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21RS
Una Iglesia santa pero siempre necesitada de purificación necesita continuamente de reforma. Veo relación, pues, entre la Lumen Gentium (Eclessia semper purificanda) y la expresión luterana (Eclessia semper reformanda). Porque a lo largo de toda la historia de la Iglesia, ésta se ha visto sometida a la subordinación a poderes que la alejaban del evangelio; de tal manera que, institucionalmente hablando, ha llegado a ser piedra de escándalo para muchos y a ocultar la manifestación de Cristo como expresión viva del amor misericordioso del Padre.
Sutilmente se asfixia también al Espíritu, ahogando su soplo sobre todos y todas, temiendo a la profecía, ignorando el sensus fidelium. (Mt. 11,25-26), cortando la legítima investigación teológica. En tiempos en los que la contradicción cristaliza y se alimenta de forma involutiva, surgen iniciativas reformadoras, bien sea desde el corazón de la Iglesia o desde sus márgenes. Nos ha tocado vivir esos tiempos. Muchos habían llegado a perder la esperanza de la posibilidad de una conversión a Jesús en el seno de la iglesia católica romana; y el cisma- tácito o explícito- iba fraguando.
Hoy las reformas en la Iglesia deben de ser como un aldabonazo, significativas, testimoniales. Que nos hagan consecuentes y creíbles. Eso necesita ritmos adecuados, mediaciones y consensos para poder sostenerlas. Importan, y mucho, los procesos. Evitando dependencias de lobbies de cualquier signo, fácilmente corruptibles. Por gracia del Espíritu y por la fidelidad de muchos a esta Gracia, la renuncia de Benedicto XVI y el papado de Francisco han abierto un nuevo tiempo de esperanza y compromiso compartido que vincula base y jerarquía para la profunda renovación de la Iglesia.
La reforma que la Iglesia necesita pasa por la mística y por la profecía. Se sabe donde empieza y en qué dirección se quiere ir, pero no donde acaba, porque el Espíritu siempre nos lleva más allá. Y esto no nos debería producir temor. Hemos de reconocer las «costumbre propias» algunas muy arraigadas y bellas, pero que «ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio» (EG, 43). Lo mismo ocurre con las «normas o preceptos eclesiales» que «ya no tienen la misma fuerza educativa que antaño como cauces de vida» (EG, 43), recordando que tanto unas como otros no proceden directamente de un mandato de Jesús.
Cambios ¿hacia dónde?: hacia una mayor fidelidad al discipulado misionero de todos y todas (Lc, 4, 17-21; Lc, 7, 18-23; DAp, 152) hacia una eficacia en la comunicación del Evangelio, no sólo en la transmisión, porque también los otros nos evangelizan. ¿Cómo? En diálogo y comunión fraterna, lejos del autoritarismo. Alentando la sinodalidad y la subsidiariedad. Conectando lo local y lo universal. Poniendo lo eclesiástico (normas, estructuras, ministerios, pastorales, liturgias??) al servicio de lo eclesial (la comunidad jesuánica que es servidora y eucarística) Alejándose del poseer, del dominar. Saliendo al encuentro, en vez de esperar a que los otros vengan (Mt, 9, 35-38).
¿Con quienes? Con todo el Pueblo de Dios, que se ha de sentir progresivamente corresponsable en la misión, alejándonos de cualquier discriminación, ya que en Cristo no hay diferencias (Gal, 3, 26-28) y desde una clara opción por los pobres. Colaborando con todos aquellos que trabajan por la Paz, la Justicia y la Vida.
Tenemos una hoja de ruta que compartir y alimentar en la Evangelii Gaudium y el Documento de Aparecida. Hay reformas que serán universales y otras que tendrán que tener en cuenta los contextos históricos y sociales en los que la Iglesia se inserta. Cuatro verbos para esta tarea: ver, escuchar, conocer y cuidar (como lo haría Jesús). ?nfasis, en la Misericordia.
Pueden enviarnos sugerencias y comentarios. Se lo ofrecemos en su totalidad, con la invitación de que no dejen de conocer esta interesante revista católica, abierta al mundo, con presentaciones y lenguajes muy sugerentes