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XXXVII Congreso de Teología. Hombres y mujeres en el MOCEOP -- Teresa Cortés y Andrés Muñoz

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MoceopCosa de creyentes
Aunque a Moceop (Movimiento pro celibato opcional) se le ha considerado como un movimiento de curas, la verdad es que siempre ha sido cosa de hombres y mujeres, de creyentes en Jesús de Nazaret, personas afectadas más o menos directamente por la ley del celibato y otras que han sintonizado con la reivindicación de una iglesia más plural, más comunitaria. Es verdad que surgió alrededor del fenómeno de los curas casados, de la reivindicación de la opcionalidad del celibato para los mismos y aupado por los aires frescos del Vaticano II. Pero también es verdad que hemos luchado por no encasillarnos en algo clerical o eclesiástico o formar un club privado de defensa personal. Bastantes privilegios tienen los clérigos. Somos muchos los hombres y mujeres moceoperas a los que la transformación de nuestra tierra en un mundo más humano y solidario (reino de Dios) y la lucha por las causas justas, ecología, pacifismo, solidaridad, derechos humanos nos importa más que los entornos eclesiásticos.

El Moceop comienza hace 40 años, cuando un hombre cura y una mujer se enamoran, se casan y deciden seguir viviendo su fe en la misma comunidad en la que él ejercía su ministerio y la misma comunidad les pide que se queden. Hubiera sido bonito, el comienzo de un camino nuevo hacia los sueños y la utopía. Pero la autoridad competente se opone alegando que no es legal y sería un grave escándalo. La madre iglesia ha calificado su amor de prohibido.

Amor y sufrimiento
“ Amor prohibido murmuran por las calles,/ porque somos de sociedades distintas../ Amor prohibido nos dice todo el mundo…/ Qué importa el qué dirán tu padre y tu mamá…/Qué importa el qué dirán también la sociedad…/ Aquí solo importa nuestro amor. Te quiero”
Así canta Selena reflejando muy bien las críticas sociales y la postura de la pareja enamorada ante amores diferentes. Ante esta misma situación se encontraron, nos encontramos muchas parejas y decidimos ponernos por montera el mundo socialmente correcto y la iglesia con sus leyes represoras del amor y vivir nuestra experiencia amorosa, engendrar y formar una familia.

Pasamos momentos difíciles en los primeros tiempos de nuestra andadura. Llegábamos decepcionados, humilladas, criticados, excomulgadas. Ellos no habían cometido ningún pecado, solo seguir el dictamen de su conciencia y sobre todo de su corazón; las mujeres fueron muy valientes y decidieron unirse a la persona que amaban. Pero una mentalidad social cerrada y una ley eclesiástica de la edad media que defendía el poder y los privilegios de los varones nos marginó y nos invisibilizó. También nuestras “católicas“ familias, salvo honrosas excepciones, no entendieron y, sobre todo, no aceptaron nuestras decisiones. Hubo mucho sufrimiento. Éramos las víctimas de la ley del celibato, en especial las mujeres y los hijos e hijas de los curas

El proceso de secularización era vejatorio para ellos y ellas. La ”reducción al estado laical”, que así se le llamaba y se le llama todavía oficialmente al rescripto vaticano, era y es la pena por amarse o por renunciar al ejercicio público ministerial, una degradación en toda regla. Con estas palabras tan gordas se nos condenaba a no poder colaborar públicamente, y sobre todo en los lugares en donde éramos conocidos, en tareas litúrgicas, catequéticas o de enseñanza. Además, pensamos, que esta visión, esta ideología eclesiástica, es ofensiva para todos los laicos, porque el creyente y la creyente laicos nunca son personas reducidas, venidas a menos o quedadas en algo incompleto Esta dispensa del celibato venía, cuando venía, después de 10, 15 o más años, obligando a la pareja en este tiempo de espera, largo, muy largo en ocasiones, a vivir su amor a escondidas o en concubinato según su estimación en el código de derecho canónico. Lamentable, pero cierto y real.

Saliendo del agujero y del armario
Ante esta situación había que hacer algo. Era tiempo de hablar y de actuar: Tenemos tiempo de hablar y tiempo para actuar,/ insistentemente vivos y presentes en la vida,/ esperando y peleando para no desesperar;/ moviendose removidas y removidos por el viento; perdonándose el pasado y aprendiendo a perdonar;/ olvidando los fantasmas y creyendo en el amor, decía acertadamente un moceopero, Deme. Y surgió Moceop por una doble necesidad. Por una parte había que defender la dignidad de unos creyentes, hombres y mujeres, hijos y familias, que habían sido rechazados y excluidos.

