Al llegar a Auvers-sur-Oise, cerca de París, no me imaginaba lo que me aguardaba. Mis amigos iraníes habían preparado una maravillosa fiesta con motivo de mi 75 cumpleaños.
Había mucha gente congregada a ambas partes de una alfombra azul, con una rosa en la mano. Saludando a cada uno y cada una, yo cogía las rosas y avanzaba hacia la gran sala de recepción.
Los responsables de la comunidad iraní toman la palabra. Sus palabras me llegan al corazón. Me presentan unos preciosos regalos iraníes. Quito los papeles que los ocultan, con curiosidad, con la alegría de un niño.
Dos habitantes de Auvers también intervienen. Mientras los escucho, tengo la sensación de entenderme mejor a mí mismo, los siento tan cercanos a lo que yo vivo.
Me toca a mí dejar que hable mi corazón y declarar mi admiración por los iraníes de Auvers que lo dejaron todo: país, familia, trabajo, lazos humanos. Cada uno de ellos tiene parientes torturados y asesinado en las siniestras cárceles de Irán. No buscan ni el poder ni sus intereses y están en Francia para trabajar por la liberación de su pueblo. Me enseñaron el duro oficio de la resistencia.
Pero lo más importante está por venir. La sorpresa viene de Achraf, una ciudad al norte de Bagdad donde viven 3.400 resistentes iraníes que están padeciendo una auténtica persecución de parte de los iraquíes, con mártires que se convirtieron en héroes de su pueblo. Dejé de manifiesto mi solidaridad más total hacia ellos. Mis amigos de Achraf realizaron un vídeo sobre mí. Hablan como si yo formara parte de su familia. Me conmueve verlos y escucharlos.
Me regalan una magnífica escultura de madera de Achraf, signo de su cariño.
Estoy deseando ir a Achraf para estar con esos hermanos de gran corazón. Será mi más hermoso regalo.