4 de Abril, Domingo de Resurrección -- José María Castillo, teólogo

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Jn 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: ?Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto??. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.

Los dos corrían juntos pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

1. Lo primero que destacan los relatos de la resurrección es que el sepulcro estaba vacío. Hay quienes piensan que esta insistencia en el tema del sepulcro vacío, en los relatos de la resurrección, tiene probablemente su razón de ser en la costumbre, que vivieron los primeros cristianos, de acudir a Jerusalén para visitar el sitio donde estuvo enterrado Jesús (E. Schillebeeckx).

2. En todo caso, lo que interesa, al leer estos relatos de apariciones, es caer en la cuenta que Jesús no está en el sepulcro. Es decir, Jesús no está en el sitio de la muerte. Ni en ninguna cosa que tenga que ver con la muerte. Por eso se nos informa que las vendas y el sudario (la mortaja) se quedaron también allí. Donde hay muerte, no está Jesús.

3. A Jesús no lo encontramos en la muerte. Ni en el miedo a la muerte. Ni en el culto a la muerte o a los muertos, como han hecho otras religiones. Todo lo que dice relación con Jesús, dice relación con la vida, con la felicidad, el gozo y el disfrute de vivir. Y, por supuesto, en la esperanza de una vida sin limitación alguna.