Hace poco comentaba con un amigo sobre ese fenómeno curioso ?y triste- de que obispos que hace años mantenían posiciones abiertas y avanzadas se hayan ido convirtiendo en adalides y teóricos del conservadurismo y en ocasiones de la reacción más extrema. No me refiero tanto a los cardenales Rouco o Cañizares. Desde su infancia Rouco es un hombre que ha vivido únicamente en la Iglesia y que nunca ha tenido un trabajo pastoral. Su marco es el Derecho Canónico y sus compañeros de estudios de Munich cuentan del talante conservador que ya entonces exhibía.
Cañizares siempre ha sido como es ahora salvo por el hecho de que, desde la soledad que él mismo se labró en Granada, ha encontrado un camino para la epopeya personal en ese ¡Santiago y cierra España! que proclama con éxito cada día. Digo con éxito porque verdaderamente está cerrando España para la Iglesia.
Me refiero a obispos como, por ejemplo, Fernando Sebastián, cuyas clases de tinte avanzado recuerdan los que entonces eran sus compañeros de congregación. Cierto es que esa postura le duró poco. Yo mismo tuve ocasión de oír a Tarancón lamentándose: ?Hay que ver, con lo que nos costó sacarlo obispo (en Roma le tachaban de rojo) y mira ahora en lo que se ha convertido??. En efecto, los obispos preconizados por él fueron Ubeda de Mallorca, Sebastián y Juan Martín Velasco que, por suerte para él, no llegó a ser nombrado.
Me refiero a García-Gasco, actual arzobispo de Valencia. Cierto que Gasco ya apuntaba maneras según el interlocutor que tenía delante pero quienes le recuerdan de Vicario en Madrid hablan de otro Gasco. Yo guardo aún una revista de cierto tono ácrata impulsada desde la Vicaría y no puedo menos de acordarme de algo que me dijo cuando se iniciaba la beatificación de Escrivá de Balaguer: ?Desde luego, sólo con que citasen a unos cuantas personas que le hayan conocido, el proceso se anulaba ya mismo??. Pues bien, pocos años después fue uno de los cientos -¿o fueron miles?- de obispos que firmaron la solicitud de la canonización.
Me refiero a Fidel Herraiz, obispo auxiliar de Madrid y en otros tiempos profesor de moral. Conozco muchas personas que asistieron a sus cursos y que se hacen cruces de que ahora se haya convertido en un apasionado defensor de la ley. Y lo que es más curioso, teniendo en cuenta que es él quien ha desencadenado el conflicto de S. Carlos Borromeo: las mismas personas, entonces en las juventudes de Hermandades del Trabajo, recuerdan eucaristías celebradas por Fidel sin revestirse y con pan de tahona.
¿Y Uriarte? Quienes le conocimos en su época de obispo auxiliar aparecía como cercano, dialogante. Pues acaba de prohibir las intervenciones de Tamayo (como es lógico), de Pikaza y de Benjamín Forcano en unas sesiones de teología en su diócesis vasca.
¿Cómo explicarse esos procesos personales? Sin duda las opiniones pueden ser muy diversas. No hace falta recurrir a la frase atribuida a Rahner ?que él nunca dijo- según la cual ?la mitra es el apagavelas de la ciencia??. Más bien hay que pensar que, al ser nombrados tales, los obispos entran en un ámbito de poder sagrado con estrictas reglas de juego en el que la obediencia sin reservas se valora más que la creatividad, y el que el sometimiento a la ley oscurece la atención al Evangelio. A la vez se sumergen en un mundo de ritos que contribuyen a realzar su propia figura y se rodean de funcionarios obsequiosos y de adictos reverentes. Un mundo, como puede verse, bien ajeno al mundo real. Instalados en esa circunstancia ¿cómo van a querer que cambie? Al contrario, luchan para que así no sea y se cargan de razones para justificarlo. No pueden ser sino conservadores y defensores de la reacción.
Sólo los más avisados ?o más evangélicos- no llegan a entrar en ese mundo (como Casaldáliga) o se salen a tiempo de él (como Romero o Buxarrais o Nicolás Castellanos). Entretanto, los que acaso podíamos haber llegado a obispos demos gracias a Dios de que no se hayan fijado en nosotros.