Y por otra se empezaba a sentir la necesidad en las comunidades parroquiales, en los grupos de reflexión, en los movimientos llamados apostólicos y en colectivos cristianos de base, de ser cristianos y de ser iglesia de otra forma y de un vuelco en la práctica del ministerio presbiteral, reservado y acaparado por los varones célibes.
Moceop nos ayudó mucho en estos tiempos ambiguos, pero a la vez esperanzadores. Se creó un espacio de comunicación y escucha en donde compartíamos experiencias y sentimientos; todas las personas nos sentíamos comprendidas y acogidas. En un primer momento encontramos un lugar de terapia, de sanación, de limpieza interior que nos hizo tirar para adelante, ver que la audacia y el sufrimiento merecían la pena y reafirmarnos en que el giro dado en nuestras vidas era el correcto. Supimos superar la tentación de la mala conciencia, de sentirnos culpables por haber traicionado la vocación, la voluntad de Dios, la moral, la comunión con la iglesia o de habernos dejado llevar por la obsesión sexual como machaconamente se nos repetía en los ambientes eclesiásticos o familiares.

Otro momento gratificante en el movimiento fue la reflexión teológica conjunta que hicimos ayudados por teólogos y teólogas aperturistas que nos entendían y nos apoyaban en nuestra lucha. Era un refuerzo de nuestros planteamientos y convicciones, pero no para quedarnos en el debate ideológico o de entretenimiento sino partiendo de la vida. Había que olvidarse de los fantasmas y creer más en el amor.

Cicatrizando la herida y “estando ya la casa sosegada” decidimos hacer público este problema social y eclesial y nos lanzamos a los medios de comunicación, que, en principio estaban muy receptivos por lo novedoso del tema y no exento de una cierta dosis de morbo. A pesar de las críticas oficiales eclesiásticas y colectivos cristianos tradicionales que nos tachaban de desertores y revanchistas y de estar haciendo un gran daño a la iglesia por “airear sus vergüenzas”, nos consta que ayudó a mucha gente a salir del agujero y del armario del amor prohibido, sobre todo a mujeres y parejas que en la mayoría de los casos estaban ocultos sin poder vivir al aire libre un amor fresco y de calidad. Sin estadísticas oficiales que la iglesia no proporciona con facilidad se ha estimado que más del 20% del clero diocesano ha dejado el ejercicio ministerial. Un hecho que supone una sangría de potencial humano importante como para tomar alguna medida.

Avanzando en un horizonte más amplio y sin quedarnos mirándonos el ombligo de nuestra situación personal y en la reivindicación de la supresión de la ley del celibato, empezamos a vislumbrar, pedir y gritar una nueva iglesia donde los derechos humanos, la libertad, la igualdad, el derecho a disentir, la democracia, la fraternidad, el cuidado, fueran las señas de identidad de una nueva comunidad cristiana. Por eso nos unimos a otros colectivos cristianos y sociales que luchaban por un cambio, un nuevo paradigma de sociedad más solidaria y de iglesia más adulta, abierta e inclusiva.

Coordenadas y apuestas del Moceop
Las mujeres y los hombres de Moceop nos hemos marcado unas coordenadas y hemos optado por unas apuestas que nos han servido de pauta en nuestro actuar diario y no convertir nuestro caminar en un dar vueltas a la noria ni en algo parecido al cuento de Pulgarcito.
Nuestras coordenadas generales nos sitúan viviendo en una sociedad cada vez más humana, solidaria y sostenible y en una iglesia pueblo de Dios sin quedarnos al margen o construyendo algo paralelo.

Desde ahí apostamos:
– por la vida, por la fidelidad al código de la vida antes que someternos a unos entornos disciplinares artificiales o cuando menos artificiosos. En nuestra apuesta de reflexión la persona es siempre más importante que la ley y la libertad para elegir estado y hogar y transmitir la vida, como dones de Dios, son para nosotros y nosotras derechos no sometidos a ninguna imposición de ley. Por ello en nuestra práctica hemos logrado un reencuentro con la vida normal, con el trabajo y la familia, con el dolor y con el placer tal cual lo viven la mayoría de los seres humanos.

