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Hay gente que aprecia al rey emérito tanto como apreciaba a Franco, y es comprensible. A falta de un dictador al uso, nos endilgaron un rey de cartón piedra y sin reino que pasaba por allí y, muchos, tan contentos. Se hizo la transición y a esa figura de pasta de papel se le concedió la jefatura del Estado por obra y gracia de la Constitución que unos padres arredrados engendraron para salir del trance.
Fueron pasando los años y ese rey impostado tomó vida propia y fue acumulando heroicidades, simpatías, adeptos, vivas y, según aseguran algunos, cuentas millonarias en paraísos fiscales compartidas con una amante. Hoy esa figura se ha desmoronado por la erosión de los hechos acaecidos.
Pero, que no cunda el pánico: está escrito que de la figura original se irán haciendo copias a medida que la anterior se vaya deteriorando. Ah, y no se preocupen por las tropelías que puedan cometer nuestros monarcas; para ese supuesto está previsto un salvoconducto que han venido a llamar inviolabilidad.
/ Antoñán del Valle (León)