Acerca de la evolución de la iglesia-institución: situarnos en libertad -- Edouard Mairlot

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Moceop

INTRODUCCI?N
Estamos entre aquellos y aquellas que hemos hecho un descubrimiento personal de Jesús de Nazareth. Este encuentro inspira nuestra vida y la ilumina. ¿Tenemos la suerte de encontrarnos a gusto en una comunidad de creyentes, sea de un tipo u otro? En este caso, podemos vivir la experiencia de como compartir con los otros lo que nos preocupa puede ayudarnos y ser esencial. Solos, abandonados a nosotros mismos, nuestra fe no podría desarrollarse…

Pero, precisamente como consecuencia de esta vivencia personal y comunitaria, nos encontramos a menudo profundamente incómodos frente a la Iglesia-Institución. Es ella la que debería ayudarnos, alimentarnos, y no es esto lo que sucede. Se ha desarrollado una cierta contradicción, un importante desfase, entre lo que vivimos y lo que ella persiste en proponernos.

Frente a ella, cada uno reacciona como puede -y nunca sin una cierta carga de sufrimiento-. Algunos rezan para que nuestros obispos comprendan por fin un poco más de lo que ocurre. Y, en el otro extremo, otros han llegado a la evidencia de una contradicción que se ha convertido en insoportable, han roto con ella y no quieren saber nada más de la Iglesia-Institución.

Este texto querría contribuir a una mejor comprensión del problema, ayudándonos a analizar lo que pasa realmente. Lo esencial, desde nuestro punto de vista, es poder clarificar progresivamente nuestras posiciones, percibir donde se encuentran nuestras ambigüedades. Podríamos, de esta forma, vivir nuestra fe con más libertad y paz personal, siguiendo precisamente la invitación que Jesús nos hace.

¿QU? PORVENIR TIENE EL CRISTIANISMO?

La reflexión sobre esta pregunta nos lleva a pensar que, frente a la crisis del momento presente, no hay más de cuatro hipótesis posibles:

Primera hipótesis:

Después de todo, ¿podríamos vislumbrar la hipótesis de la desaparición del Cristianismo pasadas algunas generaciones? Habría, de alguna forma, cumplido ya su misión de guiar e iluminar a los seres humanos. Podemos sentirnos ofuscados ante semejante hipótesis: significaría que, pasado un cierto tiempo, no quedaría nada de aquello sobre lo que nosotros y las generaciones que nos preceden hemos construido nuestra experiencia de vida. Pero ahora mismo, según las encuestas sociológicas, el Cristianismo ha dejado de interesar a la mayor parte de los jóvenes de nuestros países. Esto le crea un problema.

Segunda hipótesis

Sigamos fríamente con nuestra lógica. Es más probable, sin duda, que el hombre no podrá ignorar un cierto sentimiento religioso. Pero con la mundialización y la mezcla de civilizaciones que conlleva, las grandes religiones terminarán perdiendo su pretensión de ser la única vía. Las religiones se relativizan; el cristianismo se disuelve. Lo que ha podido aportar a la humanidad se convierte en bien común y se le escapa. Así los «valores cristianos» de respeto de la persona, cuidado de los que sufren, dignidad de los pobres, pueden entenderse también como valores inherentes al budismo, mucho más discreto que nosotros, por ejemplo, sobre la idea de Dios.

Cada uno podrá añadir lo que le parezca bien; por ejemplo un poco de espíritu Zen para vivir de forma más relajada el stress cotidiano del trabajo y de la ciudad. Se llega así a una religión a la carta. Jesús encuentra en ella su plaza entre «los grandes maestros espirituales de la humanidad»1.

Tercera hipótesis

La tercera hipótesis supone considerar que la situación es similar a otras que la Iglesia ha conocido con anterioridad. ¿Por qué plantearse cambiar? Ya se intentó con el Concilio Vaticano II; pero este ha provocado, más bien, crisis y abandono por parte de muchos cristianos. Es preciso, al contrario, restaurar, restablecer, que la Iglesia permanezca fiel a sí misma sin ceder nada de lo que considera como esencial. Nuestra seguridad personal reposa sobre las verdades de siempre. Seamos fuertes y no entremos en el relativismo.

