Enviado a la página web de Redes Cristianas
La paz perpetua siempre ha sido un anhelo infructuoso desde el comienzo de los tiempos. Primero nos enfrentábamos con palos y piedras; después, con lanzas y flechas; más adelante, con modernas máquinas de matar y, últimamente, nos amenazamos con sofisticados e inteligentes artefactos con cabezas nucleares capaces de destruir el mundo con solo apretar un botón.
Esta es nuestra beligerante condición. Siempre tenemos delante de nosotros a algún enemigo del que protegernos o al que atacar. Siempre hay un motivo para el conflicto. La historia humana es un retahíla interminable de sucesos bélicos, de hostilidades, de odios, de peleas por los territorios, por los recursos, por las religiones, por las ideologías, por venganzas, por orgullo patrio.
Siempre hay un motivo para provocar, temer o atacar al otro. Y es así que, después de milenios de intentos fallidos de humanización, ahí andan algunos gobernantes, tan poderosos como temerarios, retándose para mostrar quien tiene el cerebro más pequeño, las gónadas más grandes y el misil más largo.
Valladolid