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En el mundo vivimos 8.090 millones de personas, pero quiénes no producen y consumen muy poco son arrojadas a los vertederos humanos del desarrollo capitalista, como las alrededor de 2000 millones de personas (algo más del 25% de la población mundial), que en 2015, cultivaban lo que comían, construían sus propias casas y vivían sin hacer compras regulares
en el mercado (Wikipedia);
como las que se quedan sin trabajo, 191 millones, año 2023, según la OIT; como el 60% de la mano de obra mundial que la economía sumergida concentra según la OCDE; como las 5.000 millones de personas que desde 2020, se han empobrecido y 712 millones de personas que vivían en la pobreza extrema en todo el mundo (Oxfam Informe “Desigualdad S.A.”); como las personas inmigrantes internacionales que Europa y Asia acogían en el año 2022, alrededor de 87 y 86 millones respectivamente, sumando el 61% de la población mundial total de migrantes internacionales, según la ONU. Estos vertederos humanos son consecuencias de las leyes del mercado que prevalecen sobre los derechos y dignidad de las personas, ya que, según las élites, sobran gentes en el mundo.
Según Naciones Unidas, en el año 2022, en el mundo morían 24.000 personas de hambre, o por causas relacionadas cada día, esto es, 1.000 cada
hora. El hambre mata al 16% de las 150.000 personas que fallecen diariamente en el mundo.
Sólo los alimentos arrojados a la basura en Europa y Norteamérica alcanzarían para alimentar a todas aquellas personas que pasan hambre en el mundo, y hasta sobraría algo.
Ya en 1996, el fundador del canal de televisión la CNN estadounidense, Teh Turner declaraba “Una población mundial entre 250 y 300 millones de
personas, esto es, una disminución del 95%, sería lo ideal”, según criterios meramente económicos.
El mercado es el que decide quienes sobran y quienes no, en función del consumo. Así, entre los superricos, un solo individuo consume tanto como
una pequeña ciudad africana.
En el año 2005, el porcentaje de personas más ricas de Estados Unidos consumió un equivalente a los consumido por los sesenta millones de personas más pobres del país.
Si hablamos de consumo de energía, el alemán, el austriaco o el suizo común, consume cinco veces más que el asiático y diez veces más que el africano medio.
Sólo existen dos realidades determinantes, el mercado y los vertederos. Lo primero funciona como el dios dinero; lo segundo, en cambio, se
apila, es enterrado, incinerado o exportado, porque lo principal es perderlo de vista, a la espera de más acumulación económica futura. Cuanto más tiempo aceptamos esta normalidad, tanto más se va borrando los límites entre el ser humano y los vertederos.
Casi 500 millones de personas no tienen un empleo bien pagado y suficiente. Además, alrededor de 120 millones de personas no están clasificadas
como desempleadas, pero han abandonado la búsqueda activa de trabajo o no tienen acceso al mercado laboral. La OIT calcula que, en total, más
de 470 millones de personas en todo el mundo carecen de un acceso adecuado al trabajo remunerado como tal o se les niega la oportunidad
de trabajar el número de horas deseado.
Todas estas personas son víctimas de una amplia
reestructuración de los mercados laborales en
favor del capital, cuyo objetivo es conseguir la
disponibilidad más flexible de mano de obra barata
y reemplazable.
De ahí, los llamados “bancos de alimentos”, esas
instituciones caritativas que brotan ahora como
semillas agridulces del suelo nutricio de la
humillación social, se ven abastecidos de víveres
que han sido forzosamente desechados por las
cadenas de supermercados por su fecha de
caducidad. Vivir sólo de la caridad resulta difícil.
Un 33% de la ciudadanía alemana cree incluso que
en tiempos de crisis económica no podemos ya
darnos el lujo de garantizar a todas las personas
iguales derechos. Sin embargo, quienes mal viven
en los vertederos humanos, que son las caras
sombrías de la superabundancia, no son seres
humanos con dignidad, pasan a ser daños
colaterales del consumismo.
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EN POCAS PALABRAS
15-M RONDA Enero 2025 Nº41