No faltan, en particular en España, grupos a menudo poderosos y bien organizados para sostener esta hipótesis. Sin embargo, no podemos dejar de constatar que, aislándose así de las turbulencias del mundo, rechazando la interpelación de estos cambios, poco a poco, según podemos comprobar a partir de la historia, se produce la evolución a una secta. La Iglesia se cierra con un número de fieles que irá decreciendo más o menos rápido.

Pero nosotros, sin duda, no nos encontramos entre aquellos que se sienten identificados en alguna de estas tres hipótesis. Nuestra experiencia de discípulos de Jesús es vida para nosotros. No pensamos que algún día no quede nadie para vivirla, ni que vaya a diluirse en un gran todo, perdiendo sus características propias. Pero también nos resulta impensable mantenernos incondicionales de una Iglesia que se hace sectaria. Hay demasiadas diferencias y contradicciones entre ella y nuestra experiencia vital. En resumen, no nos reconocemos en ninguna de las tres hipótesis citadas.

Aspiramos a otra cosa, a otra Iglesia, otra manera de vivir la fe. Si tenemos la suerte de participar en auténticas celebraciones comunitarias, nos resultará casi imposible soportar la liturgia oficial. Para expresar nuestra fe muchos pasajes del Credo se han convertido en extraños, nos presentan problemas. Querríamos expresar de otra forma lo que sentimos como esencial.

Esto no se encuentra ya en los dogmas. Las palabras que utilizan: naturaleza, transubstanciación, asunción… forman ya parte de otra cultura y han dejado de iluminarnos. Con respecto a las prohibiciones mediante las cuales la Iglesia intenta dirigir nuestra vida moral: contracepción, prohibición de volver a casarse después de un divorcio…, ellas han dejado finalmente de imponerse a nuestra propia conciencia. Es ella la que decide y no un poder exterior, aunque este pretenda ser dirigido por Dios.

Después de todo, esta crisis de la Iglesia-Institución forma parte de un contexto mucho más global: es el conjunto del mundo en el que vivimos el que cambia cada vez más deprisa. Nuestro país ha conocido la crisis de la Transición que nos ha proyectado en otro universo. ¿Podría la Iglesia escapar a este cambio? Desde entonces, la globalización nos hace tomar conciencia de que numerosos cambios se preparan superando el ámbito de nuestro país e incluso de Europa, y que no podremos evitarlos. Vivimos un cambio de civilización, el final de una era. El porvenir será diferente de lo que hemos vivido… Ni el cristianismo, ni las otras grandes religiones, van a escapar a la crisis.

Sin embargo, hemos esperado durante bastante tiempo que la Iglesia tendría la capacidad de renovarse desde dentro, de realizar una autocrítica radical. Pero, cogiendo el pretexto de considerarse como «guardiana del legado de la fe», constatamos que ella es incapaz, por ejemplo, de reconocer una igualdad real entre hombre y mujer, encerrada en un machismo y autoritarismo de otros tiempos… ni tampoco de renunciar a una de sus propias reglas, establecida en el siglo XI, que imponía el celibato a sus sacerdotes. ¿Cómo podría aceptar otros cambios mucho más radicales?

Cuarta hipótesis

Así llegamos a formular una cuarta hipótesis sobre el porvenir de la Iglesia. Asociando dos hechos fundamentales. El primero sería que algo nuevo está naciendo. Fundado sobre el Evangelio, la palabra inaugural del cristianismo, sobre un retorno a las fuentes. No sabemos como podrá evolucionar este impulso. ¿Será en la vieja Europa, o más bien en el tercer mundo? Después de todo, las comunidades de base que se han desarrollado en el tercer mundo, así como la comprensión del evangelio que desarrolla la teología de la liberación, puede ser que nos estén dando una indicación, una pista, acerca del porvenir de la Iglesia.

