Enviado a la página web de Redes Cristianas
El Coronavirus (Covid-19) emergió y nos puso en jaque mate como humanidad, un pequeño y desconocido virus, que puede transportarse en una pequeña gota de saliva y quedarse en una superficie por varias horas, está haciendo temblar a las certezas y seguridades que teníamos como establecidas en los sistemas donde nos movemos y desarrollamos.
Así de simple, la naturaleza vuelve a invitar a reconfigurarnos, al tiempo que ella lo crea necesario, aquí no importa lo que piense y diga el FMI, el banco mundial, wall street o empresa multinacional con todo sus influencias y accionistas poderosos, acá el que manda es la fuerza de un gigante virus dentro de nuestra simple humanidad.
Sin tantas herramientas y soluciones efectivas para combatirlo, nos lleva a que tengamos que recurrir a lo simple, a lo que capaz por estar enceguecidos por las luces de los sistemas, del consumo, de la superficialidad más desgarradora, nos hemos olvidado o alejado desde hace un tiempo de lo cercano, por buscar afuera lo que no supimos valorar adentro. A este pequeño gigante lo enfrentamos volviendo a casa.
Volver a casa, volver a meternos en el seno de donde salimos, por ser infatigables buscadores, volvemos a casa, a esa casa edilicia, espiritual, antropológica, biológica y demás lógicas… hay que volver, que no es retroceder, que no es ceder, sino volver a reconectarnos con ese lugar donde todo empezó, donde reina la originalidad, donde fuimos formados y experimentamos la oportunidad de socializarnos para descubrir los seres que somos , seres que nos frustramos, dolientes e hirientes, soñadores, terrenales y amantes.
Como la historia que nos contó Jesús, esa del hijo que vuelve cansado, sucio, después de haber comido con cerdos, de haber abrazado la miseria, de haberse sentido descartado, decide volver a casa. Así, hoy al igual que se hijo, como humanidad, volvemos a casa para cuidarnos, para sentirnos resguardados de aquello que no vemos, pero que está presente. Volvemos a casa y descubrimos que es el mejor “remedio” que tenemos, volvemos a casa para reconfigurar nuestros vínculos, para fortalecer la mirada, para re encender la solidaridad más sagrada, para volver a re educarnos y sabernos más humanos. Porque en el fondo, volver a casa es volver a darnos cuenta que en ella habitamos todos y que sintiéndonos junto a otros, podemos asegurar que somos.
Emprendamos el camino, volvamos a casa.