Después de una reciente visita a Laos, durante un largo viaje a Asia, un hermano comparte su alegría de volver a este país, después de quince años de visitas regulares. Año tras año, jóvenes de este país vienen a pasar tres meses a Taizé. En realidad, este país nos es aún más cercano por la presencia en Taizé de dos viudas llegadas en 1978 con sus numerosos hijos, después de la visita del hermano Roger a los campos de refugiados en Tailandia.
La comunidad estaba invitada a asociarse a un encuentro de formación ofrecido a los jóvenes de las distintas diócesis. Este encuentro se celebró en Kampheng, en la provincia de Champasak, que pertenece a la diócesis de Paksé; reunió a cerca de ciento cincuenta jóvenes, venidos de diecisiete pueblos de la diócesis, se alojaron en familias que viven en torno a la iglesia o en dormitorios arreglados para la ocasión. Aunque sea la temporada de plantación del arroz, un tiempo en que los niños ayudan a sus padres en los campos, los jóvenes respondieron. Para cubrir la gran necesidad de formación, un equipo de jóvenes animó las sesiones sobre los sacramentos; alguno de ellos estuvieron en Taizé hace un año.
Se podían ver allí los frutos del trabajo paciente de algunos que se dieron completamente para que los jóvenes puedan profundizar en su fe y descubrir su belleza. Estos responsables fueron los que decoraron la iglesia y como siempre la belleza del lugar resulto ser la mejor invitación para adentrarse en la oración. Para mucho de entre ellos, fue una experiencia muy nueva. Muchos permanecieron largo rato en la iglesia, mientras que los jóvenes organizadores habían pensado cerrar la iglesia mucho más temprano; pero todos estaban muy felices de sentir que tantos corazones se habían transformado.
Al día siguiente, el obispo de la diócesis vino a celebrar la misa de cierre. La importante ceremonia del Basi fue justo a continuación: que se celebra en momentos importantes como un nacimiento o un matrimonio, una partida o un retorno. En una bandeja situada al centro de la pieza, se colocó una gran vela rodeada de hojas de plátano. Se depositaron algunas ofrendas: frutas, golosinas, incienso. En esta pieza central se cuelgan cientos de pequeños cordones de algodón blanco, formando como un pequeño arbusto. Los jóvenes se sentaron en forma de estrella, bien alrededor. El hombre más viejo, el jefe del pueblo, dice a continuación una larga oración antes de que se encienda la vela colocada en el centro. Lo más conmovedor es el momento en que cada uno anuda un cordón en la muñeca de otro, rezando al mismo tiempo por esta persona. Estos hilos que se intercambian son una señal de respeto, de amistad, durante esta celebración que suelda realmente la vida de la comunidad.
El hermano escribe aún: Después de eso, volví a salir con el equipo de jóvenes hacia Thaket. Bordear de nuevo el amplio río Mekong durante casi las cinco horas me hacía pensar en tan los grandes sufrimientos aguantados aquí, y también a la esperanza que se vive hoy. Mientras que observaba los rostros de los jóvenes de nuestro pequeño grupo, los oía reír y bromear; no son más que un muy pequeño grupo, pero son portadores de una esperanza, y sin que ellos los sepan me ayudan a elegir la esperanza