Quizás estemos percibiendo allí, algunos grandes rasgos de la Iglesia del futuro. Por otro lado, una Iglesia se muere en el inmovilismo, sin comprender nada. Una Iglesia, sin embargo, en la que hemos sido educados y que ha dado tantos frutos a lo largo de su historia. De hecho, estamos asistiendo al final de un cristianismo de «cristiandad». Este pertenecía a un mundo que se encuentra en vías de desaparición.

Finalmente no vislumbramos otra hipótesis posible: algo nuevo nace, se interroga, crece; al mismo tiempo que otra cosa que ha dejado de realizar su función está muriendo. Y esta muerte puede desestabilizar, de alguna manera, nuestros fundamentos: duele. De hecho, salimos y nos ponemos en marcha «sin saber adonde vamos», como hizo Abraham, fieles a la llamada de Dios y a nosotros mismos. Esto puede estremecernos…

Esta es la razón de la importancia de buscar la manera de comprender mejor lo que ocurre y percibir los mecanismos internos. Intentemos fundar esta cuarta hipótesis que se corresponde mejor a lo que estamos viviendo. Para ello, es preciso que releamos la historia de estos últimos siglos. Necesitamos comprender el papel que ha jugado la aparición del que finalmente se ha constituido como el hombre moderno.

El desafío es importante: Si se comprueba finalmente que no se puede disociar la muerte de una institución de otra época y el nacimiento de otra cosa, ¿cuál será finalmente en la actualidad nuestra relación con la Iglesia-Institución? ¿Deberíamos intentar hacerla desaparecer? ¿Tendríamos que instalarnos en la disidencia, en la ruptura? Quizás estemos llamados simplemente a vivir lo que creemos cierto, construyendo nuestro propio camino, en toda libertad. Puesto que para un recién nacido, lo esencial es vivir. El podrá entonces crecer poco a poco desarrollando lo que lleva en sí y que se encuentra todavía inexpresado, invisible…

DOS PIRÁMIDES DE PODER Y EL NACIMIENTO DEL HOMBRE MODERNO.

En la sociedad occidental de antaño, el poder se ejercía de manera piramidal. El Papa, representante de Dios en la Tierra, compartía su poder con el Alto Clero que lo delegaba al Bajo Clero. A los fieles, los «laicos», no les quedaba sino aceptar lo que venía de encima de ellos, que era impuesto por los clérigos. En el plano civil, el mismo poder piramidal era ejercido, en principio por el Rey, luego por la nobleza. La Iglesia pretendía el derecho de reconocer un derecho divino a los reyes. Legitimando así su autoridad. En contrapartida, se reforzaba gracias al apoyo del «brazo secular»… Y los dos acertaban a entenderse de la mejor manera para el reparto de riquezas, tierras y «beneficios».

Así, en una y otra parte, tanto en el plano civil como en el religioso, el pueblo, mucho más numeroso, estaba sometido completamente a la autoridad de una minoría que poseía, se pensaba, el propio poder de Dios. La sociedad estaba constituida, pues, por tres grupos: el clero, la nobleza… y la masa de fieles llamada también tercer estado en el plano político. Esta estructura social era seguramente la más adaptada a la «sociedad agraria» de antaño, y sin duda, la única posible en esta época.

No nos detenemos a precisar como el cristianismo, en el siglo IV, se convirtió en religión de estado y las consecuencias que conllevó este acceso al poder. Ni tampoco a precisar lo que fue el Renacimiento, el desarrollo del humanismo luchando contra otra corriente de reforma, por otra parte tan necesaria: el protestantismo.

