Se ha celebrado este fin de semana en Madrid un encuentro de Redes Cristianas. No acierto a encontrar una palabra que defina a los grupos que se juntaban, en cualquier caso todos ellos tienen un denominador común: les cuesta encontrar su lugar en la Iglesia, y no por falta de ganas, me consta, sino por los empujones que reciben constantemente.
Son seglares expulsados de sus parroquias, homosexuales tan orgullosos de su fe como de su identidad sexual, comunidades de base, sacerdotes casados, mujeres teólogas exigiendo igualdad y respeto, gente con un recorrido largo en el compromiso sociopolítico, profesores separados de sus cátedras y con sus libros en listas negras.
Y todos, absolutamente todos, reivindicando con madurez su pertenencia a la iglesia de Jesús, su derecho a disentir, sus ganas de construir un mundo mejor, una iglesia cercana a las heridas y los conflictos contemporáneos. Una buena noticia para los que aspiramos a una Iglesia abierta, policromática, capaz de reelaborar, junto con tantos otros, un mensaje de esperanza para el mundo. Las fricciones y las rupturas que se están dando hoy en el seno de la Iglesia católica son propias de tiempos de cambios, pero hay ventanas abierta, muchas, por las que puede entrar aire fresco.