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Papa Francisco, remuévelo de su sede.
No es la primera vez que alguno de los mal llamados, ¡malísimamente mal!, príncipes de la Iglesia, es decir, cardenales de alta alcurnia, culpan a la mujer, es decir, a la víctima de abusos, de responsable y causante de los mismos. Se trata, ¡otra vez!, y son ya incontables, del cardenal de Lima, monseñor Cipriani, provocativo portavoz y, a lo que parece, indiscutible líder del Opus Dei en el Perú. Entiendo, alabo, y me parece muy bien, la campaña de la práctica de la misericordia por parte del papa Francisco. Pero si algún pequeño atisbo de defecto encuentro en el papa argentino es en que esa práctica misericordiosa se extienda, también, a personas con cargos eclesiásticos de gran responsabilidad, que en el ejercicio de los mismos, y a las personas sometidas a su autoridad, pueden provocar un mal, muchas veces irreparable. El cardenal de Lima es uno de estos eclesiásticos que ha demostrado, suficientemente, el abuso de su autoridad, como se vio en su relación bochornosa, desconsiderada, y casi violenta, contra la Universidad Católica de Lima.

Papa Francisco, no le tiemble la mano al apartar a eclesiásticos de este estilo autoritario, preconciliar, y poco evangélico, de sus puestos de alta responsabilidad. Estoy seguro de que en esta mi opinión estoy de acuerdo con muchos, muchísimos, fieles, que nos sentimos heridos, escandalizados, maltratados, cuando vemos cómo pastores que deberían cuidar con amor y ternura de sus ovejas son un obstáculo y una piedra de tropiezo para muchas, de ellas, en algunos casos, innumerables. Y, además, de las más débiles, frágiles e indefensas. Y otra consideración que nos duele, y lastima, es que actitudes como las que han provocado estas líneas, las practican algunos en la Iglesia, o así lo parece, como desafío al exquisito cuidado y al amable y dulce pastoreo con que Tú, nuestro Pastor supremo, estás regalando a nuestra Iglesia.

No me gustaría ser mal interpretado, ni como acusica, ni como delator, ni como cazador de brujas, ni, mucho menos, como meticón en dónde no me llaman. Pero actuaciones, tan repetidas, descaradas y anti evangélicas como las que nos ha deparado ya en demasía el cardenal Cipriani, bien merecería de tu parte una llamada pública de atención, que consolara a las mujeres peruanas, y que alertara a tantos poderosos en la Iglesia para que cayeran en la cuenta, de verdad, que no son dueños de las conciencias de sus fieles, ni se va a tolerar más en la Iglesia este uso y abuso, más esto que aquello, de una autoridad que solo en el exquisito seguimiento de las palabras del Señor, y en el más escrupuloso ejercicio del amor fraterno, tienen sentido y cabimiento.