Como el gran tema de estos días es la elección del nuevo Papa allá en Roma, lo diré en italiano: La sensación que tengo es de estar “sbigottito”. Es decir, estoy “espaventato, stupefatto, scoraggiato”. Pero no por la renuncia de Benedicto sino por la pasividad con que más de la mitad de la iglesia católica (y su parte más fiel) admite como un hecho incuestionable ser guiada por un varón. Las mujeres son la mayoría, son las que han demostrado mayor adherencia y compromiso, son la base social de la gran estructura que tiene cabeza de varón aun que tenga cuerpo de mujer.
Hasta los movimientos feministas más audaces están en silencio. Se acepta sin ningún cuestionamiento que el sucesor de Benedicto debe ser un varón, entrado en años y soltero.
Debo aclarar que no espero una “papisa” porque falta mucho tiempo para que cambie el “chip” machista de mi iglesia, pero confiaba en que alguien empezara por lo menos a preguntarse sobre esta situación: ¿por qué se mantienen dos categorías de personas (unas para dirigir y otras para obedecer) si esto no es una empresa ni un regimiento sino una comunidad de hermanos y hermanas en la fe y en la caridad? ¿Hasta cuándo seguirá la cantinela de que Jesús confió el ministerio sacerdotal solamente a los varones? Porque ministerio sacerdotal es glorificar el nombre santo de Dios (“Mi alma glorifica al Señor…”, Lc 1, 46), ofrecer el sacrificio de Cristo (“al pie de la cruz estaba su madre y las otras mujeres…”, Jn 19, 25), anunciar al mundo la resurrección (“El se apareció primeramente a María Magdalena…y ella fue y avisó a los que habían andado con Jesús”, Mc 16,9). Y en esas tres situaciones, los varones habían hecho mutis por el foro.
Ciertamente que los evangelios no anotan nombres de mujeres en la última cena de Jesús. Y ahí se basa la teoría del sacerdocio exclusivamente masculino. Pero sin duda razonable esa reunión debió contar con muchas mujeres. Como era una sociedad machista a ultranza, ellas- como ahora- seguramente organizaban y atendían a los comensales. Seguramente ellas prepararon las hierbas amargas, las copas de vino y el cordero asado, porque nadie se imagina a Pedro o los otros pescadores del lago cocinando un borrego o un caloyo; seguramente sabían poner unos dorados o unas truchas sobre las brasas y nada más. De hecho en la casa de Pedro fue su suegra la que atendió la cocina cuando Jesús la animó a retomar sus actividades.
Es una interpretación tremendamente fundamentalista el afirmar que solamente los varones pueden ejercer el sacerdocio, porque así lo estableció el Señor. Lo único que estableció Cristo fue que Pedro hiciera de cabeza del grupo y para ello le entregó simbólicamente las llaves de la casa. Nada más. Ni anillo del pescador, ni templos, ni museos, ni territorios, ni túnicas, ni coronas. Cristo no podía dejarle en herencia lo que él mismo no tenía: su anillo fue el compromiso con los necesitados de esperanza, su templo fue la naturaleza, su museo quedó vacío al salir victorioso del sepulcro, su territorio nunca lo tuvo y así debió morir entre el cielo y la tierra, su túnica la rifaron entre cuatro soldados y la única corona que llevó fue un entretejido de espinas de monte.
Pero en algún momento, los varones se apoderaron del santo y la limosna. Así se ha admitido pasivamente hasta ahora. Creo que esto no va cambiar ahora ni en mucho tiempo. Pero por lo menos que sea tema de conversación, a modo de semilla.
Por eso me alegra que mi amigo Vaimaca haya escrito en su comentario al blog anterior lo que sigue:
-“Querido Catalejo:
Un par de mujeres, leyendo estos comentarios, reclama: ¿y por qué sólo pensamos en un hombre y nunca en una mujer para el Vaticano?
Ahora bien, suponiendo que una mujer llegara a suceder a San Pedro, en el pleno corazón del clero de Roma ¿ Cómo le llamaríamos? Porque, coincidamos en que ” Papa” no le podríamos seguir llamando.
Tal vez tuviéramos que recurrir a la vieja y querida “Mama”. Este rico par de sílabas (ma-ma) que tiene su impronta en la pachamama, pero también en los inicios del balbuceo y el aprendizaje inicial del lenguaje. La palabra primera, la primera voz. Aquella que se menciona estirando los brazos, implorando un abrazo, una teta, un enorme y necesario afecto.
Sí, le llamaríamos: mama.”