Tendríamos que recordar los primeros descubrimientos científicos. Uno de ellos va, por cierto, a perturbar toda la visión del Universo y del lugar de Dios en el mismo: la Tierra, que es redonda, gira alrededor del Sol (Galileo fue condenado en 1633). El mundo material se hace más comprensible gracias a leyes simples, como las leyes de Kepler que rigen el movimiento de los planetas y pronto la ley de la gravitación descubierta por Isaac Newton en 1687. El hombre es capaz de comprender el mundo; descubre el método científico. Enseguida se da cuenta que este hace posible numerosas mejoras técnicas que harán la vida menos dura y más productiva.

Y entramos así en la época moderna puesto que, al mismo tiempo, la reflexión se extiende libremente a otros campos de conocimiento.

Nacen así los primeros filósofos realmente autónomos respecto a la teología. Recordemos el famoso «cogito ergo sum» de Descartes en 1637. Surgieron también los primeros economistas, sociólogos, demógrafos… Resumiendo, ¡los primeros pensadores realmente modernos!

De forma progresiva, estos pensadores se han atrevido a llevar su reflexión a la esencia de la política y de la religión. Dándose cuenta poco a poco que en estas disciplinas, como en las otras, todo puede ser objeto de análisis y críticas. La consecuencia será la normalización de la búsqueda de mejoras, de cambios. Y rápidamente estos últimos se harán primero evidentes, luego indispensables. Y se buscarán los medios que permitirán ponerlos en práctica. Esté será, con más o menos claridad el camino de aquellos -y aquellas; pues las mujeres lo hicieron también- que construyeron el «Siglo de las Luces».

Numerosos españoles entre los que hay que contar un rey, Carlos III, participaron en este amplio movimiento europeo: son nuestros Ilustrados. En Francia, algunos comenzaron a redactar sobre todo esto y escribieron La Enciclopedia: la biblia del momento. En Europa, las personas capaces de reflexionar se integraron en este movimiento.

Incluso el pueblo, hasta este momento sometido a la doble autoridad del clero y de la nobleza, gracias a diversos progresos materiales que le permiten sobrevivir y le dan un mínimo de tiempo para comenzar a tener acceso a la lectura y a la escritura, comienza también, sobre todo en algunos países de Europa como en Francia e Inglaterra, a observar, a reflexionar, a analizar, a concebir mejoras. Se va a dar cuenta, en particular, que no hay un verdadero motivo que prohíba todo cambio social. ¿Podrá, un día, convertirse en actor de su propio destino?

En medio de toda esta efervescencia, son las reglas inamovibles mediante las cuales Dios dirigía la buena marcha del Universo, de la sociedad, de cada individuo las que son, no siempre de manera explícita, puestas en duda. El hombre, en efecto, se ha dedicado a observar, a analizar, a reflexionar, en resumen a pensar por sí mismo. Será finalmente cuestionada toda una concepción del Absoluto divino y de su Omnipotencia, que ya no convence. Pero, más concretamente, es todo el conjunto de la sociedad el que se ve sacudido. Es, en efecto, el doble poder que la dirigía, el de la Iglesia y de la Monarquía, esta doble pirámide jerarquizada que constituía el esqueleto de la «sociedad agraria» el que es radicalmente puesto en duda en sus propios fundamentos.

Así nació «la modernidad», más precisamente, el hombre moderno: este hombre nuevo que ha llegado a pensar por sí mismo… y a actuar en consecuencia. No tardará a desarrollarse el conflicto entre él y los dos poderes dominantes.2

EL DERRUMBE DE UNA DE LAS DOS PIRÁMIDES Y LA LLEGADA DE LA DEMOCRACIA

El cambio de la sociedad comenzará a fraguarse en el plano político. Nos encontramos en París, al final de la primavera de 1789. Los representantes de los tres Cuerpos Constituyentes de la sociedad de siempre: clero, nobleza y tercer estado, están reunidos en los Estados Generales de los que se espera una solución a la bancarrota del Estado Real. Pero los problemas de la época son infinitamente más amplios y complejos. La preparación de esta asamblea ha provocado y acelerado la toma de conciencia de un indispensable cambio radical.3

Todo se juega cuando el Tercer Estado se retira, el 17 de junio, y se declara Asamblea Nacional Constituyente. Un mes después de la revuelta del 14 de julio, la Asamblea redacta y proclama la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano». Es el nacimiento de otra sociedad, puesto que cada uno será libre e igual a los demás. Es la sentencia de muerte del Antiguo Régimen. Esta declaración pone fin al poder de la nobleza que, junto con el clero, en número de 350.000 personas4, representaba el 1,5% de una sociedad de unos 27 o 28 millones de personas.

