A los veinte años de la «mulieris dignitatem». Feminismo en la Iglesia Católica -- Roser Puig Fernández

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A diferencia de otros grupos feministas, las mujeres católicas españolas hasta después del Concilio Vaticano II no pudimos caer en la cuenta de que nuestra tradicional actitud sumisa y servil respecto de los varones (al marido las casadas, y al clero las consagradas) no solo no formaba parte del plan de Dios para con nosotras, sino que no nos era útil para ?ganar el cielo??, como se nos había inculcado desde pequeñas ( según las nada desinteresadas teorías de los llamados Santos Padres de la Iglesia, que habían recogido la idea de la inferioridad del género femenino sostenida por los antiguos filósofos paganos, teoría conservada como ?palabra de Dios?? por otros Santos Padres más modernos pero igual de interesados en mantener las prerrogativas masculinas por encima de la exigencia evangélica de la fraternidad de todos los seres humanos)

Como he comenzado a decir, las mujeres católicas habíamos asumido a través de los siglos nuestro papel de seres inferiores y supeditados a los hombres, los cuales podían y debían controlar nuestra innata tendencia al pecado porque, según las tesis de los sabios patriarcas, las mujeres éramos por Ley Natural de voluntad débil, cortas de raciocinio, tentadoras y transmisoras del pecado original. Mujeres, a las que ?compasivamente?? ellos permitían salvarse a fuerza de parir hijos las unas, y a fuerza de humildad, obediencia y penitencias, las otras.

Pero llegó el Concilio Vaticano II, y las mujeres católicas que (poco a poco y al ritmo de los signos de los tiempos) habíamos ido saliendo del analfabetismo y de la profunda ignorancia en la que el androcentrismo laico y religioso nos había mantenido sumidas, pudimos enterarnos de que éramos seres tan libres y dignos como los hombres, y con idéntico derecho a ser felices en esta vida y en la otra.

El despertar de algunas mujeres católicas

A partir de ese momento, algunas de aquellas que hasta entonces nos habíamos abstenido de analizar el enorme parecido de los valores igualitarios y democráticos que emanan de la Declaración Universal de los Derechos Humanos con los valores fraternos de mutuo respeto y ayuda que emanan del Evangelio de Jesús de Nazaret (en obediencia a la Jerarquía católica, algunos de cuyos miembros aun hoy siguen oponiendo los Derechos Divinos a los Humanos mientras que el Estado Vaticano, como tal, todavía no ha ratificado la Carta Magna) aquellas mismas que mirábamos con recelo a las primeras ?feministas?? considerándolas unas ?locas exaltadas??(porque así nos lo había dicho nuestro esposo, o nuestro director espiritual) comenzamos a atrevernos a pensar por nuestra cuenta y a ver las cosas de muy diferente manera.

Porque el Pueblo de Dios, reunido en concilio, había dejado bien claro y por escrito que??Dios ha querido dejar a la persona humana en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a este, alcance la plena y bienaventurada perfección (G. S., I, 17)?? y ?en Cristo y en la Iglesia no hay ninguna desigualdad (L. G. IV, 32)?? y también que ?toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino?? (G. S. II, 29) Ante esto, llenas de alegría y coraje, comenzamos a reclamar la igualdad de hecho y de derecho con los hombres en el seno de la Iglesia y en la familia; y hubo quién incluso empezó a prepararse para asumir responsabilidades en la institución católica.

Y desde entonces, las mujeres católicas que salimos de nuestro letargo gracias a las conclusiones de aquel histórico Concilio, estamos apoyando la lucha por la emancipación de la mujer (legal, cultural y económica) que tenían entablada otras mujeres que ya habían tomado conciencia de su dignidad como personas libres antes que nosotras y siguen luchando por liberar a todo el género femenino de la esclavitud en la que el Patriarcado Androcéntrico lo tiene atrapado en todo el mundo. Específicamente, nos incorporamos a la causa de la erradicación de la cultura machista desde nuestra fe religiosa.

Pero ese cambio de óptica por el momento solo se ha producido en una minoría de mujeres católicas, el resto continúa transmitiendo los tradicionales valores androcéntricos sin percatarse que, con ello, están siendo cómplices de sus propios verdugos y de los de otras mujeres.

Reacción del clero retógrado y de los maridos machistas.

