La sociedad española ha cambiado mucho en los últimos 30 años, se ha secularizado, pero no es con la vuelta a la intolerancia como mejor se puede adaptar la iglesia a los nuevos tiempos.
Sucede en algunas ocasiones que un acontecimiento concreto, puntual, nos hace comprender con precisión y con una gran evidencia en imágenes lo que ya conocíamos pero no con la rotunda certidumbre con la que a partir de aquel hecho nos invade.
El reciente viaje del Pontífice Benedicto XVI ha resultado un caso paradigmático de los descubrimientos de algo que ya sabíamos.
El viaje se había preparado para cubrir el deseo de los católicos de estar con su pastor, pero algunos añadían una intencionalidad no precisamente religiosa: aprovechar la visita para que el Papa hiciera pública una regañina al Gobierno socialista.
No ha sido así. El Pontífice ha hablado a sus correligionarios de la concepción que la Iglesia tiene de la familia y ha respondido con exquisita cortesía a las pruebas de afabilidad y dedicación con que le ha recibido el Gobierno.
Sólo unas horas después de finalizar la visita, el portavoz del partido conservador arremetía contra el presidente del Gobierno al que acusaba de haber ido a Valencia a ofender a los católicos. Nunca pudo apreciarse con tal claridad el eslogan “más papista que el Papa”. Pero no es una broma.
Inversión de valores. Hace algún tiempo que Iglesia y Partido Popular parecen empeñados en un trueque de sus respectivos papeles. Los obispos organizan, apoyan, promueven manifestaciones contra el Gobierno y el Partido Popular lleva la voz sin mediación de la Iglesia católica al Parlamento. Esta extraña inversión de valores políticos y religiosos encuentra su mezcla explosiva en la permanente lucha antisistema que alimenta la emisora de radio de los obispos españoles.
Este intercambio de roles nos trae a la memoria una época lejana. A fines del siglo XIX España enviaba a los jóvenes a luchar a Cuba para el mantenimiento de la colonia, pero los batallones de voluntarios para la guerra no los organizaba el Gobierno sino la Iglesia.
En mayo de 1896 con el fin de combatir la sequía que asolaba el país, el Gobierno organizó en Madrid una procesión para implorar la lluvia; a su llamamiento acudieron, según los periódicos, doscientas mil almas, que pudieron ver a las autoridades militares y civiles en la cabeza de la procesión al tiempo que ocho generales llevaban en andas el cuerpo de San Isidro, patrono de la capital. El comentario chusco lo puso un periódico madrileño: “Es realmente extraordinario lo que pasa; los prelados se dedican a formar batallones para la guerra y el Gobierno se ocupa en organizar funciones religiosas para que llueva”.
Aquel irresponsable trastrueque tuvo consecuencias muy graves para el inmediato futuro. Creció en amplísimas capas populares un anticlericalismo y un antimilitarismo que marcaría para más de un siglo a la sociedad española.
Los ciudadanos pueden comprender las actitudes de las instituciones aunque no coincidan con las expresadas mayoritariamente por la sociedad, pero aceptan de mal grado que se sustituyan los objetivos de una institución que basa su actuación en la espiritualidad de la persona pasando a ocuparse de la acción política, apoyando a un partido (PP) y atacando a otro (PSOE y su Gobierno).
Cuestión de concepto. Del mismo modo resulta muy difícil aceptar que un partido, por muy conservador que sea, se proclame con su actuación como pastor de una Iglesia.
La sociedad española ha cambiado mucho en los últimos treinta años, se ha secularizado –lo que es lógico que preocupe a los obispos– pero no es con la vuelta a la intolerancia como mejor se puede adaptar la Iglesia, los partidos y la sociedad a los nuevos tiempos. Algún prelado escribió recientemente que “España está moribunda”. Lo que está moribundo es el concepto de España que tiene la Iglesia española.
En verdad el Papa ha salvado a su grey, ha recomendado –mediante una elocuente omisión– a los pastores de la Iglesia española que se dediquen a propagar su fe, y a algunos sectarios religiosos que se dejan ver –¡y cuanto!– en el PP, que hagan su trabajo político sin mezcla de sotanas. ¿Habrán escuchado el mensaje del Pontífice?