Urge un ministerio renovado en la Iglesia -- Fraz Wieser (Perú)

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Moceop

A ningún discípulo de Jesús una institución humana le puede impedir a vivir su carisma en servicio de la Iglesia y del mundo, por el solo hecho que los dones de la profecía, del apostolado, de la enseñanza, de la curación y de la aptitud de distinguir los espíritus, son dones del Espíritu de Dios que «sopla donde a él le place».
Es ya más que atrevido, que desde la alta jerarquía se pretenda «dictarle al Espíritu de la Libertad los canales y condiciones bajo los cuales ha de actuar» (Bernhard Häring).

Según las palabras de Jesús, al final le tocará a cada persona y de ambos sexos, rendir individualmente rendir cuenta a Dios, y sólo a Dios, sobre el empleo de sus talentos, no a un obispo o al Papa.

Es una interpretación antojadiza e interesada del Evangelio la de sacarle un sacerdocio particular que acapara exclusivamente para una clase de cristianos superior todos estos dones. Lo demuestran las prácticas en las comunidades cristianas primitivas, cuando eran los ancianos, hombres y mujeres comprometidos con la comunidad que presidían las asambleas eucarísticas, o ejercía la profecía y otros servicios reservados desde Constantino al clero.

¿De donde sale el sacerdocio con todos los atributos sagrados por encima de los demás hijos e hijos de Dios? Ni lejos de considerarse sacerdote, estuvo más bien en conflicto con estos y declaraba en vano sus sacrificios y superfluo el templo del cual vivían. A sus apóstoles enviaba para que anuncien su mensaje del Reino de Dios. Ninguno se llamaba sacerdote y en ninguna parte del N.T. se menciona que ellos hayan presidido la eucaristía, hoy el oficio primordial de sus supuestos representantes.

No sabemos quién ha ordenado a Apolo para convertirse en émulo de Pablo. Lo que hay que resaltar es la postura de Pablo: No le causa envidia el éxito del otro «conque Cristo es anunciado, de esto me alegro», incluso si fuera con mala intención. El celo por la causa de Jesús, no admite rivalidades, ni exclusiones entre hermanos en la fe, menos aún cuando hay escasez de pastores. Jesús dejaba bien en claro, que el ser humano está por encima de leyes y tradiciones.

La ley del celibato no ha solamente marginado cien y tantos hombres con vocación de servir de acuerdo a sus carismas, sino impide que muchos otros se animen a asumir esta condición impuesta por hombres. Si a esto sumamos la exclusión de las mujeres dispuestas a anunciar la Buena Nueva en nombre de la Iglesia o a presidir el ágape fraternal, la responsabilidad de la cúpula clerical ante Dios, la veo grave.

Se trata entonces no solamente de la opción libre para una vida celibtera, sino de una radical renovación del ministerio eclesial. Así lo concibe la «Federación Latinoamericana por un Ministerio Eclesial Renovado». No faltan los impulsos hacia esta meta que parte del mismo Evangelio: Ahí están las comunidades de Base, las comunidades cibernéticas, laicos y, principalmente, ex-sacerdotes que en formas variadas y dentro de una Iglesia marcado por su tradición, llegan al público.