Naturalmente, al clero tradicional (que es beneficiario y responsable en buena parte de la perpetuación de dicha cultura machista) no le hizo ninguna gracia la incipiente rebelión de las mujeres católicas. Tampoco se la ha hecho a los maridos posesivos que, en veinte siglos de interpretación patrística de Cristiandad, habían aceptado encantados que la esposa fuera de su exclusiva propiedad y les estuviera supeditada ?por designio divino?? (y ahora nosotras, Evangelio en mano, les decimos que no hay tal). Maridos que tienen que contemplar impotentes como, en un país democrático y aconfesional, las leyes están de parte de las mujeres que desean recuperar su identidad y autoestima de personas libres.

Algunos, al ver como su ?posesión?? puede escapárseles legalmente de las manos, se desesperan hasta tal punto que prefieren matarla antes que concederle la libertad.

Historia de una ?carta??

El clero tradicional y retrógrado no llega a esos extremos (por lo menos en estos tiempos) y recurre a falaces sutilezas teológicas o a insinuantes amenazas de excomunión para que desistamos de nuestro empeño. El papa Juan Pablo II, después de varios ensayos doctrinales para sacarnos de nuestro ?error??, debió pensar aquello de que ?se cazan más moscas con miel que con hiel?? y decidió obsequiarnos con una Carta Apostólica llena de alabanzas a nuestra feminidad. Seguramente con el fin de que nos sintiéramos satisfechas y felices de pertenecer a una Iglesia que nos apreciaba tanto y dejáramos de dar la lata con nuestras pretensiones de igualdad con los varones. Y así vio la luz la Mulieris Dignitatem en el Año Mariano de 1988. Una carta farragosa, de complicada teología tradicional.

Contenido de la misma.

A pesar de todo, la Carta en cuestión comentaba en el capítulo III con bastante objetividad aquello que se dice en el Génesis sobre que Dios creó al hombre y a la mujer ?a su imagen y semejanza?? (I, 27). En el capítulo V, se analizaba la actitud de Jesús para con las mujeres y se llegaba a la conclusión de que ?en las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer, propia del tiempo?? (V, 12). A continuación (capítulo VI) seguían las clásicas excelsitudes propias de la Doctrina católica sobre la maternidad y sobre la virginidad. Y finalizaba la Carta con un gran ramo de flores dedicado a todas aquellas mujeres que han prestado y siguen prestando servicio a la familia, a la sociedad y a la Iglesia, de forma desinteresada.

Naturalmente, ante tal profusión de halagos, muchas mujeres se pusieron muy contentas ¡Por fin un Santo Padre que no nos calumniaba, menospreciaba o condenaba¡

Pero??

Pero el ramo de rosas perfumadas contenía una espina emponzoñada: En el capítulo dedicado a la Eucaristía, se podía leer: ?Cristo, llamando como apóstoles suyos solo a hombres, lo hizo de un modo libre y soberano???? (VII, 26). Es decir, primero se había afirmado que Jesús no discriminó a las mujeres, y luego se decía que sí que lo hizo. Y no solo eso, se puntualizaba que lo había hecho sin estar condicionado por la cultura de su tiempo .

En resumen, según Juan Pablo II, el Maestro prescindió de las mujeres para su proyecto clerical porque le dio la gana y la Iglesia no podía hacer nada al respecto (tesis desmentida por la exégesis y la teología actualizadas e independientes) ¡Bonita manera de colgarle a Jesús de Nazaret la responsabilidad del escándalo de la discriminación de la mujer en la Iglesia Católica!

Represalias

Intuyendo la polémica que se iba a organizar tras la publicación de la susodicha ?carta??, el entonces cardenal Ratzinger, Presidente de la Congregación vaticana sobre la Doctrina de la Fe, advirtió a través de Radio Vaticano que el tema estaba zanjado ?definitivamente?? y que, quienes insistieran en él, ?se apartarían de la comunión de la Iglesia??.

Pero las mujeres católicas que habíamos abierto los ojos, no estábamos dispuestas a cerrarlos de nuevo ni a seguir comulgando con ruedas de molino. Por lo que los próceres vaticanianos (alarmados por el peligro que suponía para sus privilegios de casta y de género las reivindicaciones feministas de igualdad de oportunidades) procedieron a blindar el Derecho Canónico a fin de que no quedara ningún resquicio legal por el que las mujeres se pudieran colar en el escalafón clerical.

