Unamuno en guerra -- Andrés Ortiz-Osés

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Desde las guerras carlistas Miguel de Unamuno siempre estuvo en guerra, consigo mismo y con los demás, hasta con Dios o al menos su Iglesia, con la monarquía y la dictadura, con la república y el fascismo, con los bolcheviques, contra esto y aquello, los hunos y los hotros. El excitador de las Españas es un filósofo existencialista (cristiano) que aboga por la razón existencial, junto a
Ortega con su razón vital. Pero Ortega es un liberal, mientras que Unamuno es un espíritu libre, lo que mi colega en Deusto X.Arzallus llamaba el vasco rebelde, solo que el dirigente nacionalista lo aplicaba a los nacionalistas.

Pero Unamuno no es nacionalista vasco ni español, intenta reunir el casticismo
español y la racionalidad europea, el catolicismo y el protestantismo de
Kierkegaard y socios. Su figura es una figura quijotesca, cuyo idealismo trata
de superar nuestro realismo sanchopancesco.

España es la gran pasión de nuestro autor, una pasión nada inútil pero sí polémica, porque ataca a izquierda y derecha de haberla abandonado a su mala suerte. Lo que nuestro autor intenta
es la gran mediación entre unos y otros, y él mismo se inmola como gran
mediador, aunque no siempre remediador. Pero los contrarios se remedian en
su propia figura mediadora, aunque acabe tambaleándose vapuleado por los
bandos en discordia. A unos les echa en cara la razón que proclaman desde la
izquierda sin practicarla, a los otros el falso cristianismo que predican desde la
derecha.

Salamanca es la testigo de semejante discordia, como pone de manifiesto el
film de Amenábar Mientras dure la guerra, la ciudad universitaria que para los
que hemos pasado por sus aulas revisitamos aquí en su esplendor pétreo
típicamente castellano. La película resulta impresionante y preciosa como una
joya mutilada, aunque no necesariamente precisa literalmente pero sí
simbólicamente, así como en lo que respecta al sentido o más bien sinsentido
de nuestra contienda. El largometraje recrea los primeros meses del
levantamiento de Franco frente a la república, en los que Unamuno primero lo
defiende y luego lo repudia. La representación juega con la figura del filósofo
frente al general Millán Astray, contrarios no complementarios, mientras sitúa
a Franco, el militar impasible, como opuesto complementario del legionario
pasional (el Pasionario frente a la Pasionaria).

Pero quizás lo más interesante de la representación es que capta la guerra
intestina desde dentro y desde fuera, no en vano su director es un español de
origen chileno. Solo los extremos de uno y otro bando pueden sentirse
zaheridos por una película tan equilibrada, lo que viene a significar que nos
sigue faltando o fallando el centro o medio político de la concordia y el
encuentro hasta nuestros días de nuevos/viejos desencuentros. Por lo demás,
resulta antológica la ubicación de Unamuno entre su familia, rememorando su
amor filial por su esposa maternal, así como describiendo su amistad con el
discípulo socialista y el pastor protestante y masón, ambos fusilados por los
nacionales.

Como ya es sabido, el climax del filme llega al final, en la confrontación entre
Unamuno y Millán Astray en la Universidad salmantina, aquel advirtiendo que
vencer no es convencer y este gritando Arriba España y mueran los
intelectuales, así pues Viva la muerte. El director está en su derecho de
dramatizar un encuentro/encontronazo que no fue tan dramático, pero lo
suficiente como para subrayarlo en tinta roja de sangre. Pues lo más grave no
es el sentimiento trágico de la vida, al fin y al cabo tan arquetípicamente
humano, sino el resentimiento trágico de la vida, como lo llama el libro
póstumo de nuestro filósofo. Por eso Unamuno acabará pidiendo a un Dios
materno/paterno que lo acoja en su pecho, misterioso hogar, tras tanto bregar.

Contradictorio como la vida misma, Unamuno busca una síntesis solucionadora
o salvadora frente al análisis contrario de los sectarios, así como frente a su
utopía loca o dislocada entre Hitler y Stalin. El escritor F.Mauriac decía que de
nada sirve al hombre ganar la luna si pierde la tierra. Por eso Unamuno
vociferó desde la tierra madre, de aquí mi propuesta final: unamunámonos en
torno a Unamuno fratriarcalmente.