– Hemos optado y decidido vivir en una cierta marginalidad, usar la vía alternativa, no para desaparecer de la iglesia sino para deconstruir ciertos andamiajes de predominios ideológicos en la jerarquía o de defensa de situaciones de privilegios. Nuestra apuesta desea rastrear la radicalidad evangélica lo que ha provocada tensión, por lo que nos han acusado de romper la comunión. Pero siempre hemos tenido claro que la comunión no se identifica con la legalidad ni la legalidad asegura la comunión. Comunión es algo más que estar de acuerdo con una jerarquía concreta y gobernante en un momento de la historia. En nuestra práctica la situación de marginalidad respecto a ciertas estructuras de poder nos ha facilitado el acercamiento, la integración con los creyentes sencillos y con las personas de vida normal. La ilegalidad, por tanto, de prácticas alternativas no es en principio un problema contra la comunión. Vivir en la frontera no es condenarnos a la desaparición. Queremos estar en la iglesia y luchamos contra la marginación que quiere identificarse con excomunión, con no fiabilidad humana y evangélica.

– Otra apuesta determinante ha sido la opción por la comunidad. En nuestra ya larga experiencia y reflexión en torno a otras formas ministeriales y presbiterales al servicio de las comunidades cristianas la comunidad es lo más importante y determinante. Una comunidad adulta, igualitaria y corresponsable es el eje, la prioridad. Ella es la que lleva el protagonismo, la que decide, designa, reparte, concelebra. El cura ya no es decisorio lo cual nos lleva, en consecuencia, a hablar de corresponsabilidad, sacerdocio común, derechos humanos de todo creyente y de las comunidades; y también, de diversidad de ministerios. No parece correcto y dificulta la maduración de las comunidades que el cura acapare toda la responsabilidad, el servicio y el poder de decisión. Este empoderamiento institucional es el que ha dado lugar al clericalismo, la prepotencia, el autoritarismo, la inercia, el dogmatismo, las condenas, la exclusión, la desigualdad de la mujer y esa división antievangélica entre clérigos y laicos, lacras que deben desparecer definitivamente.

De hecho nuestra práctica es tozuda. Moceop funciona como comunidad y un ejemplo es que ella me ha designado a mí, mujer y laica, como representante y coordinadora general. En Moceop se reparten tareas, ministerios; concelebramos, nos situamos en igualdad hombres y mujeres. Concretamente hemos celebrado con gozo y libertad a través de los años el amor de pareja, el encuentro amoroso humano de las personas que han decidido vivir en común y en igualdad un proyecto compartido. Y hemos celebrado ante Dios y los hermanos la vida surgida de nuestro amor recíproco: el nacimiento de nuestros hijos. En otras ocasiones hemos celebrado la entrada en la comunidad cristiana de estos hijos. Y nos hemos reunido en comunidad a compartir el dolor o la muerte cuando se han hecho presentes a nuestro alrededor. Estas celebraciones nos han hecho sentirnos queridos por Dios y nos han ayudado a proyectarnos más allá de nuestra vivencia personal. Y las hemos hecho sin tener recinto sagrado, ni presbiterio, ni rúbricas litúrgicas, ni celebrante-presidente-presbítero ordenado varón. Toda la comunidad es celebrante y sacerdotal

La aportación de las mujeres ha sido decisiva. Han logrado con su fuerza resituar lo femenino en la vida de los curas y en la de las comunidades. Lo reconocían ellos hace tiempo diciendo que lo que inicialmente para muchos de nosotros y vosotras fue un encuentro en el amor, se fue convirtiendo poco a poco en un encuentro cuestionador; la presencia de la mujer en pie de igualdad a nuestro lado, junto a nosotros, por mucho que nos cueste y nos exija, debe ser necesariamente valorada como una presencia que remueve, que fecunda y que termina aportando todo lo que del mensaje evangélico una iglesia machista no ha sabido desentrañar o lo ha ocultado interesadamente.
Esta práctica comunitaria la estamos disfrutando muchas mujeres y hombres de Moceop en otros grupos cristianos de base en los que participamos. En general son grupos pequeños formados por cristianos con urgencias parecidas: vivir la fe y la utopía en una comunidad cálida. La mayoría son desencantados de comunidades parroquiales, asociaciones, y movimientos tradicionales poco acogedores. La ortodoxia y la ortopraxis institucionales y jerárquicas no son muy atractivos para estas gentes que vienen de camino en busca de espacios verdes cristianos más libres y participativos.