Es decir, se nos negó (de derecho y de hecho) el reconocimiento oficial de nuestro quehacer diaconal (atención y cuidado de los miembros más débiles y necesitados de la comunidad) ¿Quién ha sido la encargada a lo largo de la Historia de cuidar a los enfermos, los niños y los ancianos sino la mujer? Cuando algún hombre ha asumido esas tareas se le ha considerado poco menos que afeminado??o santo. Mientras tanto, se nos acusaba a las feministas (por reclamar la igualdad de dignidad, libertad y derechos en ambos ámbitos; familia e Iglesia) de querer escaquearnos de ?lo específico de la naturaleza de la mujer??, de ?fomentar el enfrentamiento hombre-mujer?? y de ?responder a los abusos de poder, con la búsqueda del poder?? Algo, esto último, que por lo visto es una cosa muy mala cuando lo pretenden las mujeres, y buenísima cuando lo detentan los hombres. (?Carta apostólica a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el Mundo?? cardenal Ratzinger, año 2004).

Y se produjeron y siguen produciéndose las amonestaciones, prohibiciones, expulsiones e inhabilitaciones para las teólogas católicas feministas por parte de Vaticano. En especial para las religiosas, a través de sus respectivas órdenes, cuyas compañeras (fieles a la Jerarquía que no, en mi opinión, al Evangelio) se lo ponían y se lo siguen poniendo muy difícil.

De nuevo la Mulieris Dignitatem

Ahora el Vaticano ha celebrado un Congreso Mundial sobre la promoción de la Mujer. Dicen que ha sido para conmemorar los veinte años de la mencionada Carta Apostólica de Juan Pablo II, Pero el título del Congreso era: ?Mujer y varón, el humanun en su integridad?? con clara alusión al tema que parece obsesionar a este pontificado: la familia tradicional.

Con toda razón, pues al ser la familia la base de la sociedad y de la Iglesia, según el modelo de ella que predomine (igualitario o autoritario) así serán en el futuro la una y la otra. De ahí los titánicos esfuerzos por monopolizar el modelo familiar por pare del Vaticano que, de conseguirlo, tendría funestas consecuencias tanto para la causa de la liberación de la mujer como para toda la sociedad. Para ello precisa de la complicidad de la mujer.

Sin embargo, no es ningún secreto que la ?igualdad?? no goza precisamente de las preferencias de la Jerarquía católica actual por más que el discurso papal del día 9 de febrero a los participantes del Congreso quiera disimularlo: ?Hay lugares y culturas donde la mujer es discriminada y subestimada por el solo hecho de ser mujer, donde se recurre a argumentos religiosos y a presiones familiares, sociales y culturales para mantener la desigualdad entre los sexos?? (¡inaudito¡)

Preguntas

¿Habrá servido este Congreso para aportar algo a la causa de la liberación de la mujer; o Benedicto XVI piensa hacer con él lo que su antecesor hizo en su día con la Mulieris Dignitatem, es decir, proclamar que la Iglesia Católica tiene un gran aprecio por las mujeres??.siempre que estas se mantengan en ?su sitio?? y no reclamen igualdad de hecho y de derecho con los hombres en la institución y en la familia?

Mucho me temo que la diferencia entre uno y otro va a consistir solamente en que, esta vez, las protagonistas han sido un puñado de mujeres que (por temor a la excomunión, o por propia conveniencia) están dispuestas a seguir cerrando los ojos a la nula intención de renunciar a la supremacía masculina que encierran las bellas palabras del Magisterio oficial. Mujeres dispuestas a asumir la enorme responsabilidad que supone el utilizar el nombre de Dios para justificar la supeditación de la mujer al varón. Porque ¿se puede ?promocionar?? a la mujer y conservar los privilegios masculinos al mismo tiempo sin vulnerar el principio de igualdad de los Derechos Humanos y el principio de fraternidad del Evangelio?

¡Cómo me gustaría equivocarme y que alguien me lo echara en cara diciéndome que este Congreso había servido para iniciar los trámites de abolición de los artículos del Derecho Canónico que dictaminan (en pleno siglo XXI) el escándalo de la discriminación de la mujer en la Iglesia, por razón de sexo!

De lo contrario, todo habrá sido una cínica comedia más.

Roser Puig Fernández (una viuda, madre de cinco hijos y feliz abuela que nunca ha tenido ningún interés en ser cura) Palma de Mallorca, Febrero del 2008.