La Asamblea, desde sus comienzos, ataca también a otro poder: el de la Iglesia. Nacionaliza sus bienes desde el 2 de noviembre de este mismo año. La confrontación será pronto frontal.

Se pueden criticar los numerosos excesos de esta Revolución Francesa, su idealismo, sus insuficiencias, sus incoherencias. La democracia que acaba de nacer conocerá numerosos avatares: progresos, pero también retrocesos. Su evolución no tiene nada de una línea recta y ascendente. No magnifiquemos la revolución de 1789 y los acontecimientos que la siguen. En Francia, va a originar «el terror» y luego la aventura de Napoleón que terminará, en Francia y España, por una calamitosa «Restauración» de la monarquía. Desde el comienzo, la burguesía se apropia de la Revolución, que es utilizada para un mayor beneficio del capitalismo en plena expansión.

Hará falta bastante tiempo para que la democracia se generalice poco a poco. Por otro lado, numerosos países la ignoran en nuestros días. En España, ¡cuánto tiempo pasado entre el sueño de la Constitución de Cádiz de 1812, los diversos sobresaltos de la historia del siglo XIX y la democracia puesta en práctica en la transición de 1977! De hecho, toda democracia, puesto que está fundada sobre la libertad de cada individuo, siempre lleva consigo luchas – con sus progresos y sus retrocesos-. Además, como todo lo humano, no puede dejar de continuar su desarrollo. Si observamos nuestro mundo en trance de «globalización»5, ¡cuántos cambios, cuántos progresos, cuántas revoluciones son ahora más necesarias que nunca, sea frente al cambio climático o a la «locura del dinero fácil» que está estremeciendo los fundamentos financieros de la economía y que los más pobres van a pagar…! Por ejemplo la toma de conciencia del cambio climático comienza a despertar en nosotros el sentimiento de la urgencia de este y otros movimientos.

LA IGLESIA FRENTE AL HOMBRE MODERNO

En 1791, el papa Pío VI escribe: «no se puede imaginar mayor estupidez que la de considerar a todos los hombres como iguales y libres». (Encíclica: Quod Aliquantum). El discurso está hecho. El poder eclesiástico continuará a lo largo del siglo XIX a oponerse con todas sus fuerzas al cambio social que está teniendo lugar. No dejará de promover la vuelta al Antiguo Régimen. No dejará de condenar enérgicamente toda forma de democracia. Como consecuencia, el anticlericalismo que comienza a desarrollarse a lo largo del «siglo de las Luces», continuará fortaleciéndose. De esta forma, en 1905, se llega en Francia Republicana, después de más de un siglo de luchas, a la separación total entre la Iglesia y el Estado, en vigor hasta hoy en día.

Oponiéndose así a la democracia, conquista esencial del hombre moderno, la Iglesia rechazó también tolerar cambios en el seno de esta cristiandad que sigue queriendo «dirigir». Si la pirámide del poder político se ha derrumbado en Francia, a raíz de la Revolución y que la democracia no dejó de extenderse a toda Europa y al mundo; la otra, la correspondiente al poder religioso, pretende continuar intacta.

Aún en 1903, un papa, que fue canonizado después, San Pío X, escribe: «En la sola jerarquía (es decir el clero: Papas, obispos y presbíteros) residen el derecho y la autoridad necesarias para promover y dirigir a todos los miembros hacia el bien común. En cuanto a la multitud (los laicos) no tienen otro derecho que el de dejarse conducir dócilmente y seguir a sus pastores». (Encíclica Vehementer Nos)

Será necesario esperar hasta el Vaticano II (1959-65) para que el mundo moderno, la democracia en la sociedad civil… (Gaudium et Spes) sean por fin reconocidos oficialmente.