En esta apuesta comunitaria cobran nuevas dimensiones todos los ministerios y servicios que nacen y se desarrollan en cada comunidad, incluido el presbiteral, así como la designación de qué personas son las elegidas y presentadas por la comunidad para el desempeño de esas tareas.
Los problemas de fondo que hicieron surgir grupos como Moceop hace 20, 30 o 40 años, siguen aún de actualidad; y tal vez más hoy que entonces. Abusos sexuales del clero, relaciones clandestinas de curas, mujeres condenadas a la invisibilidad y una descendencia sin referentes públicos y reconocidos; parroquias cerradas, comunidades atendidas por clero importado, curas sobrepasados en sus tareas y abocados a una profesionalización casi inevitable… son otros tantos motivos que nos interpelan y alientan nuestro compromiso.

A iniciativa del papa Francisco, desde la creatividad en el Espíritu, se están buscando salidas como la posibilidad del diaconado de mujeres. Apoyamos todos los esfuerzos que Francisco está poniendo en un nuevo rostro de iglesia, pero nos parece que lo del diaconado de las mujeres se queda corto, incompleto. No se pueden dar la mitad de los derechos, diaconado sí, pero no el presbiterado. Suena otra vez a discriminación. Hay que plantear como doctrina y práctica que los ministerios no se deben vincular ni a un género ni a un estado. Esto entra dentro de la necesaria y urgente transformación que necesita la iglesia en los corazones y en las estructuras. Y esto creemos que se debe conseguir no tanto por imperativo legal sino por narices evangélicas.

– Finalmente otra apuesta de Moceop es vivir la pluralidad como riqueza. La bajada del pedestal clerical y el encuentro en igualdad deben resituar nuestras comunidades ante otros creyentes y ante otras personas agnósticas o ateas. La laicidad es un principio de actuación que nos debe llevar a la búsqueda y comunicación, al encuentro y diálogo con toda la humanidad. Ante un mundo variopinto y plural no debemos caer en los fundamentalismos y en visiones similares a la cristiandad. Nadie tiene el monopolio de lo verdadero y lo bueno. En Moceop siempre hemos intentado buscar juntos y con quienes deseen buscar: clarificarnos, vivir, compartir y servir modestamente, desde nuestras convicciones, de referente para quienes viven la fe desde la frontera.

Esto es lo que os quería comunicar como mujer y miembro de Moceop. Ahora Andrés, como varón y miembro veterano de Moceop os dará alguna referencia más del peregrinaje de nuestro movimiento en relación con la práctica de los ministerios eclesiales.

A N D R É S MUÑOZ

Pinceladas ministeriales
Buenas tardes a todas y todos. Ahora me toca hablar a mí; así cambiamos el tono y timbre de voz y no resultar tan pesados. Además Tere y yo llevamos “taitantos” años viviendo la experiencia de fe en Jesús en este espacio verde que es para nosotros Moceop y os la queremos contar al alimón, por aquello de equilibrar lo femenino y masculino que todas las personas llevamos en nuestra constitución humana

Solo voy a dar unas pinceladas personales de mi práctica ministerial y añadir un detalle tonal a la reflexión de Moceop sobre el ministerio y ministerios eclesiales, que ya ha comentado Tere.
Este año hace 50 años que me ordené de sacerdote de la iglesia católica. Después de 13 años de ejercicio oficial dejé el clericalato, opté, como otros muchos por la autosecularización, que no es el resultado de un deterioro o erosión de mi fe o un desinterés por la Iglesia. Es una opción coherente para no seguir en el poder eclesiástico ni en los intereses de casta y poder sentirme felizmente retornado a lo común y originario.
Me bajé del altar, del púlpito y del ‘machito’ y me reencontré con la vida normal, el amor, el trabajo, la familia e intenté vivir una práctica alternativa en las pequeñas comunidades, porque entendía que mi fe la podía expresar y alimentar mejor en una comunidad de iguales.

