Camino de cruz a Korogocho. Será una tarde de calor como las demás si la hermosa y gran cruz verde adornada de algunas flores no recorriera las estrechas y sinuosas calles de este barrio de chabolas del este de Nairobi. ¡Una decena de «portadores», hombres y mujeres reunidos, intenta mantener la cruz, abriéndose un camino a través de los construcciones, los accidentes del terreno, la circulación de las transeuntes, carros y animales de toda clase, sin olvidar los camiones que aparecen a contramano ocupando toda el ancho de la calle!
La muchedumbre de cristianos de la iglesia San Juan corre el riesgo de pasar casi inadvertida debido a lo animado de la calle. Se distingue apenas la reacción de los peatones, medios divertidos, medios asombrados, y a veces burlones o agresivos, que ven pasar el pequeña cortejo.
No, realmente nada de triunfal en este Via Crucis. Es más bien un camino de humildad, atravesado por las alegrías y por las heridas del barrio de chabolas. ¿Y cómo no verlos, estas alegrías y estos dolores que aparecen durante el día en la calle? Regateos, astucias, ingeniosidades, ayudas mutuas, juegos de niños, carcajadas?? de la parte de las alegrías. Cansancios, abandonos, enfermedades, dependencias, hambre?? de la parte de los dolores. Durante las cuatro horas, bajo el sol brillante, la cruz pasa por todo Korogocho, y es toda la humanidad del barrio de chabolas que es visitada por el Cristo. De jumuyas en jumuyas, (pequeñas comunidades de laicos dispersos por toda la parroquia, y que garantizan numerosos ministerios, en particular el servicio a los más pobres), la cruz surca las calles, los terrenos vagos, los patios de escuela, las cloacas?? A cada estación, una persona del jumuya acoge al grupo de peregrinos: ¡Karibu!
Se alza la cruz, se viste una pequeña mesa junto a la cual se encendió un pequeño brasero, se se hace quemar un poco de incienso, luego viene la lectura del Evangelio, seguido de un breve comentario, la recitación Padrenuestro y finalmente un canto. La letanía continua, mientras se baja la cruz. El camino prosigue al mismo ritmo hasta la estación siguiente. Al final de la tarde, la peregrinación gana la iglesia. Allí una liturgia habitada, en particular, de un largo momento de intercesiones es la ocasión de rezar en torno a la cruz, esta vez una cruz de Taizé, colocada completamente en el suelo. Cada uno se va y pone su frente para confiar sus propias cargas o las de personas conocidas o desconocidas, cercanas o alejadas.