¡Manuel, Epifanía de la Vida! La carta primera de Juan (1,2) resume el mensaje en dos palabras: ¡Manifestóse Vida! Lo palpamos, lo certificamos (1,1) y os lo contamos para alegraros y que compartáis vida en comunidad, enkoinonía (1,3-4).
Se llama Manuel, dice Mateo (Mt 1,23-25), Emanuel, porque acerca a Dios; Jesús, porque salva. Lo repite Lucas: Jesús, liberador (Lc 1,31). Lo suyo es dar buenas noticias, él es en persona la Buena Noticia, se adelantó a decir Marcos (Mc 1,1). Dios con nosotros, cuando dos o tres se reúnen en su nombre, son iglesia, son redes cristianas (Mt 18,19); y a nuestro lado, dando buenas nuevas de esperanza, curando y liberando a diario dondequiera que lo proclamemos hasta el fin de los siglos (Mt 28,20).
La teología se empeñó en explicar y complicó, pero a los poderosos les venía bien apoyarse en teologías y manipularon Niceas, Calcedonias y etc. Al analizar el chiste, sofocaron la risa. Al dogmatizar el Misterio, mataron la vida. Al analizar las metáforas, trituraron el sentido. Alejaron a Manuel y nos alejaron de él.
La religiosidad popular y la predicación sencilla recuperaron el alma y el duende, las fibras de sentimiento y el calor de hogar. Nos acercaron a Manuel en belenes y villancicos.
Unos, al exaltarlo, lo alejaron. Otros, al acercarlo, lo infantilizaron. Unos hicieron comulgar con ruedas de molino. Otros redujeron la comunión al biberón. Hoy, la fe adulta confronta el reto de las interpretaciones: quitar la cal para ver el fresco; eso sí, raspar con cuidado, que el original es frágil y también por este lado o te pasas o no llegas. ¡Ay de los hermeneutas incapaces de poesía! Que aprendan en la escuela del P. Lamet…
En culturas y países propensos a la crispación nos hace falta aumentar la dosis de buen humor y poesía para sanar cicatrices de dogmatismos, moralismos y absolutismos: nadar en cueros vivos en aguas de relativismo sano. Como dicen los sintoístas, nada purifica tanto como la ducha fría de la cascada.