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Nací entre robles, tomillos, surcos y rastrojos y siempre he sentido admiración y respeto por la naturaleza. Sigo escéptico las soluciones sobre la contaminación, el cambio climático y la deforestación firmadas en protocolos y cumbres. En definitiva, me preocupa sobremanera lo que estamos haciendo, consciente o inconscientemente, con el único planeta que conocemos donde es posible la vida.
Nuestros ancestros nos legaron un vergel, un paraíso; un planeta repleto de recursos y belleza y, nosotros, dejaremos en herencia un estercolero; una Tierra desolada, esquilmada e inhóspita. Desde la revolución industrial, pero sobre todo desde hace seis o siete décadas, los seres humanos nos hemos comportado con el medio natural como auténticos bárbaros.
El ser humano parece haber llegado a un punto de no retorno, al culmen de un progreso que acabará por extinguirnos. Muchas especies ya han desaparecido, ¿por qué no podría ocurrir lo mismo con nosotros? Llegado el momento, la naturaleza no tendrá piedad ni reparos en librarse del tumor maligno y voraz que representa el ser humano.
/ Antoñán del Valle (León)