Recapitulemos las conquistas del Tercer Estado francés desde 1789. Es en la sociedad, la comunidad de todos los humanos, donde reside el origen del poder político. La pirámide que la dominaba y la aplastaba no forma parte de la «naturaleza» de las cosas; incluso si ella ha podido corresponder a un determinado momento de la humanidad. Cada individuo es ahora reconocido como capaz de pensar por sí mismo y decidir libremente. ¿Por qué no podría vivirse también todo esto en el terreno de lo religioso? Numerosos Ilustrados, en su tiempo, pensaban así. Para ellos, además, las pirámide del poder eclesiástico estaba muy poco de acuerdo con el ideal evangélico6.

Es lo que comprendió por fin el Concilio cuando proclamó, en su Constitución Lumen Gentium de 1965, que la Iglesia está constituida en principio y ante todo por el «Pueblo de Dios». Esta proclamación señalaba el fin del poder piramidal, del papel de intermediario indispensable ejercido por el clero con respecto a lo «Sagrado»; nombre dado entonces a lo Divino en tanto que externo y por encima de la humanidad. Una autoridad se mantiene indispensable… pero esta se hará servicio, nos decía Jesús. Al mismo tiempo, la igualdad de cada una y cada uno en el seno de la comunidad era reconocida por fin. Cada uno(a) está animado(a) por el Espíritu que le habla en lo más íntimo, en la libertad de su conciencia. Dirigiéndose a cada uno(a) este mismo Espíritu guía el «Pueblo de Dios».

De esta forma la Iglesia-Institución afirmaba por fin, en un texto oficial, que ella reconocía la irrupción en su propia historia del «hombre moderno» y parecía decidirse a extraer las consecuencias. ¿Su reconocimiento conllevaría cambios sustanciales en la imagen que se daba de ella misma, su manera de concebir y de ejercer el poder -como los ministerios- en su seno? ¿Iba, con 170 años de desfase respecto a 1789, a entrar por fin en la era moderna? Sería preciso ahora ponerse a concretar, a traducir en los hechos, esta «revolución» en la manera de percibirse. Tendría que terminar, por fin, con una cierta manera de concebir poder y autoridad del clero y en particular de sus jefes.

Pero las esperanzas se verán rápidamente decepcionadas. Si el Concilio se termina el 8 de diciembre de 1965, en julio de 1968, el Papa Pablo VI, que retiró de la reflexión del Concilio dos temas que se había reservado, publica acerca de uno de ellos7 su encíclica sobre la contracepción: Humanae Vitae. Para los laicos, y sobre todo para numerosas mujeres, era el comienzo de una ruptura que no dejará de acentuarse.

El clero, por su parte, se dará rápidamente cuenta que la voluntad de cambio apenas se manifiesta más allá de la reforma litúrgica y que el ejercicio del poder por Roma no cambia verdaderamente. Esto contribuirá en gran medida al desánimo y a la multiplicación de abandonos por parte de gran número de sacerdotes. Se podría pensar, por ejemplo, que el primer Sínodo de Obispos en septiembre de 1971, que debía tratar justamente del ministerio del sacerdote, marcaría el comienzo de un ejercicio más colegial del poder y, por qué no, el final del celibato obligatorio. No hubo nada de eso. Y cuando, en octubre de 1979, Juan Pablo II fue elegido como Papa, el movimiento de reformas se detuvo definitivamente. Además, nunca en toda la historia de la Iglesia, el control ejercido por el Vaticano sobre las nominaciones de obispos, las posiciones y la enseñanza de los teólogos(as) fue tan estricto8. Antiguamente, aunque se hubiera querido, no era posible un control parecido, en ausencia de los modernos medios de comunicación.

