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¡Yo acuso! -- Jaime Richart

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Por el peligro que encierra el lenguaje audaz y temerario, tal como están las cosas y la intolerancia de una justicia española justiciera, no reprocho a nadie que no lo emplee pese a que las soflamas revolucionarias las están pidiendo a gritos millones de ciudadanos en numerosos países y a saber cuántos en España.

Ni tampoco se lo reprocho a esos periodistas digitales que al abor­dar la vergonzosa sentencia del siglo y luego la clamorosa afrenta cometida por la presidenta de la Cámara, todos los textos sobre ambos asuntos me resultan melifluos, demasiado cautelo­sos e incluso cursis al lado del lenguaje durísimo y levantisco que me­recen provocaciones de una injusticia deliberadas y la sumisión de la presidenta del Congreso. Y no se lo reprocho, porque los periódicos digitales de izquierdas, aun los de pago, a duras penas pueden seguir adelante y han de ir con cuidado para evitar pro­blemas y quién sabe si también su cierre si sobrepasan la línea roja impuesta por los mismos magistrados.

Por eso, emulando a Émile Zola que en el escandaloso caso Dreyfus escribió una carta con el título de ¡Yo acuso! en favor del oficial francés judío acusado de traición con pruebas falsas y ab­suelto gracias a su carta, sin esperar indulgencia alguna para Al­berto Rodríguez de esa cuadrilla de psicóticos, de los que sólo puedo esperar acciones penales de desacato, acuso a los magis­trados de la Sala Segunda del Tribunal Supremo de alta traición a los principios en los que se supone, aun malamente, se basa la Constitución; de alta traición a una democracia (si es que ha lle­gado a alcanzar la categoría de serlo) cada día más desfigu­rada por ellos mismos con sentencias empapadas de autorita­rismo mi­litar, al lado de otras  rebozadas en manifiesta benevo­lencia cuando el procesado es más o menos secretamente de su misma militancia o ideología.

Yo acuso a los políticos de la ul­traderecha y de la derecha de franquistas redomados que, desde el día si­guiente de promulgada de la Constitución, encapsulados en las instituciones y aun fuera de ellas, permanecen al acecho de su oportunidad para retornar a España a un engendro de fran­quismo. Yo acuso a la presidenta del Congreso de que, aparen­tando la integridad precisa para desempeñar la responsabilidad que con­trajo al aceptar el cargo, se ha revelado como miserable consenti­dora de la causa franquista y ayuda de cámara del ma­gistrado.

Esto, para vergüenza del parlamento entero al rendirse al magis­trado sometiendo la independencia institucional como poder le­gislativo del Estado, al poder judicial. Yo acuso a todos los políti­cos que durante cuarenta y tres años se han hecho pasar por ser de izquierdas y republicanos, y a la ciudadanía que ce­rrilmente les viene votando sólo porque el Estado les da de co­mer, de ser esos de los que Einstein decía que son peores que los perversos, pues ellos son los que consienten los males del mundo y en este caso la frecuente prevaricación de los otros.

El caso es que, desde que empezó el juicio oral hasta la felonía de la presidenta del Congreso traicionándose a sí misma y trai­cionando la causa de un parlamento español, que parece más un prostíbulo de carretera que un respetable lugar de encuentros y desencuentros políticos por el bien de la nación, todo ha sido una cadena de despropósitos, riadas de mala baba, de mala fe y de la peor voluntad para no hacer patria. Un lugar en el que los inge­nuos que empezamos a caminar de la mano de una Consti­tución con ribetes marcadamente fascistas y una monarquía for­zosa cuya penosa imagen no tardó en dilapidarse a sí misma, esperábamos (luego se ha visto que inútilmente) un referéndum más adelante; un lugar donde, a pesar de todo,  confiábamos en que fuese posi­ble construir, por fin, una nación digna capaz de enfrentarse a las amenazas del franquismo redivivo, y en la que entre todos sería­mos capaces de ir desactivando las minas ente­rradas por sus par­tidarios desde el mismo día que desapareció el dictador…

24 Octubre 2021

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