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¡Otra vez la machada, fuera de lugar, salvaje, y bruta, del salto de la verja, con la imagen de la pobre «Blanca Paloma» tambaleándose! Sé que es difícil que mis palabras se entiendan, en el tono y en la mesura que me gustaría. Evidentemente, éstas no son contra los devotos de una virgen, y una ermita, tan entrañable, que vemos cómo gente que nada tiene que ver con aquellos parajes, y caminos y veredas que los rocieros trillan todos los años por tierras y marismas de Huelva. Mis palabras tienen mucho más que ver, y van dirigidas, con bastante dosis de indignación, a los jerarcas, obispos y clérigos, que han dejado llegar la devoción a la Virgen del Rocío hasta extremos intolerables en su manifestación folklórica. Porque, ¿tiene algo que ver ese brutal inicio de procesión, saltando a las bravas la verja, en lugar de abrir civilizadamente el correspondiente candado, y abrir de par en par la cancela, para que salga elegante, solemne y ligeramente, la imagen de la Virgen?
Porque hay que decir a los romeros algo que deben saber, pero , por lo visto, olvidan, o consideran de poca importancia: que la que salta la verja, y sale entre trompicones, en medio del tumulto de brazos levantados buscando desesperadamente un contacto con la imagen, o simplemente con las andas, que ¡ya da igual!, y después recorre los polvorientos caminos de la romería rociera, no es la virgen, ni del rocío, ni ninguna otra, sino una imagen, supongo que de madera, que no lo sé, recubierta de ropas, que nos recuerda y visibiliza a una linda y valiente doncella de una perdida aldea de Nazaret, en Israel, que, hace dos mil años, se ofreció para hacer posible la encarnación de Dios. No sé si los devotos rocieros tienen eso en cuenta, si les importa, si es eso lo que les emociona, o su emoción está pegada a los meandros y curvas del camino.
Se supone que la primera preocupación, y la más sana intención, de los fieles y romeros de cualquier Virgen y su correspondiente ermita, es la de dar gloria a Dios, y, al mismo tiempo, venerar, cantar y glorificar a su Madre, la Virgen María. A la vista de los modos y maneras de culto que se emplean en la romería del Rocío, a cualquiera, sin el más mínimo estilo ni preocupación de crítica ni censura, nos viene a la cabeza si es esa la intención, y ese el objetivo, que se persiguen con esos modales rituales tan brutos, tan fuera de lugar, y de toda lógica, como el salto «a la fuerza bruta de la verja», y esos apretujones y falta de consideración, de modales, y de delicadeza, en el afán de acercarse y tocar la imagen veneranda de la patrona del Rocío, que, me parece, debería producir más fervor, respeto, serenidad, dulzura y ánimo solidario de los que demuestran las imágenes que trasmite la televisión, que denotan interés desatado de tocar personalmente, o de acercar a los niños a la imagen, caiga quien caiga, y sea quien sea el atropellado en el intento.
Entiendo, con dificultad, lo que de costumbre y tradición puede haber en estos comportamientos, pero de ninguna manera llego a comprender que en los mismos se encuentren los sentimientos de veneración, piedad y sacralidad que son de esperar en cualquier manifestación de culto cristiano, hasta en los más tradicionales, folklóricos y desgarrados.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara