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Hemos conmemorado de distintas formas la reunión que los obispos latinoamericanos realizaron en Medellín en el año 1968 y que se popularizó como CELAM 68. Reunión que tuvo un impacto fuerte en el caminar de los cristianos en América Latina y que por eso mismo vale la pena recordar y repensar algunas décadas después. Esta reunión tuvo como objetivo principal revisar la caminada eclesial del subcontinente e impulsar en ella el Espíritu y los acuerdos del Concilio Vaticano II. La realidad es que mirada desde hoy, tenemos que hacer conciencia de que el hálito de la Sophía dio un revolcón a la iglesia subcontinental.
La fecha escogida para la segunda reunión general del episcopado latinoamericano pudo haber respondido a diferentes circunstancias, pero la verdad es que se inscribió en la historia en una fecha cargada de simbolismos:
Si bien el decenio de los sesenta se caracterizó por la riqueza de acontecimientos y su significado, el año 68 fue quizás el más prolífico de ellos: el mayo francés, agitación universitaria en gran cantidad de países. Universidades como la Sorbona, Columbia, Bolonia, Cambridge, Autónoma de México y decenas más cerradas o al borde de serlo, levantamientos en los guetos negros de Estados Unidos y asesinatos de Luther King y de Robert Kennedy, invasión soviética a Checoslovaquia, matanza de estudiantes en ciudad de México, recrudecimiento de la guerra en Indochina y ofensiva del TET, primera visita de un Papa a Latinoamérica y reunión del CELAM en Medellín, etc… (Tirado Mejía 2014 – Pág. 38).
Como vemos, la agitación de estos años no fue sólo al interior de la iglesia católica. El mundo occidental se vio removido muy fuertemente, en distintos aspectos. Por supuesto la mujer formó parte de estas transformaciones, fue sujeta activa de ellas y en ocasiones, estas le alcanzaron más allá de su deseo. Vamos a mirar estos procesos de una manera general focalizando al interior de ellos los cambios registrados en la condición de la mujer, tanto en la sociedad como en la iglesia. Miramos los cambios en Europa y Estados Unidos porque nos influyen de manera muy cercana. Posteriormente, focalizaremos la mujer en el Celam 68.
LOS AÑOS SESENTA: LA MUJER EN EL MUNDO Y EN LATINOÁMERICA.
Las nuevas generaciones no pueden aquilatar los cambios tan profundos que se dieron en el mundo occidental a principios de la segunda mitad del siglo veinte. No pueden aquilatarlos porque nacieron en ellos y vivieron siempre en medio de sus consecuencias, pero la realidad es que se trató de auténticas y variadas revoluciones. Son años complejos y densos, de los cuales podemos sintetizar algunos ejes:
Occidente vive un proceso mediante el cual el campesinado tiende a desaparecer como fuerza social ya que precipitadamente, las poblaciones se trasladan a vivir a los centros urbanos, arrancando entonces poco a poco el fenómeno de las mega- ciudades.
Por primera vez se vive en nuestras sociedades una presencia masiva de jóvenes que empiezan a constituir un grupo como tal, lo cual es inédito en la historia. En las ciudades en desarrollo, jóvenes varones y mujeres se convierten en “estudiantes” en las Universidades y estas serán entonces un foco de pensamiento y de poder.
Igualmente en esta década con el despegue de la tecnología se inicia la decadencia de la clase obrera (o proletariado) como sujeto social de presión.
Pero los cambios más sustanciales en Europa y Norteamérica, se dan en la perspectiva de cambiar la vida y en este sentido son las mujeres las que se llevan la palma:
La entrada masiva de mujeres casadas -o sea, en buena medida, de madres- en el mercado laboral y la extraordinaria expansión de la enseñanza superior configuraron el telón de fondo, por lo menos en los países desarrollados occidentales típicos, del impresionante renacer de los movimientos feministas a partir de los años sesenta. En realidad los movimientos feministas son inexplicables sin estos acontecimientos (Hobsbawm 2012 – Pág. 314)
Hay unas fechas que sirven de mojones a estos “cambios de vida” de las mujeres:
A finales de 1949, Simone de Beauvoir publica en Francia un libro que va a ser definitivo en la conciencia futura de las mujeres: El segundo sexo. Una década más tarde en 1963 Betty Friedman publica en Estados Unidos: La mística de la feminidad. A lo largo de los años 60 y 70 las mujeres impulsaron lo que se conoce como las distintas olas del feminismo, que lograron que ya nada volviera a ser igual para ellas. De nuevo Hobsbawm nos plantea:
Sin embargo, en los países desarrollados, el feminismo de clase media o el movimiento de las mujeres cultas o intelectuales se transformó en una especie de afirmación genérica de que había llegado la hora de la liberación de la mujer, y eso porque el feminismo específico de clase media, aunque a veces no tuviera en cuenta las preocupaciones de las demás mujeres occidentales, planteó cuestiones que afectaban a todas, y esas cuestiones se convirtieron en urgentes al generar convulsiones sociales… una profunda y en muchos aspectos repentina, revolución moral y cultural, una transformación drástica de las pautas convencionales de conducta social e individual. Las mujeres fueron un elemento crucial de esta revolución cultural, ya que esta encontró su eje central, así como su expresión en los cambios experimentados por la familia y el hogar tradicionales, de los que las mujeres siempre habían sido el componente central. (Hobsbawm 2012 – Pág. 321)
Estas transformaciones impulsadas en Europa y Estados Unidos, llegaron lentamente a América Latina, aunque con particularidades y especificidades. Nombres como los de Domitila Barrios o Violeta Parra son un claro testimonio de ello. Unas décadas antes en casi todos los países del continente (Chile, Argentina, Colombia, México, Perú…) hubo varias décadas de lucha femenina, fundamentalmente en el terreno de lo político por la consecución del derecho al voto y a la administración de los bienes económicos. Luchas por el acceso a la educación superior y en ocasiones por el derecho al divorcio. Estas luchas en la mayoría de los países fueron decayendo a lo largo de los años 50.
Los años 60 van a significar sin embargo un nuevo avance, esta década se caracteriza en Latinoamérica por luchas diversas de reivindicaciones sociales. Bajo el influjo de la revolución cubana (1959), se despiertan clamores que piden igualdad, justicia, liberación. Las mujeres van a participar abiertamente en estas luchas en número cada vez mayor. Igualmente las mujeres van a militar en partidos políticos de diverso signo y en las recientes guerrillas; esta experiencia de militancia en organizaciones amplias va a ser uno de los detonantes que las llevará a buscar y crear sus propias organizaciones femeninas ya que más de una vez sus reivindicaciones propias no sólo no serán escuchadas sino que serán enjuiciadas:
La izquierda -desde otra perspectiva, pero concomitante con la derecha- lanzó críticas deslegitimadoras, particularmente violentas, contra quienes se atrevían a reivindicar la autoconciencia, el psicoanálisis y la autonomía como formas de la política de las mujeres y contra aquellas que denunciaban la discriminación y la violencia sexual y doméstica, sin pasar por el combate contra la pobreza y la falta de escuelas y hospitales. (Gargallo 2004 – pág. 67
Como decíamos fue una década de luchas amplias para mejorar las condiciones de vida del pueblo y en este sentido:
La respuesta vino principalmente de las mujeres; fueron las mujeres quienes se organizaron, para la sobrevivencia, en movimientos sociales tipo ollas comunes. Los programas de los partidos políticos no fueron una solución para la sobrevivencia inmediata de los pobres. Los partidos políticos de izquierda estaban entrenados a otro tipo de lucha por ejemplo: luchas laborales como huelgas; al haber gran desempleo las huelgas no sirven mucho… (Fuentes 1992, página web).
Aunque estos comités de mujeres populares se multiplicaron a lo largo del territorio, en algunos países tuvieron más fuerza que en otros, es el caso de los Comités de Amas de Casa, en las minas nacionalizadas de Bolivia, que hicieron su aparición el 1961 y que aportaron nuevas formas de organización y participación política en las luchas de los y las mineras (Cfr. Ardaya 1989 – Pág. 183).
Finalizando la década e iniciando los años 70, las mujeres latinoamericanas desarrollan en firme su conciencia y sus movimientos feministas y se inician por todo el subcontinente los grupos que desarrollarán la conciencia de la marginación y subalternidad sexo-genérica. Pero esta explosión de los 70 y la década de la mujer declarada por la ONU a partir de 1975, no surgieron de la nada, ni por generación espontánea… este fenómeno se gestó más o menos en silencio entre 1965 y 1970.
LA MUJER EN LA IGLESIA, AÑOS SESENTA.
Los movimientos feministas de estos años, tocaron indiscutiblemente a las mujeres creyentes que iniciaron -a partir de ellos- reflexiones y demandas al interior de las instituciones eclesiásticas. Podemos recoger aquí algunos hechos significativos.
La Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), dedicó grandes esfuerzos entre los años 1957 y 1968 a la educación y promoción de la mujer a través de los movimientos eclesiales de Acción Católica y a través de las parroquias:
Las organizaciones internacionales católicas, se lanzaron a pedir en su tercer Congreso de Apostolado Seglar, celebrado en 1967, plenos derechos y plenas responsabilidades para las mujeres en la iglesia, así como la realización de un serio estudio doctrinal sobre el lugar de la mujer en el orden sacramental. (Salas 1993 – pág. 86).
Igualmente en el terreno ecuménico se impulsó esta reflexión:
El tercer encuentro celebrado en Taizé en 1967, fue ya propiamente la 1ª Conferencia Ecuménica Internacional Femenina, convocada bajo el lema
Los años sesenta, en los que entre otras cosas transcurrió el Vaticano II, fueron años de fuerte presencia femenina en las iglesias y en la teología feminista naciente. Se generó una fuerte discusión sobre el lugar de las mujeres en la iglesia y una fuerte presencia y activismo por parte de ellas, en diversos sentidos: Irán desde las posturas más ortodoxas y reconocidas eclesialmente como las de la teóloga: Adrienne Von Speyr o las “misioneras” Dorothy Day, Madeleine Delbrel y Chiara Lubich… hasta las posturas más extremas, calificadas como “post-cristianas” de autoras como Mary Daly. En el centro de este espectro nace la teología feminista cristiana con nombres como los de la norteamericana Rosemary Redford Ruether o la holandesa Catharina Halkes quienes publican sus primeros textos alrededor de 1966.
Como la historia de las mujeres en el cristianismo no está escrita y es necesario arañar aquí y allá, podemos seguir a grandes trazos los testimonios de tres mujeres en esos años lo que nos dará una idea de la fuerza de la presencia femenina en los tiempos conciliares, inmediatamente anteriores a la II Conferencia General del Episcopado latinoamericano. En primer lugar Dorothy Day quien en su autobiografía publicada en 1952 deja claro que su conversión al catolicismo no fue ni inconsciente, ni fácil… y once años después, en 1963 publica su obra “Panes y Peces” en la que nos continúa narrando su aventura vital a través de su Fundación de Trabajadores Católicos. Day fue una mujer inquieta de fe sólida pero permanentemente cuestionadora: “La legislación de la iglesia sobre el matrimonio era un obstáculo para muchos. Allí fue donde yo empecé a tener problemas y a abrigar temores. Hacerme católica significaba para mí renunciar a un compañero del que estaba muy enamorada” [“La Larga Soledad”]. La presencia de esta conversa, sus aportes y demandas a la iglesia, su inmenso trabajo y pensamiento no podía pasar inadvertida y efectivamente no pasó.
Ambos textos son un claro testimonio de su clarividencia, de su pasión, de la fuerza con que asumió el catolicismo en su vida. Igualmente son testimonio de sus constantes preguntas, de cómo su fe madura en medio de búsquedas e interrogantes, dejando ver la conciencia privilegiada de una gran creyente y sus aportes al caminar eclesial en momentos definitivos.
Un caso muy distinto pero no menos significativo desde el punto de vista cultural es el de Rosario Bofill, periodista catalana católica, que funda en 1956 -en colaboración con su marido- la revista El Ciervo, revista que abre sus puertas a autores creyentes de mirada y pensamiento crítico. Rosario escribe en la década del 70, un libro que se titula: Creo, ayuda mi poca fe, en la colección El credo que ha dado sentido a mi vida de la editorial Desclée de Brouwer. A lo largo de sus páginas nos deja ver sus inquietudes en torno a la iglesia y a una apertura que no acaba de cumplirse. Manifiesta las inquietudes que en 1968 le producen, como católica-laica-casada la publicación de la Humanae Vitae y las consecuencias para muchos movimientos de matrimonios creyentes que se han alineado en el pensamiento eclesial más avanzado. Rosario como muchas mujeres vive su fe en los finales de los años 60, en medio de dudas y reclamos a la iglesia por el rol subalterno y de desigualdad que les es asignado en la estructura a la que pertenecen.
Un caso más cercano lo encontramos en el testimonio de la uruguaya, radicada hoy en Venezuela, Gladys Parentelli. Durante el desarrollo del Concilio fueron nombradas primero por Juan XXIII y luego confirmadas por Pablo VI, 17 mujeres como auditoras. Esta designación supuso una gran frustración para casi todas ellas. Escuchemos a Gladys:
En esa época yo me encontraba bien desorientada, decepcionada de la iglesia o de ese feo rostro de la iglesia que estaba conociendo. Recuerdo que en un oportunidad, erré durante horas por las calles de Roma, pensando en todo eso, y de repente, me encontré al borde del río Tíber, que me miraba desde su cauce de aguas turbulentas, marrones, contaminadas, y hasta, pienso, que llegué a preguntarme si tirándome al Tíber no se solucionaría, de una vez, toda esa sucia situación en la cual me encontraba. Mi desilusión era tal que eso me llevó a decidir no seguir allí perdiendo mi tiempo y regresar a Lovaina a continuar con mi trabajo. Aunque debo reconocer que esa fue una época de aprendizaje de todo tipo, especialmente acerca de los métodos de la curia. Regresé a Lovaina y ya no volví a asistir a la sesión del Concilio, que se clausuró ese mismo año. (Parentelli 2002- Pág. 247)
Gladys fue nombrada en el Concilio precisamente por su trayectoria en esos años; había hecho parte del equipo mundial de dirección de las juventudes agrarias católicas. Igual que ella, muchas mujeres desarrollaron su conciencia eclesial y maduraron su laicado, en los movimientos especializados de acción católica (JOC, JEC, Equipos Universitarios…) y estuvieron activas y demandantes en la iglesia de esta década. Es claro e indiscutible que el peso eclesial más fuerte en la iglesia latinoamericana a partir de 1962 y por al menos dos décadas, lo tuvo la vida religiosa femenina.
Sin los cambios y entrega de las mujeres “monjas”, la reunión de Medellín no habría tenido materia prima para su reflexión. Las comunidades religiosas de mujeres fueron las que dieron una respuesta primera y masiva ante los llamados a la renovación del Papa Juan XXIII y del Concilio. Nos plantea Ana María Bidegaín:
Al mismo tiempo, llamaron las congregaciones religiosas para tener un papel central en la misión de la iglesia, para dejar su trabajo social tradicional y para apoyar el trabajo pastoral de sacerdotes y de obispos. De centrar la vida en la clausura y la regla pasaron a centrarla en la misión de la iglesia y en la vida vivida en común. De acuerdo con las orientaciones del Concilio, debía centrarse en la misión del servicio al mundo y sus necesidades, sus luchas y sus esperanzas. La situación económica, social, política y cultural de las sociedades donde pasaron a vivir y trabajar se convfirtieron en base de sus reflexiones (Bidegain 2014, pág. 57).
CELAM 68 entonces fue preparado no sólo por el Vaticano II, sino por un movimiento que atravesó la iglesia latinoamericana de sur a norte que aclimató esta conferencia y en el que las mujeres, especialmente las religiosas, tuvieron un rol determinante. A todo lo largo de América Latina, pequeños grupos de “monjas” se insertaron en las barriadas populares y a partir de ello su fe y sus roles eclesiales exigieron transformaciones. Estos deseos de cambio derivaron muchas veces en abandono de la estructura eclesial y siempre en frustración porque esas transformaciones no llegaron, aún no llegan.
LA MUJER EN LOS DOCUMENTOS DE MEDELLÍN Y EN LAS CEBs
Releer hoy, cincuenta años después, las Ponencias y Conclusiones de la reunión de los obispos en Medellín es confirmar que fueron unos textos proféticos, intuitivos e inmensamente ricos en apertura y caminos de cambios… Conservan en alguna medida la fuerza que los inspiró y que desde allí animó el camino de tantos y de tantas en América Latina. Algunas de las ponencias muestran gran lucidez al captar eso que se llamó “los signos de los tiempos”; igualmente el clamor de los pobres y sus ansias de liberación fueron definitivamente escuchados… Las conclusiones recogen estas intuiciones y las lanzan en forma de llamado a reorientar el camino eclesial en esos años.
Ahora bien, cuando se indaga por “la mujer”… su ubicación social, sus sueños, sus necesidades como sujeto… nos encontramos con una realidad parecida a la que muestra la Teología de la Liberación en sus inicios. El sema mujer, escasamente existe y por tanto su realidad no es sospechada ni sus anhelos acogidos. No se trata de leer con los ojos de hoy y los avances de este medio siglo: ya hemos situado a la mujer en aquel contexto y hemos mostrado cómo en ese momento la conciencia femenina estaba en plena maduración y crecimiento.
En las ponencias no se encuentra ninguna alusión a la problemática femenina, no se percibe como un signo de los tiempos sus avances o luchas y reclamos. En la medida en que esta situación no es registrada, no puede vislumbrarse ni el más mínimo interés en abordar su realidad de una manera autónoma. Se realiza un reconocimiento al trabajo de los laicos y a su apoyo a la iglesia, pero en ningún momento se menciona el apoyo específico que realizan masivamente las mujeres a la iglesia.
