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Profundizar en el sentido de la vida constituye uno de los retos de nuestro tiempo. Se necesita un pensamiento abierto y atmósfera de búsqueda de certeza basada en la verdad de la razón y de la fe. Junto con el deseo de encontrar el sentido de la vida se encuentran la necesidad de luchar por un mundo mejor, más solidario y justo. Aunque haya quiénes consideren las utopías como algo irrealizable, existe una estrecha relación entre la justicia y las utopías. Ya Platón puso de manifiesto que un mundo ideal en el que todos sus miembros viviesen felices y satisfechos sólo era posible si ese mundo fuera un mundo justo, pues un Estado ideal (constituye una utopía) si en él reina la justicia.
El anhelo de mundos ideales y perfectos es tan antiguo como el ser humano. No obstante, hasta el siglo XVI no se acuñó el nombre de Utopía a ese tipo de ciudades ideales perfectas a las que se aspira. Tomás Moro bautizó el término ?Utopía??: una isla perdida en medio del Océano cuyos habitantes habían logrado, caracterizado por la convivencia pacífica, el bienestar físico y moral de sus habitantes, y el disfrute común de los bienes. Muchos pensadores interpretan que el mismo Moro admite que, por muy deseable que fuese un Estado de este tipo, Utopía es un sueño imaginario e irrealizable. Desde entonces suele considerarse utópico lo que, además de perfecto y modélico, es imposible de encontrar o construir.
Se puede decir que ?Utopía?? es un Estado imaginario que reúne todas las perfecciones y hace posible una existencia feliz por reinar en él la justicia y la paz. En las utopías hay un importante componente ideal. Surge del desacuerdo con los defectos de la sociedad y se basa en las posibilidades de cambio y de transformación que esta tiene en cada momento. Uno de los peligros más graves a lo que está expuesta nuestra época es el divorcio entre economía y moral; entre las posibilidades que ofrece un mercado provisto de cualquier novedad tecnológica y las normas éticas elementales de la naturaleza humana, cada vez más arrinconada. Por ello, es necesario reiterar la oposición firme a cualquier atentado directo a la vida.
Todas las ?utopías?? tienen en común describir sociedades fuera del mundo real y cerradas, sin contaminación exterior, inmóviles y férreamente ordenadas. La pretensión que las distingue a todas es la de dibujar las condiciones necesarias para conseguir lo que las sociedades reales jamás muestran: la afirmación rotunda de que todos los hombres son iguales y que lo lleven a su defensa. Sin utopías viviríamos atrapados por un proceso preocupante: a fuerza de verlo todo, se termina por soportarlo todo; a fuerza de soportarlo todo, se termina aceptándolo todo; a fuerza de aceptarlo todo, finalmente lo aprobamos todo. Dejarse llevar por la corriente del bienestar fácil puede hacer estragos en nuestra sociedad por disociar la economía de toda ética, rindiéndole culto al ?dinero??.
Las ?Utopías??, más que nunca, son necesarias porque desempeñan funciones orientadoras al abrir la dirección que deben tomar las reformas políticas en un Estado concreto. Desempeñan una función valorativa ya que no sirven tanto para construir mundos ideales como para comprender mejor el mundo en el que vivimos. Es vidente que la Utopía desempeña una función crítica al comparar el Estado ideal con el real, suponiendo una sutil y eficaz crítica contra las injusticias y desigualdades. Y finalmente hay que proclamar la función esperanzadora. El ser humano, al estar llamado a ser libre, es utópico y, aunque el entorno sea desolador, siempre será posible soñar un mundo mejor.
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