Enviado a la página web de Redes Cristianas
El día 9 de julio de 1993 fui ordenado sacerdote en Las Palmas de GC. Desde febrero de 2012, vivo al margen.
Ser cura, como opción existencial por ser uno más, por estar con los de abajo, por asumir la causa de los de abajo como propia. Ganarme la vida con mi trabajo y un trabajo manual, precario, sin privilegios. Ser cura significa desprofesionalizar el servicio religioso o evangélico. No vivir de la religión. Dar gratis lo que es gratis, lo que no tiene precio. Desclericalizar el ministerio, siendo uno más pero sin renunciar a ser uno mismo.
Ser cura casado. Compatibilizar ministerio y matrimonio, viviendo la sexualidad, la paternidad, la familia como sacramentos de encuentro con Dios, de realización personal y creyente. Reivindicar no sólo la opcionalidad del celibato sino la desclericalización por motivos de sexo, de orientación sexual, de opción matrimonial, plenamente compatible evangélica y teológicamente; sólo una disciplina eclesiástica no puede frenar la libertad, diversidad e igualdad personal y comunitaria.
Ser cura comunitario. La comunidad es el ámbito adecuado para una igualdad radical (nadie es más que nadie), para una fraternidad real, para una diversidad de carismas y ministerios no sólo aceptados sino animados por la comunidad. Ser comunidad es la primera y principal manera de ser plenamente iglesia. Es nuestro modo de ser iglesia. Y en ella, cada carisma tiene su lugar. Ser cura es uno más, siendo uno más y siendo uno mismo.
En resumen, estos tres rasgos son no sólo una experiencia de 20 años (con su proceso y evolución??), que muestra con hechos que es posible ser cura de otra manera que la tradicional; sino un reto personal y comunitario: ser cura sin ser clero. Superando una eclesiología clerical (marcada por la Institución), cabe una eclesiología comunitaria (marcada por la comunidad). Ser cura no es tanto una función eclesiástica cuanto un servicio al Reino de Dios, al Evangelio de Jesús, a la Causa de los pobres. En ese servicio me encuentro como cura, como comunidad y como iglesia de Jesús. Pero no como clero: no soy célibe, no trabajo profesionalmente como cura, no cobro ni dependo del Obispo, no estoy en nómina en la diócesis.
Es posible ser cura sin ser clero, pero para ello no hacen falta curas, sino comunidades desclericalizadas donde cada carisma sea reconocido y ejercido con libertad y creatividad, como dones del Espíritu. En ese proceso de desclericalización cabe no sólo la opcionalidad del celibato, sino la posibilidad del ministerio ejercido por mujeres, célibes o casadas, hombres o mujeres homosexuales o lesbianas, o tantos otros ministerios que las necesidades de cada comunidad y los carismas de cada persona hagan posibles o necesarios, con el debido discernimiento bajo la acción el Espíritu.