En las conclusiones, se menciona ocasionalmente a la mujer. En el documento Justicia, al describir los hechos en el numeral 1 se explicita: La mujer [reclama] su igualdad de derecho y de hecho con el hombre. Esta frase es suficiente para saber que los obispos algo alcanzaron a escuchar del movimiento femenino. Sin embargo se puede revisar página a página el texto y vemos que en ningún momento hay una pregunta o sugerencia sobre cómo responder a ese reclamo desde los procesos eclesiales. Se registra pues ese reclamo pero no se escucha verdaderamente, es más: se silencia e ignora totalmente.
Fuera de este renglón, en el resto del documento la mujer no es mencionada o diferenciada… hemos de suponer, una vez más, que está incluida implícitamente en el llamado tradicionalmente lenguaje universal. Tanto en los temas que tienen que ver con la justicia y con la paz, como en los específicamente eclesiales la reunión del Celam de 1968, no consideró que la realidad de las mujeres mereciera especial atención. Se promueven estructuras eclesiales más participativas, se habla de dar más responsabilidad a los laicos, ocasionalmente se invita a formar -desde las parroquias- Comunidades Eclesiales de Base, pero en ningún momento se visualiza el contundente hecho de que la iglesia está formada en su base por una inmensa mayoría de mujeres.
De alguna manera esta constatación es explicable porque en términos de Juventud, familia y todo un ámbito que podemos considerar de “organización relacional”, el pensamiento reflejado es muy conservador. Veamos el numeral 3, sobre Familia en América Latina:
a) Bajísimo índice de nupcialidad. América Latina cuenta con los más bajos índices de nupcialidad en relación a su población. Esto indica un alto porcentaje de uniones ilegales, aleatorias y casi sin estabilidad, con todas las consecuencias que de ahí se derivan.
b) Alto porcentaje de nacimientos ilegítimos y de uniones ocasionales, factor que pesa fuertemente sobre la explosión demográfica. (Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Volumen II, 1970 – Pág. 80).
Aunque en algunas ocasiones es verdadera la afirmación de inestabilidad en las parejas, cosa que por otro lado afecta fundamentalmente a las mujeres, en general el juicio hecho sobre la falta de “juridicidad” en las uniones, muestra un enjuiciamiento y valoración negativa que no deja ver un acercamiento real a la cultura popular en la que los trámites matrimoniales no se valoran excesivamente y en la que por el contrario las uniones mayoritariamente se establecen sin pasar por el juzgado o por la iglesia, sin que ello denote directamente falta de compromiso.
Igualmente pasa con el documento dedicado a la juventud. Los obispos tan agudos para percibir el clamor de los pobres y la injusticia, a mi juicio, no logran avizorar los cambios culturales y axiológicos tan profundos que traerá en el mundo occidental el final del siglo XX y comienzos del XXI y que en ese momento ya aparecían. En este sentido la postmodernidad se instalará en el subcontinente sin que la iglesia se haya acercado a entenderla o vivirla. Cuando se habla del aumento de la demografía y se hace referencia a las encíclicas papales que se ocupan del tema, tampoco merece especial atención la mujer, protagonista principal de la maternidad y de su posible y necesario control.
La dinámica eclesial que se genera a partir de las motivaciones del CELAM, participa de esta misma “ceguera” en lo relacionado con el ámbito de lo femenino. Las comunidades eclesiales de base indiscutiblemente ayudaron en la promoción de la mujer popular en América Latina. Ellas tomaron iniciativas, reunieron vecinos, lideraron el proceso… igualmente tomaron la palabra y desarrollaron múltiples roles y servicios en la caminada de estos grupos. Estos sin embargo nunca fueron reconocidos institucionalmente por la iglesia. De la misma manera la Teología de la Liberación que recogió y relanzó esta práctica, no visibilizó ni profundizó en la condición de la mujer y en sus expectativas.
Vale la pena traer a colación las palabras de una mujer y cómo rememora su proceso en estos años. Ivone Gebara nos narra muy bellamente sus propios límites y su descubrimiento y conversión: Por varios años trabaja en un equipo principalmente masculino y muy cercanamente a Helder Cámara, el obispo de los pobres por excelencia. En su búsqueda de libertad se encuentra con que muchas veces no está totalmente de acuerdo con los caminos por los que va el proceso grupal pero no tiene la valentía de plantearlo y así lo confiesa. En su caminar, un día, le impacta la conversación con una mujer, esposa de un obrero en cuya casa se reunían. La mujer les servía un refrigerio pero jamás se hacía presente en las reuniones. Ivone decide entonces abordarla:
Un domingo decidí ir a visitarla para preguntarle las razones de su rechazo…
Su repuesta fue directa
Confieso que esta última parte de su explicación me hizo reaccionar.