imágenes…
-Es una realidad que siempre se dio, aunque debido al progreso hoy está más marcada. En Semana Santa es fundamental que actualicemos aquella historia que nos lleva a la resurrección. Jesús sufrió y murió para conducirnos a la vida. Es el triunfo sobre el mal y la muerte. Así que intentemos ser solidarios con las pasiones y muertes de este mundo, el hambre, el terrorismo, las guerras, los enfermos arrinconados, los viejos solitarios, los chavales que sufren sida, drogadicción… Tratemos de dar vida y esperanza a toda esta gente.

-¿Qué piensa usted de las procesiones?
-En Gijón han adquirido gran fuerza. Y cuando se celebran con seriedad y respeto son grandes catequesis. Respecto a los cofrades, yo lo soy de mi parroquia de Sabugo, creo que serlo los empuja a un compromiso, tanto con la parroquia como con su mundo de familia o trabajo. En ese sentido, el cardenal de Toledo, Antonio Cañizares, como el de Sevilla, Carlos Amigo, han hecho una gran labor animando a los cofrades a que vivan todo el año con el mismo espíritu de la Semana Santa.

-Es usted arcipreste de Gijón, ¿qué le supone?
-Debo ofrecer disponibilidad, ser persona integradora, animar a la vida pastoral manteniendo las propuestas de la Iglesia diocesana. Aparte del movimiento de la parroquia de San José, el arciprestazgo tiene cuatro zonas que debo atender. El trabajo se centra en la formación de sacerdotes para tareas específicas, organizar retiros espirituales, suplir a los curas enfermos… Es un servicio más para el que fui elegido por votación del clero gijonés, pero tardé mes y medio en aceptar.

-¿Cómo es la parroquia de San José?
-Me llamó la atención una de sus características, es muy familiar. La gente es generosa en disponibilidad de tiempo, en solidaridad y en dinero, responde a cualquier cosa que se necesite. Al estar situada en el centro de la ciudad es muy visitada, vienen a ella muchos jóvenes. Al principio me costó adaptarme, pero pasado un tiempo me he visto acogido y querido. Me ayudan cuatro sacerdotes jubilado, José Luis, mi predecesor, y Germán, Alfredo y Faustino. Gracias a ellos puedo ser arcipreste.