¿Dónde nos encontramos hoy? Constatemos que, en su última encíclica de diciembre de 2007 sobre la Esperanza (Spe Salvi) el papa actual consigue la proeza de «no citar el concilio Vaticano II ni una sola vez». ¿No es este, sin embargo, uno de los acontecimientos mas esperanzadores de la historia moderna del cristianismo?, escribe Juan J. Tamayo9. ?l comprueba como el Papa «condena de manera iconoclasta algunas de las realizaciones históricas más emblemáticas de la modernidad. Se trata concretamente de tres de entre ellas: la fe en el progreso…, la Revolución Francesa y el marxismo»10. De hecho, como sintetiza Tamayo: «dinamita los puentes de comunicación establecidos por el Vaticano II entre la esperanza cristiana y la transformación del mundo». De esta forma Benedicto XVI aparece como algo más que un simple conservador ligado a su pasado personal: no acepta, en el nombre de sus principios agustinianos, estas características esenciales, estos valores nuevos que constituyen en la actualidad el hombre moderno…11. ¿Quiere volver al siglo XVII: antes del nacimiento de este? ¿Piensa verdaderamente, después del fracaso de tantos otros, en restaurar la cristiandad? Para seguirle, ¿debemos renegar de aquello en lo que nos hemos convertido: hombres modernos precisamente?

La Iglesia, aquí en España, ha conservado una importancia numérica que perdió en los países del norte de Europa. Se conocen perfectamente las posiciones arcaicas de la Conferencia Episcopal Española, que sabemos sostenidas, incluso inspiradas por el Vaticano. Conocemos perfectamente el mensaje que difunde continuamente su radio propia. Los diversos grupos de cristianos conservadores, relevantes entre otras razones por sus propios institutos y universidades, sostienen sin fisuras estas mismas posiciones. En resumen, lanzan por todos los lugares donde pueden: « Conservemos, restauraremos, restablezcamos». Pero esta es precisamente la descripción de la tercera hipótesis.

¿Y LA CUARTA HIP?TESIS?

Maurice Bellet, que ha lanzado la idea de esta cuarta hipótesis12, la presentaba en estos términos: «Hay en efecto algo que termina, inexorablemente… Algo muere: y nosotros no sabemos hasta donde esta muerte nos alcanza… De lo que hablamos es algo así como el final de un mundo… Algo se anuncia, y no sabemos lo que será»… «Si el Evangelio es, aquí y ahora, la palabra justamente inaugural que abre el espacio de vida… de todo el resto nos arreglaremos. Todos estos problemas de Iglesia que atormentan a los cristianos, son realmente problemas: intentaremos solucionarlos, pero podemos vivir sin que sean resueltos».

Este texto se ha esforzado en mostrar que las dos vertientes de esta hipótesis: muerte y nacimiento, todo a la vez, son indisociables. Es la consecuencia inevitable del conflicto entre modernidad y cristiandad, esta cobertura institucional de la que se dotó la Iglesia a partir del siglo IV y que se muestra incompatible con la perspectiva de la modernidad.

Dos pirámides de poder fueron puestas en duda por el hombre moderno. La historia ha mostrado que la pirámide del poder político tenía que desaparecer para hacer sitio a la democracia y que el único porvenir es el desarrollo y expansión de esta. ¿Podría ser de otra manera respecto a la pirámide de poder religioso que estructuró la cristiandad durante tantos siglos? Esta minoría de clérigos que se impone al inmenso rebaño de laicos, como antiguamente hacía la nobleza, no es compatible con esta otra Iglesia, «pueblo de Dios», que definía Lumen Gentium.

Podríamos discutir indefinidamente sobre si otro Papa tendría la fuerza de cambiar radicalmente las cosas… Este futuro se nos escapa. Pero no podemos dejar de constatar este doble movimiento: una Iglesia que se aleja de nosotros, se repliega en el pasado, se hace sectaria y se ha convertido en extranjera; y la Vida que nos empuja a profundizar, a desplegar nuestro encuentro con Jesús de Nazareth en nuestras comunidades y en la lucha por otro mundo, más humano, como es el Reino al que él nos invita. «¡Otra Iglesia es posible!» »¡Somos Iglesia!» «¡Vamos hacia adelante!»