Mis primeros pasos laicos fueron en un grupo surgido a raíz de una entrevista mía en televisión. Eran personas muy comprometidas socialmente, pero de vuelta de parroquias y movimientos de una iglesia tradicional. Aquí me pidieron ser animador, presidente y celebrante. Poco a poco avanzamos en el reparto de responsabilidades, pero costó más lo de concelebrar entre todos la eucaristía. Al sentirme el brujo de la tribu (mi respeto a todos los brujos tribales) dejé de presidir y el grupo se resintió.
Más tarde recalé en otros grupos de reflexión, de oración en los que actuaba como un participante más sin echar mano de mi ministerio ordenado, aunque acepté ciertos encargos (no cargos) o sea ministerios, del grupo, como animar la celebración y la reflexión.
Una experiencia bonita, vivida conjuntamente Tere y yo fue la participación en esas bodas civiles, de vecinos, de gays, de parejas amigas, en las que nos pedían crear un ambiente cristiano, que a la vez fuera cercano y cálido. Sin oficialismos ni liturgias marcadas salían unas celebraciones frescas, sentidas y apañadas que llegaban dentro. Y esto sin publicidad.

También conjuntamente Tere y yo ejercimos en múltiples ocasiones el ministerio de la acogida y la misericordia con personas, hombres y mujeres, parejas y familias que se sentían excluidas y/o perseguidas. En ello empleamos muchas horas de diálogo y bálsamo en nuestra casa o en un lugar de encuentro.
A través de Moceop y desde él estoy participando en otros colectivos más amplios, Redes Cristianas, Federación Internacional de curas casados, colectivos de LGTBI, comunidades populares.

La última y actual experiencia ministerial es en un grupo- comunidad en el que coincidimos cinco curas casados. En este grupo-comunidad, ellos no presiden, ni coordinan ni ejercen su ministerio presbiteral. No somos pastores ni lo queremos ser. Tampoco se nos ha pedido nunca a ninguno que trasvasáramos nuestra ‘experiencia sacerdotal’ al colectivo. Somos creyentes y como tales participamos. Igual que los demás miembros aportamos bagaje, fe, carisma y esperanza para beneficio comunal. Y según necesidades nuestros brazos abrazan, nuestra teología ilumina y nuestro sentido del humor pone color, cuando domina el negro. Pero como los demás Y esto es así porque el grupo tiene la madurez y la adultez suficiente para no depender de liderazgos marcados. Los curas casados entendimos al venir al grupo, que lo importante era crear ambiente de casa, quedarse en la horizontalidad, respetando las identidades y las particularidades y quitando barreras, alturas y depresiones. Y así lo seguimos entendiendo.

Los cuidados de la casa
Todo este caminar, convivir y compartir entre iguales y desde la fe cristiana le llamamos ministerio eclesial que es un servicio a las personas y a las comunidades, nunca como un poder al margen ni por encima de ellas.
El ministerio eclesial para nosotros consiste fundamentalmente en: acoger, compartir y cuidar, que es la referencia de la práctica de Jesús. En el proyecto de Jesús el centro de todo está en lo humano, en la dignidad y felicidad de las personas. Por ello, en este entorno de cuidado, de acogida,, de ternura, de esperanza, de misericordia es donde debemos ejercer nuestra ministerialidad, sobre todo teniendo en cuenta que en la iglesia no hay un derroche de atención, ternura y afectividad, al menos en las relaciones, llamémoslas profesionales.

En la casa de cada comunidad hay que esmerarse en
.el cuidado de la propia comunidad, en su día a día, vigilando su vitalidad
.el cuidado del otro/otra, sobre todo de los más desfavorecidos
.el cuidado del cuerpo y del espíritu, su corporalidad, su sexualidad, su espiritualidad
.el cuidado de los sueños, que no se muera la utopía.
.el cuidado de Dios a través de la oración, la celebración, el ágape.
.el cuidado de la tierra y todos los seres vivos, sintiéndonos naturaleza y teniendo un compromiso afectivo.

Según Leonardo Boff todos estos cuidados deben llevar la impronta, de “la ternura vital”, “la caricia esencial”, “la amabilidad fundamental”, “la convivencialidad necesaria” y “la compasión radical”
Finalmente, quiero hacer memoria viva de tantas mujeres constructoras de la vida y del cuidado. Ellas son las que más saben de cuidar, las que han ejercido más y mejor el ministerio humano y cristiano del amor, la atención, la ternura. Han cargado histórica y socialmente con el trato digno de los que no valían ni se valían en la sociedad: padres, abuelos, enfermos, niños. Ahí está también la práctica del cuidado de las mujeres en las primeras comunidades cristianas que se ocupaban de los huérfanos, viudas, ancianos, enfermos y en muchas ocasiones tenían en sus casas una iglesia doméstica que ellas mismas animaban.
Gracias, mujeres de cuidado.

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