«Vosotros, mis hermanos, estáis llamados a la libertad». «Permaneced, pues, firmes y no volváis a caer bajo la esclavitud de la ley», escribía San Pablo a los Gálatas (5, 13 y 5.1) ¡Seamos libres! ¡Vivamos! Descubramos este vino nuevo del Evangelio y atrevámonos a confeccionarle pacientemente «otros nuevos odres». Estamos encargados de configurar el rostro que nuestra Iglesia tendrá mañana.

¡Seamos libres! ¡Vivamos! dejemos a «los muertos enterrar a los muertos», decía Jesús.

¡Seamos libres! ¡Atrevámonos a vivir!

(Footnotes)

1 Según la expresión de Mariano CORBI en su libro «Religión sin religión». Ed. PPC 1996. Este libro presenta un buen ejemplo de esta segunda hipótesis.

2 Hay que señalar aquí un libro esencial sobre estos temas: Le Christ philosophe de Fr. Lenoir (Ed. Plon 2007) que estudia precisamente la evolución de la Iglesia desde su acceso al poder, en el siglo IV, hasta la época moderna. El autor desarrolla la idea que es el cristianismo el que ha hecho posible la llegada de la modernidad. Esta asume, por otra parte, valores evangélicos esenciales. Pero la Iglesia no ha sabido acoger esta evolución que ha debido hacerse, primero sin ella, después contra ella.

3 En estos momentos, incluso en apartadas zonas rurales, se encuentran gentes del pueblo que saben escribir. Es la consecuencia inmediata de los primeros progresos técnicos. Pondrán por escrito las consecuencias prácticas para ellos de las nuevas ideas que circulan. Serán los «Cuadernos de demandas» presentadas a los Estados Generales. Estos contribuyeron ampliamente a la difusión de las nuevas ideas.

4 Cifra dada por E. SIEYES, sacerdote y miembro de los Estados Generales, en su famoso libro «¿Qué es el Tercer Estado?» publicado en enero de 1789. Se plantea las cuestiones: ¿Qué es el Tercer Estado? Responde: Todo.

¿Qué era hasta ahora? Nada.

¿Qué pide el Tercer Estado? Convertirse en algo.

5 Manera aséptica de referirse al poder cada vez mayor del capitalismo puro y duro y de sus multinacionales.

6 Lo analiza muy bien Fr. Lenoir. Ver referencia en nota 2.

7 El otro tema reservado era la posibilidad del matrimonio de sacerdotes.

8 Citemos la evaluación hecha por P.Richard: «se ha cerrado la boca a más de 140 teólogos y teólogas de la Liberación»

9 Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y de Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid en El Periódico «Religión, razón y esperanza» (diciembre de 2007)

10 ¿Cuales son finalmente, para el Papa, los lugares privilegiados para aprender la esperanza? Se trata de «la acción iluminada por Dios, la oración y el sufrimiento» ¿Es verdaderamente posible contentarnos con ellos?

11 Ver Leonardo Boff: «Un doctor en la sede de Pedro» (mayo 2007). Ver también Joseph A. KOMONCHAK, enseñante de la Catholic University of America (Washintong D.C.): « La Iglesia en crisis. Visión teológica de Benedicto XVI». Ver en Commonweal, vol. CXXXII, no 11, 3 de junio de 2005 (traducción del inglés).

12 Ver «La Cuarta Hipótesis. Acerca del porvenir del cristianismo» Ed. Desclée de Brouwer 2001, p 17-18. El comienzo de este texto se inspira en lo esencial de este libro. Los años transcurridos desde su publicación proporcionan aún más interés a su perspectiva.

TRADUCIDO POR JUAN FRANCISCO GUTIERREZ JUGO